SANTA JUANA FRANCISCA FREMIOT DE CHANTAL, FUNDADORA DE LA ORDEN DE LA VISITACIÓN


La vida de santa Juana Francisca Fremiot de Chantal es una vida rica en experiencias humanas y divinas. Ella dio a luz seis hijos y quedó viuda después de ocho años de casada. Se mantuvo viuda dedicada a la vida espiritual y al cuidado y educación de sus hijos por nueve años. Y después entró a formar parte de la nueva Orden que fundó san Francisco de Sales, la Orden de la Visitación de Santa María.  

P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.


LIMA – PERÚ

SANTA  JUANA  FRANCISCA  FREMIOT  DE  CHANTAL
FUNDADORA  DE  LA  ORDEN  DE  LA  VISITACIÓN










Nihil Obstat
Padre Ricardo Rebolleda
Vicario Provincial del Perú
Agustino Recoleto








Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez
Obispo de Cajamarca (Perú)














LIMA – PERÚ
ÍNDICE GENERAL


INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO PRIMERO: VIDA  SEGLAR 
Su infancia y adolescencia.
Matrimonio.
Muerte de familiares.
Caridad y compasión.
Muerte de su esposo.
Viuda.
Visión de su director.
Primer director.
Segundo director.
CAPÍTULO SEGUNDO: VIDA  RELIGIOSA 
Una nueva Congregación.
Comienzo de la Congregación.
Los votos.
Caridad como religiosa.
Providencia de Dios.
Nueva Casa.
Título de Orden.
Muerte de seres queridos.
Matrimonio de Francisca.
Muerte de San Francisco de Sales.
Muerte de Celso Benigno.
CAPÍTULO TERCERO: CARISMAS  Y  DEVOCIONES 
Dones sobrenaturales a) Visiones.
b) Conocimiento sobrenatural. 
c) Éxtasis. d) Curación. 
e) Profecía. f) Milagros.
Sus principales devociones.
CAPÍTULO CUARTO: EN  EL  MÁS  ALLÁ
Última enfermedad.
Su muerte.
Testimonio de San Vicente de Paul.
Traslado a Annecy.
Milagros después de su muerte.
Exhumación.
Cambios obrados en el corazón.
Beatificación y canonización.
CAPÍTULO QUINTO: EL CORAZÓN DE JESÚS.
La devoción al Corazón de Jesús.
La Compañía y la Visitación.
Otros apóstoles.
La Orden de la Visitación.

CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA





































INTRODUCCIÓN

La vida de santa Juana Francisca Fremiot de Chantal es una vida rica en experiencias humanas y divinas. Ella dio a luz seis hijos y quedó viuda después de ocho años de casada. Se mantuvo viuda dedicada a la vida espiritual y al cuidado y educación de sus hijos por nueve años. Y después entró a formar parte de la nueva Orden que fundó san Francisco de Sales, la Orden de la Visitación de Santa María.

Ella fue la piedra fundamental de la nueva Orden. Es considerada la fundadora junto con san Francisco de Sales, que fue el que decidió fundarla. Desde el comienzo, estaba totalmente entregada al servicio de Dios. Sufrió mucho con un director inexperto, que no supo guiarla, pero cuando san Francisco de Sales la tomó bajo su guía, fue creciendo sin detenerse hasta las más altas cumbres de la santidad.

Ya en vida, muchos la tenían por santa; y fueron muchos los milagros que Dios hizo por su intercesión. Durante su vida se fundaron 85 nuevos conventos. En la actualidad la Orden de la Visitación, hermanas visitandinas o salesas, tiene casas en diferentes países del mundo con un total de unas 6.400 religiosas.

Santa Juana Francisca es un modelo para muchas mujeres en los estados de soltera, casada, madre, viuda y religiosa. Pidamos a Jesús que sea Él nuestro director espiritual para que nos guíe por caminos seguros por la senda de la santidad y, si no somos santos de altar, canonizados por la Iglesia, al menos lo seamos de verdad en cuanto al grado de unión con Dios. Que nuestra vida esté totalmente entregada, como la de santa Juana Francisca, al servicio de Dios y de los demás.


Nota.- Al citar Chaugy nos referimos al libro de Francisca Magdalena Chaugy, santa Juana Francisca Fremiot, Madrid, 1928. Ella fue secretaria personal de la Madre Juana Francisca durante varios años.
Cuando citemos Bougaud haremos referencia al libro de Bougaud, Historia de la vida de Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, Madrid, 1897, en dos tomos.
Igualmente al citar Saccareli nos vamos a referir al libro de Carlos Antonio Saccareli, Vida de santa Juana Francisca Fremiot, Madrid, 1778.
Y por último Sum nos llevará al proceso beatificationis et canonizationis servae Dei Ioannae Franciscae Fremiot de Chantal, Positio super dubio, Summarium, Roma, 1732. En este proceso de canonización se encuentran los mejores testimonios sobre su vida y milagros.
CAPÍTULO  PRIMERO
VIDA  SEGLAR

SU  INFANCIA  Y  ADOLESCENCIA  

Sus padres fueron Benigno Fremiot y Margarita de Berbisey. Tuvieron tres hijos: Margarita, que fue baronesa de Francs; nuestra santa y Andrés Fremiot, que fue arzobispo de Bourges. Su madre murió cuando Juana Francisca tenía 18 meses de edad, al momento de dar a luz a su hijo Andrés.

Nuestra santa nació en Dijon el 3 de enero de 1572. Era el día en que la Iglesia celebra la fiesta de san Juan el Limosnero y, por eso, le pusieron por nombre Juana. Fue bautizada el mismo día de su nacimiento. En el momento de su confirmación le añadieron el nombre de Francisca. Como se casó con el barón de Chantal, ahora se le conoce con el nombre de Juana Francisca Fremiot de Chantal.

Siendo pequeña aún, al saber que no tenía madre en la tierra, fue a una imagen de la Virgen María y, al igual que lo hizo santa Teresa de Jesús, le pidió que ella fuera su madre. Desde entonces le gustaba llamarse hija suya y le consultaba sus problemas y le pedía ayuda en todos sus problemas y necesidades.

Un día fue a casa del presidente Fremiot uno de los caballeros más distinguidos del reino para conferenciar de algunos negocios de Estado. De los discursos políticos pasaron a los espirituales, y se acaloraron hablando de importantes asuntos. Este gran señor era protestante, decía que nada le agradaba tanto en su pretendida religión como el que en ella se niega la realidad del Santísimo Sacramento. La bienaventurada Madre, que no era entonces más que una niña de cuatro a cinco años, escapándose de los brazos de su niñera, que jugaba con ella en un rincón del salón en donde aquellos señores conversaban, corrió hacia aquel caballero y le dijo: "Señor, hay que creer que Jesucristo está en el Santísimo Sacramento, porque Él lo ha dicho y, si no lo creéis, lo declaráis embustero".

Este caballero se impresionó en extremo con las palabras de esta niña, y durante largo rato conversó con ella. Esta le dio siempre respuestas que encantaban a todos los presentes. Por fin, el caballero quiso darle unos caramelos; pero la amable pequeña no quiso ni siquiera tocarlos, sino que los cogió con su delantal y corrió prestamente a arrojarlos al fuego, diciendo: "¿Veis, señor? Así arderán en el fuego del infierno todos los herejes, porque no creen lo que nuestro Señor ha dicho".

Parecía que esta pequeña esposa del Salvador había emprendido la conversión de aquel caballero, pues contra su costumbre de huir, hasta con terror, de todos los herejes, se acercó a éste y le dijo: "Si hubierais dado un mentís al rey, mi papá os hubiera mandado ahorcar". Después añadió (mostrándole un gran cuadro de san Pedro y san Pablo): "Desmentís tanto a nuestro Señor, que esos dos grandes Presidentes os harán ahorcar  .

Cuando tenía ocho años, un día fue a su casa otro protestante y le dijo que no era posible que Dios convirtiera una hostia en el cuerpo de Cristo. Ella le respondió: ¿Sabe usted el Credo? ¿Puede decírmelo? Y cuando comenzó a decir: Creo en Dios padre todopoderoso, ella le dijo: Un momento, usted dice que es todopoderoso. Y, si no puede convertir una hostia en el cuerpo de Cristo no es todopoderoso y es mentiroso. Todos quedaron admirados de sus ideas.

Su padre era un ferviente católico y defendió la fe católica en los tiempos de las guerras de religión. Ella fue creciendo en este ambiente y tenía cierta prevención contra los protestantes, ya que había oído hablar de las grandes profanaciones de iglesias y conventos; y de los asesinatos que habían cometido en lugares católicos.

Según fue creciendo, fue a vivir con su hermana Margarita, que estaba casada con el barón de Francs. Allí había una criada que trató de enseñarle las cosas del mundo. Quiso enseñarle a pintarse y a parecer bella para agradar a los hombres, pero también otras cosas perniciosas. Algunos sospechaban que hacía encantamientos. Juana pudo superar estas tentaciones con la ayuda de la Virgen María, a quien siempre le pedía ayuda.

Estando en casa de su cuñado, le sucedió que fue solicitada por un joven protestante para casarse. El creía que sería fácil conseguirlo por ser muy amigo de su cuñado. Al principio él fingió ser católico para conseguir su propósito, pero ella intuyó que él no era sincero y lo rechazó. Para ella era impensable casarse con un protestante. Cuando regresó a Dijon, tuvo varias propuestas de matrimonio, pero por consejo de su padre sólo aceptó al barón de Chantal, un joven católico de extraordinario valor y fidelidad al rey.







MATRIMONIO

Teniendo ella 20 años y él 27 ó 28 se  casaron. Ella era de elevada estatura, de porte majestuoso y belleza natural muy atrayente. Además tenía una inteligencia clara, pronta y transparente y un carácter vivo y alegre.

Una vez casada, se fue a vivir con su esposo al castillo de Bourbilly, que era propiedad de su esposo. Este le dijo que se encargara de la dirección de la casa y de todos los empleados. Y como ejemplo le puso a su propia madre. Esta señora había fallecido de cáncer de pecho que le había ido comiendo las carnes hasta más abajo de los costados. Durante un tiempo pudo ocultarlo y se ponía carne fresca para que el cáncer devorara la carne extraña, pero llegó un momento en que no pudo ocultarlo más y pidió la ayuda de los médicos. Estos quedaron asombrados de lo que había sufrido y de lo mal que estaba ya. Los cirujanos, para comenzar el trabajo, quisieron atarla a una cama, pero ella no consintió y soportó el dolor con valor, mirando un crucifijo.

Los médicos cortaron la carne enferma hasta llegar a la carne viva y aplicaron después fuego por todas partes. Al principio pareció que había quedado bien, pero después el cáncer comenzó a salir por otro sitio y, al cabo de un año, falleció la suegra de Juana, dejando un ejemplo de valor y de vida cristiana.

Al quedarse a cargo de la casa, comenzó por disponer la misa diaria en la capilla, ya que hacía tiempo que no se celebraba. Actualizó los sueldos de los empleados para que todos estuvieran contentos. Después puso orden con los colonos y arrendatarios. Ella misma quiso vivir con austeridad y evitó ponerse trajes elegantes, excepto por amor a su esposo y para fiestas o reuniones de gala, pero, cuando su esposo no estaba en casa, evitaba los adornos.

Todos los días asistía a la misa del castillo con la mayor parte de los criados, pero los domingos iba a la parroquia. Decía que la nobleza debía dar ejemplo a los trabajadores, frecuentando las iglesias y asistiendo a los divinos oficios.

Cuando su esposo iba de caza con sus amigos, le hacía oir misa antes de salir y lo mismo a los acompañantes. Todos los días tenía sus momentos de oración y dedicaba algún tiempo a la lectura de vidas de santos.

Como esposa, se llevaba maravillosamente bien con su esposo. Nunca tuvieron el menor altercado. En ausencia de su marido, no salía de casa para hacer visitas como no fuera en la vecindad próxima. No ponía esmero en el vestirse o adornarse. Y cuando se lo hacían notar, decía: Los ojos a que debo agradar están a cien leguas de aquí y sería completamente inútil que me arreglara.

Una vez, un joven caballero, amigo de su esposo, estando éste ausente, se atrevió a visitarla y sin palabras le manifestaba su pasión. Cuando llegó la noche, ella le dijo que lamentaba que no estuviera su esposo para entretenerle y divertirle, añadiendo que tenía necesidad de ir a casa de una vecina para tratar algunos asuntos; y durmió en casa de la vecina, encargando a los criados que lo atendieran. Al ver esto, el caballero se fue a pasar la noche a otra parte. Cuando su esposo estaba ausente, su tiempo libre lo dedicaba a Dios y, cuando regresaba, era toda para él. Al fin se dio cuenta de esto y decidió que, aunque estuviera su esposo en casa, se mantendría firme en sus devociones. Y así lo hizo en adelante. 


MUERTE  DE  FAMILIARES

Un día recibió una noticia que la conmovió profundamente, Margarita, su hermana mayor, que había venido de Poitou a Borgoña para asistir a la boda de Juana, no se había vuelto, y continuaba viviendo, ya en Bourbilly, ya en Semur, casa del Presidente, su padre, en donde de improviso había sido atacada de un mal tan repentino y terrible, que el Sr. de Fremiot escribió a su hija que viniese lo más pronto posible, si quería verla viva y abrazarla. La señora de Chantal fue precipitadamente, y llegó en los momentos en que iba a concluir su existencia. Margarita sólo contaba veintitrés años, tenía tres hijos pequeños, y estaba embarazada de seis meses del cuarto. Para colmo de desgracias, su esposo, que padecía ya de la enfermedad de la que debía sucumbir tan pronto, estaba tomando las aguas medicinales. ¡Júzguese del dolor de la santa con golpe tan terrible! Amaba tiernamente a Margarita, de quien casi nunca se había separado, y había vivido siempre con ella en la unión más íntima y tierna. Así la lloró amargamente, y mientras volvía el barón des Francs, se llevó a los huerfanitos a su castillo de Bourbilly.

A esta pena sucedieron otras dos, más sensibles aún al corazón de la santa. Por dos veces, en 1593 y 1594, tuvo la felicidad de ser madre, y las dos veces vio morir a sus hijos en el momento de salir de su seno, probando así, casi de golpe, lo más inefable y elevado de la alegría con lo más amargo y desgarrador del dolor. Dios principiaba ya a probar a su sierva, acercando a sus labios el cáliz de amargura que debía beber después a grandes tragos. Pero no hacía más que acercárselo, y antes de que llegase la hora de las grandes pruebas, le concedía aún seis años de pura y perfecta felicidad. Fue madre cuatro veces, y vio bendecida su tierna unión con el barón de Chantal con un hijo y tres hijas. El lector gustaría de saber cuáles eran los sentimientos que llenaban el alma de nuestra joven santa cada vez que el Señor la concedía la gran bendición de la maternidad. ¡Qué reconocimiento por esta gracia! ¡Qué amor a la inocente alma que se le confiaba!  .
Lo primero que hacía cuando nacían sus hijos era levantarlos hacia el cielo y consagrarlos a Dios por medio de la Virgen María.


CARIDAD  Y  COMPASIÓN

Ella tenía mucha compasión de los aldeanos que su esposo castigaba por mala conducta. Cuando todos se retiraban a dormir, ella hacía salir al prisionero y que se acostara en una cama y, al día siguiente temprano, para no desagradar a su esposo, volvía al prisionero a la cárcel y, cuando iba a dar los buenos días a su esposo, le pedía amablemente permiso para abrir la puerta a aquellas pobres gentes y ponerlas en libertad, cosa que casi siempre obtenía.

Un año de gran escasez su caridad brilló por completo dando todos los días una limosna general de sopa y pan a cuantos se presentaban, que eran muchos. Algunos pobres acudían desde seis y siete leguas a la redonda. También se preocupó de ayudar a familias honorables que tenían vergüenza de ir a su puerta. A ellos les enviaba todos los días secretamente un pan entero y otras cosas según el número de los familiares.

Un día, lo cuenta la Madre Chaugy, no habiendo provisión de trigo, quiso visitar los graneros para ver si podría continuar ejerciendo su caridad (se cocía pan para los pobres cuatro veces por semana). Encontró que no quedaba más que una sola tonelada de harina de trigo y muy poco centeno. Se sintió inspirada a confiar en Dios, que proveyó a su necesidad; y la harina de trigo y el poco centeno que había se multiplicaron durante los seis meses que duró el hambre y en el que se continuó dando la limosna. Cuando Dios trajo de nuevo el buen tiempo, los criados iban a ver como una maravilla aquel montoncito de trigo que no parecía haber sido tocado después de la inspección que su buena señora había llevado a cabo. Lo hemos oído referir a alguno de ellos como un verdadero milagro  .

Todos los días, después de comer, recibía a la puerta del castillo a cuantos pobres venían a buscar su alimento. Tomaba con sus manos las escudillas que traían y las llenaba de sopa; les cortaba el pan y les servía con tanto gusto como si fueran hijos suyos. Se notó muchas veces que durante la comida de los pobres, se ponía de repente pensativa y silenciosa, dejando correr lágrimas por su rostro. Se le oía decir: "He tenido hambre, y me disteis de comer". Si alguno de sus pobres diarios faltaba a la cita, o si la señora Juana (era una de las más antiguas criadas del castillo, a quien se llamaba así por respeto a su virtud aún más que por sus años), había descubierto "alguna nueva miseria", partía apresurada, por mal tiempo que hiciese, penetrando con respeto en las cabañas más ahumadas y sucias, les daba pan, vestidos y remedios. Se lo distribuía con tan buenas palabras y con un rostro tan afable que, según la tierna expresión de los pobres de Bourbilly, "era un gusto estar enfermo, para tener el consuelo de verse visitado por la santa baronesa".

Uno de los testigos oídos en el proceso de canonización, Juana Pouthiot, antigua pastora del castillo de Bourbilly, dio acerca de estos actos de caridad de la señora de Chantal detalles encantadores, desconocidos hasta aquí y del más vivo interés. Después de haber prestado juramento en manos de los notarios apostólicos, y declarado que había nacido en Bourbilly y tener noventa años, examinada por ellos, y reconocido que, a pesar de su avanzada edad, gozaba de su entero juicio y perfecta memoria, "declara que ha visto hace unos sesenta y cinco años a la señora Juana Francisca Fremiot en su castillo y casa fuerte de Bourbilly; que toda la ocupación de dicha señora era servir a los pobres enfermos de la aldea y ayudarles con sus propios bienes, haciendo a cada uno una limosna extraordinaria. Además de esto, la referida señora tenía siempre un puchero separado, lleno de carne y caldo, destinado sólo para darlo de caridad a los pobres enfermos. Ella misma llevaba personalmente los caldos y los alimentos a los pobres enfermos de Bourbilly, a los cuales daba todos los socorros posibles, levantándoles y limpiándoles la basura y haciéndoles las camas  .

Otro testigo, Brígida Baubis, hija política de Margarita Potot, criada de la santa, después de haber contado los mismos hechos, añade otros que son aún más admirables. Preguntada, bajo la fe del juramento, por los comisarios apostólicos, y reconocida también de razón perfecta y de buena memoria, a pesar de sus setenta años, declaró: "Que la dicha señora de Chantal manifestaba sobre todo su caridad con las mujeres en el tiempo de sus partos. Se acuerda haber oído decir muchas veces a Margarita Potot, su suegra, que acompañaba siempre a esta señora a las casas de las mujeres que acababan de dar a luz o se encontraban de parto, que convidaba a la dicha Potot, su criada, a ejercitar siempre esta caridad, y con esta condición le dio muchos bienes; que durante tres meses que Magdalena Fardeau, mujer de Francisco Milletot, labrador del dicho Bourbilly, estuvo enferma de resultas de un parto, la expresada señora no dejaba de ir diariamente a cuidarla; acompañada de la dicha Potot, su criada, le llevaba caldos y otros alimentos; y no contenta con esto, la misma señora la sostenía y cuidaba, hasta el extremo de quitarle la basura y porquería, limpiándola y lavándola como si hubiera sido su hija, y poniéndole sus mismas camisas".

El rasgo siguiente, contado por los mismos testigos, es aún más hermoso. Una tarde vinieron a decir a la señora de Chantal que la mujer de Antonio Rigal, labrador de Bourbilly, estaba muy mala de parto, y que por ser muy laborioso se temía por la vida del hijo y de la madre. La santa sale apresuradamente y pasa parte de la noche cuidando a la pobre mujer, que parecía no tener ya remedio: pero instada por todos los que allí estaban, consiente en retirarse para ir a descansar un rato. Pocos instantes después de haber salido, la pobre doliente mejora sensiblemente, y el parto, aquel parto que debía, según la opinión de todos, acabar con la vida de la madre, se verifica como por milagro. Júzguese de la alegría de Antonio Rigal. Pero ¿qué diremos de su reconocimiento y admiración cuando, al abrir la puerta de su choza, se encuentra de rodillas en el suelo, a la mitad de la noche, y a su misma puerta, a la santa baronesa de Chantal, que creía ya en su casa, y a quien conoce deber la vida de su mujer y de su hijo? Escenas son éstas que no se encuentran sino en la vida de los santos, y cuando se piensa que la que practicaba estos actos de caridad heroica tenía veintitantos años, un nombre ilustre, una brillante fortuna y cuanto incita al alma para gozar de la vida, se siente uno con los ojos bañados en involuntario llanto, bendiciendo a Dios, que es admirable en sus santos  .

No contenta con esta caridad, transformó de algún modo su castillo en hospital, y con el consentimiento de su esposo, hizo preparar un número considerable de camas para los enfermos, y sobre todo para las pobres amas de cría, que, muriéndose de hambre, no podían dar de mamar a sus niños. En este mismo tiempo de carestía y escasez, dicen muchos testigos, la dicha señora, impulsada por su gran caridad, hizo venir a su castillo a todas las mujeres que estaban criando en Bourbilly, y las alojó con los niños y sus cunas en un gran cuarto, próximo a la capilla de Santa Margarita, donde tenía mucho cuidado de que rezasen, dándoles todos los alimentos que necesitaban. Y, no contenta con esto, enviaba todos los días una libra de pan a cada persona de las casas de estas mujeres, para que comiesen sus maridos y los demás hijos  .

Un día vinieron tres o cuatro pobres al castillo de Bourbilly para pedir limosna a la señora, y ésta mandó a su criada, Margarita Potot, que fuese por grano al lugar donde se guardaba, para dárselo a estos pobres. La Potot respondió que no había ni uno, y que era tan cierto, que había barrido la víspera el lugar en que estaba. No obstante esto, la señora insistió en llevar a la Potot al mismo lugar y con la misma orden, y habiendo ido por obediencia, quedó sorprendida encontrando mucha cantidad de grano, aunque no había dejado ninguno la víspera, cosa que admiró a toda la casa y a los habitantes de Bourbilly. Y esto lo ha oído decir la Poutiot, no sólo a Margarita Potot, criada de la dicha señora, sino también a los criados del castillo, donde iba a menudo, porque vivía en el corral de las ovejas del dicho castillo.

La Madre Favre de Charmette, que cuenta también este hecho en su declaración, tiene mucho cuidado de distinguir bien esta multiplicación milagrosa del trigo de la misma multiplicación de harina que sucedió después; y añade además la importante circunstancia de que al abrir Margarita Potot la puerta del granero, lo encontró tan lleno de granos, que le costó trabajo entrar. Aseguro —añade— que he sabido estos dos hechos milagrosos por algunas antiguas religiosas de la Visitación, a las cuales se los habían contado, como testigos oculares de los dos prodigios, las criadas de la santa  .


MUERTE   DE  SU  ESPOSO

Un día su esposo regresó enfermo de disentería y ella lo cuidó tanto que le demostró claramente cuánto lo quería. Todos sus pasos iban de la capilla a la cabecera del enfermo. El barón de Chantal pensó que iba a morir y, pensando en la eternidad, le decía que hicieran una promesa mutua: que el primero que quedara libre por la muerte del otro, consagraría el resto de su vida al servicio de Dios. Felizmente, después de cinco o seis meses, recobró la salud y soñó: Que por cierta circunstancia inopinada, teñían su traje de color de púrpura y se veía vestido como un cardenal. Por la mañana refirió el sueño a la esposa, añadiendo que aquello quería decir que sería herido en algún combate y que su sangre teñiría sus vestidos. Ella pensó que eran fantasías y no hizo más que reírse.

En verdad, le dijo, yo también he soñado que estaba envuelta en un crespón negro como una viuda, pero veo bien que esto me ha provenido de las grandes inquietudes que he tenido por las consecuencias de vuestra enfermedad. Por eso, no le atribuyo ningún fundamento  .

Al poco tiempo fue a visitar a su esposo un pariente y amigo íntimo para felicitarlo por su recuperación; y le propuso ir de caza a un bosque cercano. Aceptó. Llevaban los arcabuces cargados y con el gatillo bajado. El barón de Chantal dijo a su compañero que tuviera cuidado con las malezas y las zarzas, porque alguna rama podía jugarles una mala pasada. No se sabe, si por razón de llevar el barón de Chantal una casaca de caza de color de corzo, el otro apuntó por descuido, viéndole pasar a través de un zarzal, o si, en efecto, una rama que se le enganchara en el gatillo del arcabuz hizo salir el tiro, el caso es que el golpe fatal fue a herir de muerte al pobre barón de Chantal, el que se vio con motivo de este accidente cubierto con la purpura de su propia sangre. Este funesto tiro le rompió la pierna y le introdujo las balas y perdigones en las caderas.

"Muerto soy, dijo a su primo y amigo. Te perdono de todo corazón. Has dado este desgraciado golpe por imprudencia"…

Un mensajero dio noticia a la baronesa que estaba en casa, pues hacía 15 días que había nacido su última hija. Acudió prontamente al lado del herido, quien le dijo: "Veneremos la divina providencia. Consideremos este golpe venido de más alto".

Lo condujeron a su casa, en donde nada se omitió para su curación. Ella apremiaba con tanta insistencia a los médicos para que le curaran que entraron en aprensión de su próxima muerte, no atreviéndose por temor de que sobreviniera algún accidente a hacerle una incisión en los costados para extraerle las balas…

Ella oraba desconsolada y decía: "Señor, tomad todo lo que poseo en el mundo: padre, bienes e hijos, pero dejadme a este querido esposo que me habéis dado". Este valiente y virtuoso caballero murió en la flor de su edad, nueve días después de haber sido herido, habiendo hecho todos  los actos de piedad que pudieran desear de un religioso, fortalecido con todos los sacramentos. Exhortó a su esposa a perdonar a su inocente homicida y puso en su testamento que desheredaría a aquel de sus hijos que quisiera vengar su muerte.

Al tiempo que este valiente caballero expiraba, su padre, que se encontraba enfermo a doce leguas de Bourbilly, vio pasar por su cuarto un numeroso grupo de jovencitos muy graciosos, vestidos de ángeles, que llevaban a cierta región muy lejana al barón de Chantal, quien, acercándose a él, le dio un golpecito en el hombro como diciéndole adiós. El buen anciano se despertó llorando y dijo: "Mi hijo ha muerto". Hizo partir un hombre, que se encontró en el camino a otro que venía a anunciar la noticia del fallecimiento, que fue precisamente, cuando el padre había tenido aquella visión.

Ella quedaba viuda de 28 años, no habiendo estado casada más que ocho años, habiendo tenido seis hijos, de los que le quedaban cuatro muy pequeños. Rindió los deberes fúnebres a su querido difunto con mucho honor y valor, en medio de un diluvio de lágrimas... Al cubrirse con el manto de crespón, comprendió bien que no fue un simple sueño lo que tuvo, sino un aviso del cielo para preparar su corazón a recibir esta cruz  .


VIUDA

  El primer año de su viudez lo pasó en casa de su padre en Dijon. Después regresó a su castillo de Bourbilly, pero su suegro le pidió que fuera a vivir con él a Monthelon, pues de lo contrario se volvería a casar y desheredaría a sus hijos. Fue a vivir con sus cuatro hijos al lado del suegro y tuvo que pasar allí un purgatorio de siete años y medio. El anciano tenía una sirvienta que era la que administraba su hacienda y castillo y era la que mandaba incluso sobre ella. Y esta sirvienta le hacía la vida insoportable. Era altiva y hacía valer su superintendencia de modo que nadie podía tomar una copa de vino sin su permiso.

Ella por su parte hacía de maestra para sus hijos y para los hijos de la sirvienta y le dolía ver cómo dilapidaba los bienes sin tener control de la cosas. Como el suegro confiaba en su sirvienta, ella no podía hacer nada y se dedicó a atender y servir a los pobres que llegaban al castillo. Lo que sí obtuvo del suegro fue que hubiera misa todos los días en el castillo.

También destinaba todos los días un tiempo para enseñarles a leer a sus hijos y a los de la sirvienta; y les explicaba el Catecismo, incluidos los criados de la casa. Por las noches rezaba con sus hijos y los criados las letanías de María y un De profundis por el alma de su difunto esposo. Después hacía el examen de conciencia y pedía a su ángel custodio que le diera la bendición. Luego les daba la bendición a sus hijos y los hacía acostar. Se quedaba media hora en oración y antes de acostarse leía algunos puntos de los avisos que su santo director le escribía para la meditación del día siguiente.

Está de más anotar que, desde que quedó viuda, sus vestidos eran sencillos y sin adornos, lo mismo que sus peinados. También se mortificaba en los alimentos, evitando cosas delicadas. Cuando estaba su suegro a la mesa, se ponía de acuerdo con una sirvienta para que le cambiara el plato y guardara los platos sabrosos para los pobres. Ayunaba los viernes y sábados y algunos días se daba disciplinas y llevaba cilicio.

En el castillo tenía un cuartito con botiquín en el que servía a los pobres enfermos. Les lavaba las llagas con sus propias  manos, quitaba el pus y la carne infecta y los vendaba con cuidado y, a veces, lo hacía de rodillas. Algunos certificaron que la vieron besar las llagas de los enfermos y aplicar sus labios sobre las úlceras. A los enfermos del pueblo los visitaba todos los días. Los domingos y fiestas visitaba las casas de la parroquia, lo mismo con los grandes calores que en los fuertes fríos del invierno. Cuando alguien fallecía, le avisaban y ella misma lavaba y amortajaba sus cuerpos.

Los aldeanos ya la conocían y, cuando encontraban algún mendigo enfermo por los caminos, se lo llevaban a ella. Un aldeano encontró un día a un muchacho leproso que había sido abandonado por todos. Ese buen hombre se lo cargó a los hombros y se lo llevó. Ella lo metió en una cama que tenía siempre disponible para los pobres y ella misma le cortó el pelo, limpió su ropa de chinches, etc., y lo aseó personalmente, dándole de comer. Cuando no podía atenderlo, pedía a sus criados que le llevaran la comida y lo atendieran, pero entraban y sin tocarlo le dejaban los alimentos y se tapaban las narices para indicar que no resistían el mal olor. El muchacho decía que ella era la única que no hacía asco y que se sentaba a su lado para ayudarle en todo. Y hablando con él, le hablaba del cielo y le instruía en la religión. Después de varios meses, murió este muchacho y ella lo lavó y amortajó. Alguno de sus familiares lo tuvo como una afrenta a su rango, pero ella siguió con sus buenas obras de caridad. Veamos otros casos.
Se encontraba cerca de Monthelon una mujer, honrada y de gran hermosura, la cual, para complacer a su marido, se cortó una verruga que tenía en la nariz; pero la cortó con tan poco acierto, que en el acto le sobrevino un cáncer que en poco tiempo le comió la punta de la nariz y la dejó tan fea, que su marido, infiel a las promesas conyugales, se divorció de ella. Cuando esta pobre mujer se vio abandonada, recurrió al asilo ordinario en el que todos los desgraciados encontraban un caritativo refugio. Inmediatamente la piadosa baronesa se puso a curar el cáncer, que iba comiendo con gran actividad aquel pobre rostro, yendo tres veces al día, sin faltar, al cuartito de esta mujer; pero como el cáncer era de mala índole, no pudo impedir que, corriéndose a las mejillas y a la frente, descarnara de tal modo aquel rostro, que era una cosa espantosa a la vista e insoportable al olfato. Así, la pobre mujer se veía secuestrada en un mal cuartito, donde nadie quería entrar, sino la caritativa baronesa, que continuó asistiéndola diariamente durante cerca de tres años y medio. Mientras tanto, el cáncer fue descarnando por completo las mejillas, los dientes, las mandíbulas; subió hasta las orejas y descendió hasta por debajo de la barbilla, comiéndole el cuello todo alrededor, de suerte que el rostro de esta mujer no tenía ya forma humana: era una calavera, excepto los ojos, que le brillaban en la cabeza y la hacían aún más espantosa.

No es decible todo lo que inventaron los parientes del difunto barón de Chantal para apartar a la santa viuda de la asistencia de esa mujer, sin conseguirlo; entonces avisaron lo que ocurría al señor presidente Frémiot, juzgándolo una gran imprudencia. Este buen padre, que en todo otro asunto no había manifestado nunca sino bondad y mansedumbre hacia su amada hija, le escribió esta vez una carta reprendiéndola muy seriamente, diciéndole que su devoción era, no sólo indiscreta, sino deshonrosa para su familia y perjudicial para sus hijos, terminando su carta con estas palabras: "En virtud de toda la autoridad y poder que tiene un padre sobre su hija, te prohíbo que toques a esa mujer cancerosa; pues si no haces caso de ti misma, ten compasión de esos cuatro hermosos hijos que Dios te ha dejado, y de los que tendrás que dar cuenta".

Este mandato conmovió mucho a la virtuosa viuda, la cual, así como había comenzado y perseverado tanto tiempo prestando sus servicios a aquella pobre criatura por verdadera devoción y no por terquedad, cesó de hacerlo por abnegación y obediencia filial, aunque no dejó por eso de preparar todos los días tres veces, cuanto fuera necesario para curar a su enferma, y se lo llevaba a su cuarto, absteniéndose solamente de tocarla, no habiéndole especificado su padre otra cosa en su prohibición.

Esta pobre mujer, después que la santa viuda no le aplicó ya los remedios con su propia mano, no vivió más que tres semanas; verdad es que no podía ya durar más. Su desdicha había llegado a tal punto, que el cáncer le desprendía las mandíbulas y le había hecho un agujero en la garganta, por el cual tragaba un poco de alimento que la virtuosa señora le introducía en el estómago con una sonda. Ya no podía pronunciar las palabras, porque el aire se escapaba por ese agujero de la garganta con un ruido que daba compasión; por donde se ve que hacía falta tener una fortaleza más que humana para perseverar tanto tiempo en la asistencia de esa desgraciada criatura, que, viéndose morir, tenía una gran pena de no poder comulgar; pero la caritativa madre de su cuerpo, lo fue también de su alma, encontrando un medio y consiguiendo del sacerdote que le llevara una pequeña partícula de la sagrada hostia, introduciéndosela por el agujero que tenía en la garganta, con unas pinzas de plata que había mandado hacer expresamente. Terminado el acto, la buena mujer falleció tranquila y cristianamente, como medio cuarto de hora después de esta dichosa comunión. Apenas estuvo enterrada, llevaron a nuestra bienaventurada Madre un pobre anciano cubierto de sarna y granos, que albergó y curó durante diez meses, y, por fin lo amortajó con sus propias manos  .

Llegada la época de la vendimia del año 1606, esta santa mujer se retiró a su castillo de Bourbilly para dirigirla. La disentería invadió casi todas las casas del lugar. Nuestra buena vendimiadora entregó el cuidado de la vendimia a sus gentes, no reservándose para ella más que el de coger la uva madura, yendo a buscar a su amado esposo Jesús en los pobres enfermos, considerándose la mujer más feliz del mundo, al verse en libertad, en su modesto tren de viuda. Jamás una hermana de hospital, se encontró más santamente atareada. Todas las mañanas, antes de que despuntara la aurora y después de haber hecho su hora de oración mental, iba a llevar por las casas del pueblo lo que requerían los enfermos y a limpiar sus inmundicias; antes de haber terminado era ya tiempo de oír misa y de tomar un poco de alimento, después de lo cual iba a servir y consolar a los enfermos de las casas más apartadas. Por la tarde hacía de nuevo una visita a los enfermos del pueblo y, encontrándose de vuelta, escuchaba el relato que le hacía el hombre encargado de sus asuntos, teniendo sus ojos puestos en todo, y nunca su devoción la hizo menos vigilante para conservar, y acrecentar los bienes de sus hijos. Con frecuencia le sucedió en aquel tiempo que, encontrándose por la noche en su oratorio, iban a llamarla para asistir a los moribundos, y pasaba una parte de la noche de rodillas al lado de sus camas, ya haciendo oraciones por ellos, ya exhortándolos y sirviéndolos.

Durante las siete semanas que permaneció en Bourbilly, los que estaban con ella han asegurado que no pasaba día sin que lavara y amortajara dos, y a veces tres y cuatro, cadáveres pues esa enfermedad se los llevaba rápidamente y en gran número.

El espíritu de la santa viuda estaba pronto, pero la carne es flaca y enferma, y sucumbiendo, por fin, a su peso, después de haber asistido, como queda dicho, a los demás, fue a su vez atacada de la disentería y de una fiebre continua; púsose en tal estado que creyó morir de aquella enfermedad; ante esta idea se esforzó en escribir a su suegro, pidiéndole perdón y recomendándole a sus huérfanos. El buen anciano se afligió tanto con la noticia, y toda la familia se perturbó de tal manera con el temor de esta pérdida, que ninguno era capaz de consolar a otro, pues aunque nuestra bienaventurada Madre sufriera mucho en casa de su suegro, era debido a la audacia y manejos de una sola persona. Todas las demás la consideraban como una santa; pero la divina providencia es admirable en permitir que haya siempre alguno para perseguir a los que son según su Corazón.

Como nuestra enferma se encontrara una noche al último extremo de su enfermedad, le pareció que se sentía inspirada a hacer un voto a la Santísima Virgen, como en efecto lo hizo y por la mañana se encontró sana y tan perfectamente curada que montó a caballo y se fue a gran paso a Monthelon para sacar a su suegro de su pena y consolar a sus hijos que no habían hecho más que llorar desde que se recibió la triste noticia  .


VISIÓN  DE  SU  DIRECTOR

Algunos meses después del fallecimiento de su esposo, el barón de Chantal, ella distribuyó entre las parroquias vecinas las ropas de aquel y sus propios vestidos para el ornato de los altares. Un día sentía tantos deseos de perfección que le inspiró Dios el deseo de tener un director que le ayudara en el camino espiritual. Y esta fue durante mucho tiempo su principal intención en la oración. Un día, yendo a caballo por el campo pidiendo siempre a nuestro Señor que le concediera un director, al pasar por un ancho camino junto a un prado, en una hermosa y extensa llanura, vio de repente en la falda de una pequeña colina, no lejos de ella, a un hombre de la estatura y parecido de san Francisco de Sales  , vestido con sotana negra, roquete y con bonete en la cabeza, exactamente como estaba cuando lo vio por primera vez en Dijon.

Esta visión le dio mucho consuelo, ya que, al tiempo que miraba la visión, escuchaba una voz que le dijo: "He aquí el hombre amado de Dios y de los hombres, en cuyas manos debe descansar tu conciencia".

Otro día estaba medio adormecida y se vio en un carruaje en compañía de  un grupo de personas que iban de viaje y le pareció que pasaban delante de una iglesia, en donde vio gran cantidad de personas que alababan a Dios con mucho júbilo y gravedad.

Yo quise, dice ella, lanzarme para ir a reunirme con aquel bendito grupo y entrar por la puerta grande de la iglesia, pero fui rechazada y oí claramente una voz que me dijo: "Hay que pasar adelante e ir más lejos. No entrarás nunca en el sagrado descanso de los hijos de Dios, sino por la puerta de san Claudio". Era yo tan poco devota que nunca había prestado atención a este bendito santo, cuya devoción se imprimió entonces en mi corazón y esta vista me proporcionó de nuevo un gran alivio  .

Otra vez, en la capilla de Bourbilly, Dios me mostró un grupo innumerable de jóvenes y viudas que venía hacia mí y me rodeaban y me fue dicho: "Mi verdadero siervo y tú tendréis esta generación: será para mí un grupo escogido que sea santo  .
Por su parte, Dios mismo le mostraba a san Francisco de Sales, en un rapto en la capilla del castillo de Sales, los principios de la Congregación haciéndole ver en espíritu a la que había escogido para su primera piedra fundamental de suerte que estas dos santas almas, viéndose en Dijon por primera vez en su vida, se reconocieron uno y otro  .

El año anterior a conocerse personalmente, en 1603, el 6 de abril, se había inscrito como terciaria de la Orden de San Francisco.


PRIMER  DIRECTOR

El padre de Juana, después del primer año de viudez, le pidió que viniera un tiempo a estar con él y un día, habiendo ido a  nuestra Señora de Etang, que es una iglesia muy devota a dos leguas cortas de distancia de Dijon, encontró allí un religioso y algunas almas piadosas. Se acercó a ellas, que eran hijas espirituales de aquel sacerdote, y le instaron a comunicar su alma con él; a lo que ella se sometió por condescender.

Ella escribió: Veía claramente que no era aquel el que me había sido mostrado. Sin embargo, apremiada por la necesidad de encontrar algún socorro en mis tentaciones, me dejé comprometer y hasta tuve grandes temores de estar engañada y de que mi visión no fuera más que una imaginación  .

Lo cierto es que habló con el sacerdote, quien le exigió hacer cuatro votos para poder dirigirla. Primero debía obedecerlo; no cambiar nunca de director; guardar fielmente el secreto de todo lo que le dijera y por último no se dirigiría espiritualmente con nadie, sino con él. Hizo los cuatro votos y durante mucho tiempo tuvo problemas de espíritu, cuando conoció a san Francisco de Sales y supo que era él el que Dios le había destinado para director espiritual.

El primer director la cargó con meditaciones, métodos, acciones, prácticas, etc., y su martirio duró dos años y algunos meses.







SEGUNDO  DIRECTOR

El año 1604 los regidores de Dijon consiguieron de san Francisco de Sales que honrara su ciudad, predicando la Cuaresma. El padre de Juana le avisó y ella obtuvo permiso de su suegro para poder ir y asistir a los sermones. A la primera mirada, reconoció que él era el director que Dios quería para ella. Por su parte san Francisco también observó que estaba muy atenta y preguntó al obispo Bourges quién era esa señora viuda; y le respondió que era su hermana Juana. Lo invitaron a su casa a comer y así ella pudo hablar con él, aunque al principio no podía hablarle de sus inquietudes espirituales porque tenía miedo de quebrantar el juramento hecho al otro sacerdote.

Uno de los días le oyó decir que iba a ir con su madre a San Claudio. Si ella quería ir, podrían encontrarse allí. Juana aceptó, pensando en que Dios en una ocasión le había dicho que no entraría en el descanso de los hijos, sino por la puerta de san Claudio. Allí se encontraron y ella se confesó con él, aunque no le abrió su corazón todavía, pero quedó muy contenta.

Empezó en ella una lucha interna entre su deseo de ser dirigida por el hombre que Dios le había mostrado y su primer director, a quien había prometido obediencia y dirigirse sólo con él. El día de Pentecostés fue a visitar al padre Villars, Rector de los jesuitas para contarle su lucha interior. Él le dijo claramente que era la voluntad de Dios que se pusiera bajo la dirección del obispo de Ginebra, Francisco de Sales. Ella se tranquilizó. Cuando fue a hablar con su primer director, éste la asustó y le hizo entrar en grandes remordimientos por querer deshacer su voto. Después fue al padre Villars y el volvió a asegurarle que la voluntad de Dios era dirigirse con el santo obispo.

Con estos problemas interiores le escribió al obispo, pero él no le dio una respuesta inmediata y le contestó que había que esperar y orar para conocer bien la voluntad de Dios. Oraron mucho y ella acudió a un padre capuchino, que era considerado un santo varón, quien tuvo una visión, le exigió que no tardara más en dirigirse con el obispo, porque esa era en verdad la voluntad de Dios.

Cuando volvió de nuevo a hablar con su primer director, él la obligó a renovar otra vez su voto de dirigirse sólo con él. Ella lo hizo. Esto se lo comunicó al obispo. Él le manifestó: "Obedeced a vuestro primer director, filial y libremente". Otra vez fue al padre Villars, jesuita, quien le aseguró con gran autoridad de parte de Dios que, si no se dirigía con el santo obispo de Ginebra, estaría resistiendo al Espíritu Santo. Todo esto se lo comunicó al obispo, quien le dio cita para encontrarse en San Claudio como la vez anterior. Era el día de San Bartolomé de 1604 y le hizo contar todo lo que le pasaba. Al día siguiente, le respondió: "No he podido dormir esta noche, pensando en vuestro asunto. Y he visto claro que la voluntad de Dios es que me encargue de vuestra alma. Los cuatro votos al primer director no valen nada  y sólo han servido para quitar la paz de su conciencia".

Aquella misma mañana, con gran alegría, hizo una confesión general con él, quien le dio un papelito en el que decía: "Aceptó en nombre de Dios el cargo de vuestra dirección espiritual para emplearme en él con todo el esmero y fidelidad que me sea posible y tanto como mi cualidad de obispo y los deberes y precedentes a que estoy ligado puedan permitírmelo  .

Ella hizo voto de obedecerle y se lo envió por escrito y el obispo le entregó un método para entrar cada día de la semana a vivir en una de las llagas de Jesús, y le cambió el modo de hacer oración. Ella dijo: Qué feliz fue para mí ese día. Me parecía que mi alma cambiaba de aspecto y salía de la cautividad interior en que el primer  director me había tenido  .

San Francisco de Sales, viendo su pureza de vida, le ordenó comulgar todos los días. Ella le pidió comulgar menos veces para no llamar la atención de las que sólo tenían permiso para comulgar algunos días, pero él le ordenó continuar así  .



















CAPÍTULO  SEGUNDO
VIDA  RELIGIOSA

UNA  NUEVA  CONGREGACIÓN

Ella nos dice: Cuando quiso la providencia de Dios romper el lazo que me tenía atada, me concedió al mismo tiempo grandes luces sobre la nada de esta vida y vehementes deseos de consagrarme toda a Dios. Desde entonces hice voto de castidad. Hay que advertir que algún tiempo antes de mi viudez, Dios me atraía con fuerza a servirle, tanto por medio de buenos afectos, como por diversas tentaciones y tribulaciones, que me hacían volver a Él. Sin embargo, todo eso no me inclinaba, al principio, más que a vivir cristianamente en mi viudez, educando en la virtud a mis hijos; pero algunos meses después, además de la grande aflicción que tenía por mi viudez, Dios permitió que mi espíritu fuera agitado de tan diversas y violentas tentaciones, que si su bondad no hubiera tenido piedad de mí, hubiera sin duda perecido en el furor de aquella tempestad, que no me daba casi tregua alguna.

En medio de esos trabajos, nuestro Señor aumentó en mí el deseo de servirle. Los atractivos que recibía de Dios eran tan grandes que hubiera querido abandonarlo todo e irme a un desierto para hacerlo más entera y perfectamente, y fuera de todos los obstáculos exteriores; y creo que, si el lazo de mis cuatro hijos pequeños no me hubiera retenido por deber de conciencia, me hubiera escapado, como una desconocida, a Tierra Santa para terminar allí mis días. Sentía deseos inexplicables de conocer la voluntad de Dios y de seguirla, sucediera lo que sucediera. Y me parece que este deseo era tan grande que me consumía y devoraba el interior. Mi corazón, por cierto clamor interno, requería a cada momento (de una manera que no sé expresar) que la voluntad de Dios se manifestara a mí. Todo esto no disminuía mis tentaciones; por el contrario, esos atractivos interiores me las hacían más intolerables, pareciéndome que me impedían amar y servir a Dios, según los apremiantes y continuos deseos que Él me inspiraba  .

Ella le había manifestado varias veces a su director que quería ser religiosa. Un día por fin él le dijo:

- Hay que entrar en Santa Clara.
- Sí, padre mío, estoy dispuesta.
- No, no sois bastante robusta. Tenéis que ser hermana del hospital de Beaune.
- Todo lo que os plazca.
- No es esto tampoco lo que quiero. Tenéis que ser carmelita.
- Estoy pronta a obedecer.

Entonces le planteó el proyecto de una nueva Congregación y le manifestó: Hija mía, cuanto más lo pienso, más me afirmo en esta resolución. Hay que plantar en nuestro pequeño Annecy el germen de nuestra Congregación, pues será un árbol que extenderá sus ramas por todo el mundo y será muy conveniente que su raíz esté plantada muy profunda en nuestras montañas  .

San Francisco de Sales tenía una hermana jovencita que entregaron a Juana para que la educara. Ella la cuidaba como a una verdadera hija, pero un día se enfermó con fiebre y disentería, y Dios se la llevó. Era el 8 de octubre de 1607. Tenía unos 15 años. Juana lloró mucho, porque la quería y se la habían entregado en custodia. Por eso Dios le inspiró hacer el voto de dar una de sus hijas a la Casa de Sales en lugar de la difunta y, como el hermano del obispo, el barón de Thorens, mostraba interés, se hicieron los preparativos para que pudiera realizarse el matrimonio, con su hija mayor Amada.

La misma Juana era acosada para que se casara por un señor muy rico y seguía insistiendo, aunque le había aclarado muchas veces que no se casaría con nadie, a pesar de que muchos de sus familiares le insistían en la buena partida que ese señor suponía para la familia. Un día en que las tentaciones de aceptar eran intensas, tomó una decisión heroica. Subió a su casa y se grabó con propia mano el nombre de Jesús sobre su corazón.

Lo hizo delante de un crucifijo. La cicatriz le duró toda su vida y la herida fue tan profunda que parecía que no podía cesar la sangre que corría de aquella llaga. Al fin lo consiguió y se sintió feliz de demostrar así a Jesús su amor eterno y su entrega total.

Uno de los días habló en privado con su padre para pedirle permiso para entrar de religiosa y alejarse del mundo. Su padre no podía entender esa decisión y primero quiso hablar con el obispo de Ginebra, a quien estimaba y respetaba. La ocasión se presentó el día del matrimonio de María Amada, de doce años, y del barón de Thorens, de dieciséis. Se realizó el 13 de octubre de 1609, y fue bendecido por el santo obispo de Ginebra. Ese mismo día su padre, el obispo Francisco de Sales y su hermano, el obispo Bourges, se reunieron para deliberar sobre su decisión de ser religiosa. La llamaron, le hicieron muchas preguntas y, al fin, aceptaron la decisión, aunque no estaban de acuerdo en qué lugar entraría. Monseñor Francisco de Sales declaró que lo mejor era fundar un convento en Annecy para estar él cerca y así poder guiar a las primeras religiosas de la nueva Congregación, que se proponía fundar.

Esta nueva Congregación, a diferencia de las ya existentes, tendría como algo diferente el acoger a las personas frágiles y débiles de salud, que sin grandes penitencias corporales pudieran practicar las virtudes cristianas y aspirar a la santidad de vida.

El 29 de marzo de 1610 fue el día fijado para la partida de Juana hacia su nueva vida. Todos sus parientes se reunieron en casa de su padre en Dijon. El hijo de Juana, de unos 15 años, se arrojó a los pies de su madre, queriendo hacerle cambiar de opinión y, como no lo consiguió, se echó en el suelo delante de la puerta para que pasara por encima de él, lo cual hizo ella, a pesar de su dolor al ver sufrir a su hijo. Por fin su hijo se calmó y pudo emprender su viaje en paz. Hizo su entrada en Annecy el 4 de abril de 1610. Llevaba consigo a la señora de Thorens, su hija mayor casada, y a la segunda, Francisca, para educarla a su lado. A la tercera Dios se la había llevado consigo. Su hijo se quedó con el padre de Juana, que sería el responsable de su educación.


COMIENZO  DE  LA  CONGREGACIÓN

San Francisco de Sales compró una casa y comenzaron a prepararla y a erigir un pequeño oratorio como centro de su vida con Jesús sacramentado, el rey, el esposo y el dueño del convento como hogar familiar. Monseñor de Sales acostumbraba a decir que la providencia de Dios había creado la Visitación de la nada, como el universo. Vivían en completa pobreza. Un día les dieron un barrilito de vino de limosna y les duró milagrosamente desde el 6 de junio de 1610 hasta la vendimia del año siguiente, 1611. La Madre Juana por su parte nunca estaba ociosa y decía que perder el tiempo era un robo para la Iglesia, para la Comunidad y para los pobres.

El día que tomaron posesión de su casa-convento, acompañadas de algunos amigos y conocidos, suspiraban por quedarse solas. Cuando todos se retiraron, se pusieron de rodillas y dieron gracias a Dios, diciendo tres veces el Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. A continuación se quitaron los vestidos de civil y se colocaron un hábito sencillo como novicias, pues entraban al noviciado. Por la mañana del día siguiente, Monseñor fue a celebrarles la misa y a continuación se puso la clausura para el primer año de noviciado. Dejaron su nombre de señoras y demás títulos del mundo. A Juana le daban el título de Madre como fundadora y entre ellas se llamaban hermanas. En vez del rezar el Oficio divino, el fundador les había ordenado rezar diariamente el Oficio parvo de la Virgen.

Cuando ya eran diez hermanas, sólo dos eran fuertes, las demás eran de débil complexión. Por eso, la gente de fuera empezó a murmurar que el santo fundador había fundado un hospital más que un convento. Nuestra Madre Juana, desde el mismo año del noviciado, empezó a sufrir diferentes enfermedades. Se había ofrecido a Jesús como víctima y Jesús aceptaba sus sufrimientos por el bien de la Congregación y la salvación de su familia y de tantos pecadores del mundo entero.

La primera que ingresó fue María Jacobina Favre a quien Dios llamó cuando estaba bailando en Chambéry, ya que le hizo ver el vacío y vanidad del mundo. La segunda fue Juana Carlota Bréchard. También Dios llamó a Petra María de Châtel y a María Adriana Fichet, a María Amada de Blonay y Ana Jacobina Coste como tornera.

A esta última, san Francisco de Sales la encontró en la fonda de Escudo de Francia. Ella le habló de su vida interior y su deseo de ser religiosa. El santo le propuso recibir la comunión, algo difícil de conseguir en aquel ambiente, lleno de protestantes. Ella se alegró, pero tuvo un escrúpulo y le dijo: ¿Cómo podrá darme la comunión sin tener sacristán? El santo le respondió: Hija mía, mi ángel custodio, que está entre usted y yo; y el tuyo, que está a tu lado, serán los sacristanes, ya que el oficio de los ángeles es asistir en la misa  .

Ana había estado varios años de criada en la fonda. En tiempo de persecución, escondía a los sacerdotes, mantenía a los religiosos y llevaba secretamente a los confesores a la cabecera de los enfermos. En una ocasión había escondido un grupo de católicos en una bodega y había alimentado por muchos días, haciendo escapar uno a uno a más de 80 soldados católicos. Convirtió a su ama,  la hizo abjurar en secreto y consiguió traerle un confesor para que le diese también la comunión. Después de la muerte de su ama, fue a vivir a Annecy. Estuvo bajo la dirección espiritual de san Francisco de Sales y entró en la Visitación como tornera.

Poco a poco se fueron reuniendo, no todas al mismo tiempo, pero fueron las primeras de la nueva Congregación en 1610.




LOS  VOTOS

El 28 de agosto de 1604 la Madre Juana había regresado a Dijon y, al día siguiente, en la iglesia de nuestra Señora de Etang, hizo sus votos de castidad y obediencia y los firmó: Yo, Juana Francisca Fremiot, aunque indignísima de vuestra divina presencia…, delante de la gloriosísima Virgen María y de toda la Corte celestial, hago voto de perpetua castidad y de obediencia a Monseñor el obispo de Ginebra, salva la autoridad de todo legítimo Superior. Suplicando muy humildemente a vuestra inmensa bondad y clemencia por la preciosísima sangre de Jesucristo que tengáis a bien recibir este holocausto en olor de suavidad y que así como os agradó darme la gracia para desearlo y ofrecerlo, os plazca también dármela en abundancia para cumplirlo. Amen. Escrito en nuestra Señora de Etang el 2 de septiembre de 1604.

El 6 de junio de 1611 fue la consagración de las tres primeras por los santos votos de obediencia y castidad. La víspera, Monseñor de Sales las confesó. Al terminar su confesión nuestra Madre Juana renovó los votos de castidad y obediencia que ya había realizado anteriormente. Ese día era fiesta de San Claudio y la Madre tenía el rostro iluminado por la alegría y el amor de Dios.

La Madre Juana hizo su voto de pobreza ante el santo obispo de Ginebra el 22 de agosto de 1611 del modo siguiente: Yo Juana Fremiot, después de haber renovado mis votos de obediencia y castidad, estimulada del deseo de una vida perfecta, hago voto de pobreza, y pongo a la obediencia y disposición del señor obispo de Ginebra don Francisco de Sales, mi único padre, todos mis bienes presentes y futuros, no solamente en cuanto al uso y fruto; mas también en cuanto a la propiedad y disposición, para vivir en la verdadera pobreza evangélica: así lo protesto yo, y hago voto al Padre eterno en nombre de Jesucristo su Hijo, mi solo Señor y amantísimo Salvador, mediante la gracia de su santo y divino Espíritu, en presencia de la santísima Virgen, Madre de mi Señor Jesucristo, de san José, de mi ángel custodio, de mi santo padre Abrahan, de los santos apóstoles, de mi santa penitente, de mi carísimo san Bernardo, y de toda la Corte celestial. Así sea  .








CARIDAD  COMO  RELIGIOSA

Había en el arrabal de Annecy una pobre mujer imposibilitada de todo su cuerpo, que tenía una enfermedad al vientre acompañada de disentería. No podía levantarse de su pobre lecho, ni siquiera volverse sola de un lado a otro. Todas las mañanas, nuestra bienaventurada Madre iba a asearla. Su compañera sostenía a esa pobre criatura entre sus brazos, mientras que nuestra digna madre le cambiaba las ropas, haciendo un lío con las que le quitaba de encima, y se las llevaba a casa para lavarlas y limpiarlas. Perseveró en hacer esta caridad durante cuatro o cinco meses, después de los cuales, habiendo sanado esta mujer de su enfermedad al vientre, le sobrevino otra molestia, y todas las mañanas la encontraba nuestra digna Madre toda mojada, y con su compañera secaba las sábanas a la lumbre, mandando a ésta que apartara su rostro para no percibir el humo pestilencial que salía de aquellos lienzos; en cuanto a ella, no volvía la cara, y cuando se lo advertían, decía: "Estoy ya hecha a esto".

Ocurrió que una pobre y desdichada joven, completamente pérdida de cáncer y viruelas, llegó a estar enferma hasta el extremo; y como había abandonado a Dios, las criaturas la abandonaron a su vez. Algunas señoras de la ciudad, que tenían encargo de avisar a nuestra bienaventurada Madre de las enfermas que hubiera, le dijeron que en cierta granja se encontraba esta desdichada, añadiendo: "Pero no hay razón para ir a servir a esa abandonada, que ha hecho tanto mal". Al contrario, dijo nuestra digna Madre, no hay motivo para abandonarla; puesto que ha hecho tanto mal, hay que ayudarla para volver al buen camino". Inmediatamente se fue a ver a aquella pobre criatura, que encontró en una espantosa miseria, tan cubierta de úlceras e insectos, que daba compasión; tenía una fiebre ardiente y un fuerte catarro; pero como se encontraba sumamente débil, no podía expectorar. Nuestra caritativa Madre, con un lienzo blanco, le sacaba las flemas de la boca, sin preocuparse del peligro que hay en recibir el aliento y tocar la saliva de semejantes personas. Le cortó los cabellos con sus propias manos, peinándola todos los días para limpiarla de su miseria (lo que hacía a menudo con los pobres), y por fin la asistió con tanto esmero y caridad, que le curó el cuerpo y el alma, lo que llenó de edificación a toda la ciudad.

Otra pobre mujer forastera, no sabiendo dónde alojarse, se fue a recoger a un establo, detrás del ganado, en donde dio a luz, sola, sin esperanza de socorro humano; pero Dios tuvo compasión de ella, y a la mañana siguiente dio un gran ímpetu de ánimo a nuestra bienaventurada Madre, para ir en busca de aquel establo, que estaba bastante apartado, y donde debía encontrar, sin embargo, una buena faena. En efecto, encontró a aquella pobre mujer y a su niño, ambos muy próximos a la muerte; y tomó rápidamente a la criaturita entre sus brazos, poniéndose de rodillas le echó el agua de socorro, temiendo que muriera. Después lo hizo bautizar, prestó todos los oficios de caridad a aquella pobre mujer, hizo que se le llevara una cama y la sirvió durante toda la cuarentena, y también en una grave enfermedad que tuvo después. Practicando esta caridad, nuestro Señor dio a su fiel sierva luces muy particulares sobre su nacimiento en un establo, y decía que no podía mirar aquel establo, donde había asistido a aquella mujer, sin sentir devoción y gratitud  por los beneficios que Dios le había hecho en él  .

El día primero de enero de 1612, como acostumbraba la Madre Juana, salió de casa con la hermana Favre para ir a servir a los pobres y enfermos. A quien le preguntaba si no se cansaba de cuidar y servir a pobres y enfermos, respondía: No he caído en la cuenta de que sirvo a las criaturas. Siempre he creído que en la persona de los pobres curo las llagas de Jesucristo, cuando estaba lacerado por nuestros pecados y cubierto de tantas llagas, como si hubiera sido atacado de una lepra universal  .

A estos  detalles que estremecen, la Madre María Adriana Fichet añade otros aún más heroicos. "Nuestra bienaventurada Madre tenía tan grande y natural aversión a matar los animalillos asquerosos, que la porquería y la pobreza engendran en la cabeza, que leprosos y cancerosos le parecían nada en comparación de esto, y prefería curar muchos de estos pobres infelices a matar uno solo de dichos animalillos; sin embargo, la hermana tornera vino un día a decirle que una pobre mujer estaba tendida en medio del camino. Nuestra santa la hizo venir y después se encerró con  la hermana tornera, y estuvo dos horas largas limpiando su ropa, y matando los animalillos de que estaba llena, procurando que las hermanas lo ignorasen de todo punto".

La Madre Favre, de la cual decía la santa Madre de Chantal que era imposible explicar el santo fervor que mostraba cuando iba a visitar a los pobres, tuvo un día una recompensa muy preciosa. Pasaba, acompañada de la Madre de Fichet, por delante de las ventanas del palacio episcopal, cuando san Francisco de Sales, que estaba en cama por una llaga que tenía en la pierna, las hizo llamar. Vais —les dijo— a curar a los enfermos, aquí hay uno que tiene una llaga en la pierna. ¿Queréis curarme por caridad? Muy contentas de poder hacer este servicio a su bienaventurado padre, empezaron la cura con una mano trémula de respeto y alegría, lo que le hizo sufrir mucho sin que lo manifestase; y sólo cuando acabaron de curarle, les dijo: "Hijas mías, cuando curéis a los pobres es menester asegurar bien la mano para no temblar, y no apresurarse tanto, porque cuando se toca la carne viva sin mucho tiento, duele muchísimo". De vuelta a su casa contaron su aventura, que excitó la emulación de las demás hermanas, y todas solicitaron la honra de ir a curar al santo enfermo; pero él no quiso que fuese ninguna, y les mandó decir: "No podré veros hasta que pueda llevar mi pobre pierna al locutorio"  .


PROVIDENCIA  DE  DIOS

Una vez, no sabiendo de dónde sacar para mantener a su Comunidad, confió amorosamente este cuidado a la celestial providencia, cuando he aquí que un desconocido llama a la puerta y dice a la portera: "Haced que venga la Madre de Chantal". Cuando llegó ésta, púsole en la mano un papel sin decirle lo que era. Solamente le dijo: "Señora, el que os envía esta limosna os pide que roguéis por él". Y se marchó sin añadir más.

Nuestra digna Madre volvió a la Comunidad, pues era tiempo de recreación. No había aún abierto su papel, que desplegó ante todas las hermanas y encontró en él ochenta escudos. Las lágrimas se agolparon a sus ojos con humilde gratitud hacia la divina bondad, y llevó a todas sus amadas hijas a rendir acciones de gracias al autor de todos los bienes. De allí a algún tiempo, encontrándose un poco apurada, no teniendo con qué comprar una custodia de plata, apenándola dejar el Santísimo Sacramento en una de estaño, rogó a este divino Salvador que, puesto que tanto se cuidaba de sus esposas, tuviera también cuidado de sí mismo; lo que hizo, y cuando menos se pensaba, una persona desconocida vino de nuevo a llamar a la puerta, y sin querer decir su nombre, entregó una custodia de plata sobredorada, rogando con insistencia que la utilizaran lo antes que fuera posible  .

Una Superiora iba una vez apresurada al arca del convento para sacar cierta suma para una necesidad urgente. No encontró sino una miserable moneda, y sonriéndose las hermanas al ver esto, le preguntaron alegremente si el ángel Rafael no completaría la suma. La Madre, sin turbarse, levantó los ojos al cielo como para despertar a la amable providencia, según la expresión de las antiguas "Memorias". En ese momento llamaron a la puerta. Era un sujeto que traía cien luises de oro. "Hijas de poca fe, dijo entonces la Superiora, ¿os convenceréis al fin de la fidelidad con que cumple Dios sus promesas?".

Estas escenas encantadoras se renovaban sin cesar. En Cremieux no tenían un día las hermanas nada que comer; de pronto tocan la campana del convento, y una buena mujer lleva en su delantal un hermoso pan muy blanco para cada una de las hermanas. En Nevers tenían las hermanas una casa muy estrecha y deseaban un jardincito, pero no querían vendérselo. La Superiora las hizo poner de tres en tres en oración. Antes de concluir la novena, llamaron a la puerta del convento, y era el propietario del jardín, que venía a decir que se lo comprasen. En Moulins era tan grande la pobreza, que ni aun pan llegaron a tener en cierto día. La Madre de Chastelluz, sin desconcertarse, hizo poner a las hermanas en oración, y no habían concluido todavía cuando llevaron al monasterio una suma considerable, de parte de un señor de una provincia lejana, cuyo nombre no habían oído pronunciar jamás. Por último, en Annecy, cuando la Madre de Blonay hacía construir la iglesia, un día que no tenía dinero, fueron a decirle que un pobre campesino, cojo y jorobado, quería hablarle. "Yo me llamo Francisco Esseve, dijo, en medio de los bosques he sabido que edificáis una iglesia en donde descansará siempre mi bienaventurado patrón, Francisco Sales, que me confirmó cuando hacía su visita en Chablais, de donde yo soy, y vengo a traeros mi limosna"  .


NUEVA  CASA

En 1612 la casa del arrabal donde vivían en Annecy se hizo pequeña para las hermanas que pedían ingresar y decidieron construir un monasterio. Cuando se trasladaron a una casa de la ciudad, durante la construcción, la hermana Francisca Roget, de 18 años, enfermó gravemente de tisis y falleció. La Madre Juana la había asistido en su enfermedad y la amortajó con sus propias manos y la enterraron en una sepultura cedida por los padres jacobinos.

Durante el año 1614 se dedicó a la edificación del nuevo convento previsto. También fundó una nueva casa en Lyon. Ella escribió que, cuando se acercaba a esta ciudad, sintió que los ángeles custodios del reino de Francia la recibían y tuvo el presentimiento de que el Instituto crecería mucho en este país como lo estaba haciendo en Annecy. Sin embargo, algunas personas de Lyon quisieron hacer una Congregación de la Presentación y no de la Visitación, como era su nombre oficial. El cardenal de Lyon, Dionisio Marquemont, y otros quisieron cambiar los permisos para la Congregación de la Presentación en vez de la Visitación de Santa María. Y al abrir las patentes se vio que la palabra había sido milagrosamente cambiada y que, donde los hombres habían puesto Congregación de la Presentación, se leía en gruesos caracteres bien formados Congregación de la Visitación de Santa María. Esta maravilla fue en extremo admirada y conmovió mucho los corazones y fue causa de que el pequeño Instituto fuera más apreciado de lo que lo hubiera sido.

Cuando ella regresó de la fundación de Lyon, encontró un grupo de chicas jóvenes que quería ingresar en la Congregación. La cosecha se presentaba abundante y las fundaciones de nuevas casas comenzaron a florecer.

Cuando la peste atacó furiosamente a Annecy, la Madre Juana separó tres habitaciones de la casa, dedicadas una a santa Ana, otra a san Sebastián y la otra a san Roque, llevando allí en procesión las imágenes de estos santos. Y allí llevaba a las hermanas que eran golpeadas por la peste. Ella las atendía personalmente y ninguna murió. De otras casas le enviaron dinero para ayudarse, pues en el convento faltaba hasta lo más necesario, faltaba el grano para hacer pan y ella no quería dejar de atender a los pobres. Por ello propuso a la Comunidad comer pan negro; a lo que todas consintieron de buen corazón. Ella decía que aquel pan, siendo amasado con la santa caridad, estaba tan sabroso que jamás había comido mejor según su gusto. Y por muchos meses Dios multiplicó milagrosamente el grano, tanto para los pobres como para la Comunidad  .


TÍTULO  DE  ORDEN

Unas semanas después de la muerte de su hija María en 1617, la Madre fue atacada por una fiebre continua, que no la dejaba descansar. Se creyó que se moría y recibió el sacramento de la unción de los enfermos. San Francisco de Sales tuvo la inspiración de hacerle aplicar unas reliquias de san Carlos Borromeo, el gran arzobispo de Milán, al cual le hizo un voto. En el mismo instante en que le dio las reliquias a la enferma, ella se sintió curada y, como la suegra de san Pedro, se puso a servir. Esta curación tuvo lugar en febrero de 1618.

Este año 1618 san Francisco de Sales obtuvo del Papa Paulo V que la Congregación de la Visitación fuera erigida como Orden religiosa, teniendo votos solemnes y observando la clausura de modo que ya no podrían salir a atender a los enfermos, porque la nueva Orden tenía que servir a la Iglesia desde la clausura y no con la vida activa. Los conventos serían independientes unos de otros y todos bajo la dirección de la Santa Sede y de los obispos de las diócesis donde estuvieran establecidos; y bajo la Regla de san Agustín.

En las fiestas de Pascua de 1633 se presentaron ante la Madre varias jóvenes que querían ingresar en la Orden. Ella decidió abrir una nueva casa, la segunda en Annecy. Al principio se presentaron algunas dificultades, pero poco a poco se fueron disipando y el día de Santísima Trinidad de 1634, las hermanas destinadas a la fundación fueron llevadas a la segunda casa en una parte independiente de la mansión del señor presidente Favre de La Valbonne.

Ella personalmente fundó 11 casas, pero otras hermanas, hasta su muerte, fundaron otras hasta el número total de 85, la mayor parte de las cuales ella las visitó durante su vida. También tuvo la gracia de ayudar en la reforma de un convento cisterciense. Los monasterios han permanecido conformes a su modo de vivir, unidos entre sí y todos con el de Annecy, el santo manantial, la santa fuente o santa cuna, de donde todos inmediata o mediatamente han salido y esto, no por dependencia, sino por deferencia. Annecy es el punto de referencia para cualquier cuestión que se plantee, como la experiencia de varios siglos lo ha demostrado.

La Madre Juana terminó sus tres años de Priora en Annecy, después de la muerte de san Francisco de Sales, y fue elegida Superiora la Madre Chatel, quien le exigió que le diese cuenta de su interior y de las gracias y favores recibidos de Dios. La sierva de Dios obedeció puntualmente a pesar de la repugnancia de hablar de sí misma  .


MUERTE  DE  SERES  QUERIDOS

La tercera de sus hijas, Carlota, había nacido 15 días antes de la muerte de su padre. Tenía muchas esperanzas en ella, porque era de un carácter angelical. Uno de los seres que Dios muestra a los hombres, pero que se reserva para sí, para el cielo. Murió en enero de 1610.

Después le tocó el turno al papá de Juana. Una mañana el señor Juan Fremiot reunió a sus hijos y nietos, y aunque se hallaba bueno como siempre, les anunció que Dios le había revelado la hora de su muerte, y que moriría al día siguiente. En seguida montó en su mula y fue a despedirse de sus parientes y amigos, diciéndoles sencillamente que estaba de partida para la eternidad.

De vuelta —prosiguen las "Memorias"— nuestro piadoso y venerable anciano, hizo que el día prefijado viniese un eclesiástico a celebrar la misa en una capillita en que podía oírla desde su cama, y dijo terminantemente que, antes de que el sacerdote hiciese la última ablución, exhalaría su espíritu. Pasó la noche muy devotamente, aunque con dolores, y en cuanto amaneció, se confesó, comulgó, recibió la extremaunción, y pidió se empezase la misa, añadiendo estas hermosas palabras: "Porque antes de la última ablución, he de ir a beber el eterno néctar en el reino de mi Dios". Oyó esta misa con admirable devoción, y al mismo tiempo que el sacerdote elevaba el cáliz, elevó este santo anciano sus ojos al cielo y expiró  . Era el año 1611 y su padre tenía 73 años.

Al poco tiempo de terminados los funerales de su padre, le avisaron en 1612 que su suegro acababa de fallecer. Acudió presurosa, acompañada de la hermana Chatel y de los barones de Thorens y Chantal. Una vez terminados los oficios fúnebres comenzó a poner orden en las cuentas y negocios del suegro. Acogió benévolamente a la criada que tanto la había hecho sufrir anteriormente y tuvo compasión de ella, pues podía haberla denunciado por los malos manejos de su gestión. Había dejado de cobrar las rentas de varios años y algunos, que habían pagado, no habían sido registrados. Tuvo mucho trabajo para poner las cuentas claras y con equidad, pero lo consiguió. Antes de regresar a su convento, dejó bien acomodada a la criada y a sus hijos, recompensándoles como si hubieran sido grandes bienhechores, sin hablar del pasado y sin rencores.

A principios de 1617 una nueva desgracia vino a caer sobre su familia. El barón de Thorens recibió órdenes de marchar al frente de un regimiento al Piamonte. Al poco de llegar, fue atacado por una enfermedad perniciosa y falleció en medio de sus soldados. Su esposa, Amada de Chantal, quedaba viuda y, junto con su madre, oyó la misa celebrada por el santo obispo de Ginebra. Después de comulgar, la joven viuda hizo en secreto el voto de castidad, entregándose totalmente a nuestro Señor.

A los tres meses, dio a luz a su hijo, que apenas vivió unos instantes. La abuela, Madre Juana, lo bautizó antes de morir, pero María Amada se encontraba muy mal de salud. Su madre pidió al santo obispo que fuera urgente al monasterio y le dio los últimos sacramentos. Antes de morir, pidió la gracia de poder tomar el hábito de la Visitación. Se lo concedieron y esa misma noche murió. Era el 6 de septiembre de 1617, tenía 19 años de edad. Fue sepultada en el convento de Annecy.











MATRIMONIO  DE  FRANCISCA

Francisca, la segunda de sus hijas, era alegre, graciosa y bella, toda fuego y talento. Una mujer amable y virtuosa. Fue pretendida por el conde de Toulongeon, de distinguida familia y con 15 años más que ella. 

Su madre le recomienda que se case con el conde en una carta en la que le escribe: Hija mía amada, el señor Toulongeon ha venido por la posta a verme para saber, como él dice, de ti; si por ventura no te parecerá muy moreno, aunque en orden a su deseo espero que no te desagradará. En verdad te aseguro, que en orden a mí, no solamente no tengo nada que oponer a este partido, sino mucho para desearlo y nuestro Señor me da en esta ocasión tan grande alegría, que no me acuerdo de haberla tenido igual en todo el tiempo de mi vida por cosas de la tierra. El nacimiento y los bienes, que yo hallo en su persona, no son las cosas que más me mueven; mas sí su espíritu, su voluntad, su liberalidad, sabiduría, honestidad y reputación: en fin, mi amada Francisca, alabemos a Dios por tal ocasión: tú, hija mía, disponte por gratitud a amarle y servirle mucho mejor de cuanto lo has hecho hasta ahora, y pórtate de manera que ninguna cosa pueda impedirte la frecuencia de los sacramentos, el ejercicio de la humildad y de la afabilidad: elige por tu guía el "Libro de la Filotea", que sin duda te conducirá bien. No te detengas en pequeñas vanidades de anillos y de vestidos. Tú estás para entrar en la abundancia, mas acuérdate siempre, que es necesario servirse de los bienes dados por Dios, sin tenerles afecto; y de la misma suerte es necesario mirar todas las cosas de este mundo. Tu única ambición será de aquí en adelante el señalarte en el honor, en la modestia, en la sabiduría y en un santo manejo del estado que has de abrazar.

Estoy en realidad muy gustosa, porque tus parientes y yo hemos hecho este trato sin ti: éste es el modo con que se gobiernan las sabias doncellas, en el cual, mi amadísima hija, yo debo siempre concurrir, cuando tú tengas necesidad de algún consejo; en lo demás tu hermano, que tiene mucho conocimiento, está muy contento con este parentesco. Es verdad que el Señor de Toulongeon tiene cerca de quince años más que tú; con todo eso serás más dichosa con él, que si te casaras con un joven simple, aturdido y disoluto, como suelen ser los de estos tiempos: tú te desposarás con un hombre, que no tiene nada de esto: un hombre, que no es jugador, que ha pasado su vida en  la Corte, que tiene grandes rentas del rey... Hazlo, hija, de buena gracia y está segura de que Dios ha pensado en ti y pensará también, si te pones totalmente en sus brazos, porque sirve de guía a todos los que confían en Su Majestad  . Se casaron a fines de junio de 1620.


MUERTE  DE  SAN  FRANCISCO  DE  SALES

San Francisco de Sales murió de apoplejía el 28 de diciembre, fiesta de los santos inocentes de 1622, a los 56 años de edad.

Ese día la Madre Juana estaba en camino de Lyon a Grenoble y sintió una gran tristeza interior. No sabía a qué se debía y, sin reflexionar mucho, hizo un acto de abandono a la voluntad de Dios y se tranquilizó. Al llegar a Grenoble, estando en oración encomendando al fundador, oyó una voz muy clara que le dijo: Ya no existe. Ella entendió que se refería a que él no existía, porque Dios vivía en él. En realidad era un aviso de su muerte. Y al día siguiente, don Miguel Favre, capellán de Monseñor de Sales y confesor del monasterio, recibió la noticia y se la transmitió.

La Madre Juana escribió: Cuando don Miguel Favre puso en mis manos la carta, el corazón me latía violentamente; me recogí toda en Dios y en su voluntad, sospechando bien que había algo doloroso en aquella carta. En ese breve espacio que me mantuve recogida, recibí la inteligencia de las palabras que me habían sido dichas en Grenoble: "Ya no existe"; verdad que me fue por completo aclarada, al leer esa bendita carta. Me puse de rodillas adorando la divina providencia, abrazando lo mejor que me fue posible la santísima voluntad de Dios, y con ella, mi incomparable aflicción. Lloré copiosamente durante el resto del día y toda la noche hasta después de la comunión, pero muy suavemente, y con una gran paz y tranquilidad en esa voluntad divina y en la gloria de que goza el bienaventurado. Pues Dios me dio grandes sentimientos, con luces muy claras, de los dones y gracias que la divina Majestad le había conferido, y grandes deseos de vivir en adelante según las enseñanzas recibidas de este hombre de Dios. He aquí lo que vuestra bondad, mi querida hija, ha querido saber de mi miseria  .

Después de la muerte de san Francisco de Sales, Dios manifestó su gloria, haciendo muchos milagros tanto en su tumba, como en otros lugares  a los que lo invocaban con fe y también por la aplicación de sus reliquias.

El cuerpo del fundador fue llevado a Lyon y de allí a Annecy, donde fue sepultado en la iglesia de las hermanas de la Visitación junto a la reja, esperando que se preparara  un lugar conveniente para su tumba. La Madre Juana pasaba muchos ratos en oración junto a su sepulcro, donde encontraba paz y tranquilidad para su alma.

Los asuntos de la beatificación del siervo de Dios Francisco de Sales se vieron retrasados hasta el año 1632. La Madre Juana por su parte, ya había pensado en ello y había recogido testimonios de varias personas y había ordenado los papeles del siervo de Dios en vista a la futura beatificación. El 4 de agosto de 1632 fue abierta su tumba. ¡Qué sentimientos tan hermosos fue para ella el encontrarlo incorrupto y entero! Cuando todo el mundo se retiró a sus casas, ella fue a las diez de la noche con su Comunidad a venerar este santo cuerpo y estuvo largo tiempo de rodillas. Como los Comisarios habían prohibido tocar el bendito cuerpo para que no se cortara nada de él, no pudo besarle la mano como hubiera deseado. Al día siguiente, obtuvo el permiso y le besó la cabeza y colocó la mano del santo sobre la suya. Entonces el bienaventurado, como si hubiera estado en vida, extendió su mano sobre la cabeza de su hija, como queriéndole hacer una paternal caricia. Ella sintió muy sensiblemente el movimiento sobrenatural de aquella mano muerta que parecía estar aún animada; y conservamos todavía como una doble reliquia el velo que esta digna Madre llevaba en aquel momento. Las hermanas, que se hallaban presentes, vieron aquella santa mano moverse y los dedos estrechar su cabeza  .

La Madre Juana había sido elegida como Superiora perpetua, pero ella obtuvo del obispo de Ginebra, después de la muerte de san Francisco de Sales, que ese nombramiento no tuviera efecto y que ella fuera una de tantas y que todas la Superioras fueron elegidas o reelegidas cada tres años. Algún tiempo después fue elegida Superiora del convento de París por tres años, en los que estuvo bajo la dirección espiritual de san Vicente de Paul.

Cuando visitó el convento de Besançon, los capitulares de la catedral quisieron hacerle un honor y le mostraron el santo sudario de Cristo. Gracia que ella recibió con humildad y gran alegría, diciendo que este favor había sido una de las mayores alegrías y consolaciones de su vida  .











MUERTE  DE  CELSO  BENIGNO

El hijo de la Madre Juana, Celso Benigno, barón de Chantal daba muchas preocupaciones a su madre. Su afición a las aventuras y sus peligrosas amistades, lo arrastraban continuamente a desafíos, de los que salía siempre bien por su destreza en el manejo de las armas, pero en donde arriesgaba su alma, y donde, bajo el gobierno de un hombre como Richelieu, se iba a jugar muy pronto su cabeza.

Uno de estos desafíos metió mucho ruido. Celso Benigno acababa de comulgar en su parroquia el día mismo de Pascua, con su joven esposa y la familia de Coulanges, cuando entró un lacayo en la iglesia, y fue a decirle que Butteville de Montmorency, su amigo, le esperaba en la puerta de San Antonio, y le necesitaba para que fuese su padrino contra Pont-Gibaud, de la casa de Lude. Al momento sale Celso Benigno de la iglesia, y con su traje de terciopelo negro corre al lugar de la cita, y se bate con el valor y fortuna acostumbrada. Júzguese el ruido y escándalo que produciría este suceso. Los predicadores hablaron de este lance en el púlpito; el rey se irritó mucho, y Celso Benigno tuvo que salir de París a toda prisa y retirarse a Borgoña, donde su cuñado, el conde de Toulongeon, lo escondió en Alonne  .
Un caballero noble francés, íntimo amigo suyo, había sido decapitado por ciertas razones de Estado, y la muerte de aquel amigo apartó un poco a Celso Benigno de las aficiones terrenas, no pudiendo borrar de su vista la suerte desastrosa de su amigo, y el final de las locas ocupaciones de los hombres mundanos, que logran a veces, después de mil cuidados y trabajos, un suplicio temporal y un castigo eterno.

Algunos meses después de la muerte de este gran señor, Celso sintió  una noche que lo levantaban por los hombros hasta dos o tres veces, como si quisieran echarlo abajo de la cama, y oyó y conoció perfectamente la voz de su difunto amigo, que le dijo por dos veces estas palabras: "Prepárate, Chantal; hay que venir, hay que venir". El barón de Chantal, que amaba lo suficiente a ese amigo para hacerlo revivir en su memoria, pero no para seguirle a la tumba, le replicó: "No, no, yo no iré todavía". Entonces el espíritu dio un gran golpe cerca de la cama, que fue oído de su lacayo, que dormía allí cerca y despertó al ruido y, habiendo llevado una luz, su amo pasó el resto de la noche leyendo un buen libro, para distraerse y calmar la emoción de su espíritu. Nuestro Señor, que quería disponer al barón de Chantal a una dichosa muerte, permitió que la visita de su amigo fallecido dejara en él frecuentes pensamientos de la muerte. La Corte no le agradaba ya tanto como antes y presentándose una oportunidad para ir a servir a la Iglesia y al rey en la isla de Rhé contra los ingleses, dejó los placeres del Louvre a los demás cortesanos, y él se fue a conquistar el cielo  .
El 22 de julio de 1627, los ingleses se dejaron ver en las costas de la isla de Rhé, y presagiando que al día siguiente por la tarde se daría la batalla, el barón de Chantal se confesó y comulgó con extraordinaria devoción, después de lo cual, en paz con Dios, no pensó ya sino en cumplir su deber como bizarro caballero.

La acción fue sangrienta y duró seis horas. Celso Benigno hizo prodigios de valor. Por tres distintas veces le mataron el caballo que montaba. Recibió veintisiete heridas de lanza, y la última, que le mató, le fue hecha, dicen de mano de Cromwel. Juntando las manos imploró la misericordia de Dios, y murió gloriosamente, defendiendo la Iglesia y el trono. No tenía más que treinta años...

La muerte de Celso Benigno fue llorada por todo el mundo. El arzobispo de Bourges, su tío, quedó inconsolable, y no teniendo fuerzas para dar la noticia a la Madre de Chantal, rogó a Juan Francisco de Sales, obispo de Ginebra, le presentase por sí mismo este cáliz. Escogiendo éste el momento en que la santa acababa de comulgar, la hizo llamar al locutorio después de la santa misa. Una precaución muy prudente tomó el Sr. obispo. Acordándose de lo que había sucedido cuando murió María Amada, mandó a decir a la Madre de Chatel, por medio de la hermana portera, que estuviese pronta a la puerta del locutorio, para socorrer a nuestra digna Madre si se sentía mal. "Y bien, Madre mía, le dijo el Prelado, tenemos noticia de la guerra; se ha dado una gran batalla en la isla de Rhé; el barón de Chantal, antes de entrar en la acción, oyó misa después de confesarse, y comulgó en ella, y"... "En fin, respondió la santa, ha muerto". El buen obispo se echó a llorar, sin poder proferir ni una sola palabra más. Por su parte, la Madre de Chantal quedó muda de dolor  .

Tres meses después del fallecimiento del barón de Chantal, un alma santa lo vio en estado de gracia atormentado en el purgatorio como en un profundo pozo y vio a la bienaventurada madre al borde del pozo con una gran cruz en la mano que alargaba a aquel querido hijo que allí padecía y con eso, poco a poco, lo iba sacando de aquel abismo de sufrimiento  .

En 1632 murió Antonio de Toulongeon, esposo de Francisca, que quedó viuda con dos pequeños hijos. Ese mismo año 1632 o, según algunos, en 1633 su nuera, la baronesa de Chantal, moría, dejando una hija, que llegó a ser la marquesa de Sévigné.


CAPÍTULO  TERCERO
CARISMAS  Y  DEVOCIONES

DONES  SOBRENATURALES

a) VISIONES

El día de la Santísima Trinidad, de 1604, paseándose a la caída de la tarde por las proximidades del castillo, vio venir hacia ella tres jóvenes, de muy buen aspecto, que le pidieron limosna por amor de Dios. No encontrando nada que darles, más que un anillo que había sacado del dedo de su marido, el barón de Chantal, después de su muerte, y que ella estimaba mucho por ser recuerdo del difunto, se despojó de él y lo entregó al primero de aquellos pobres, diciéndole que era para los tres. Ellos, con toda cortesía, le dijeron que sí, que eran buenos amigos y que era suficiente que hubiera dado limosna a uno para todos. Al tiempo que ellos hablaban, sintió la impresión de la divina presencia, y arrojándose a sus pies se los besó, y ellos la dejaron hacer. Habiéndose levantado, se despidieron de ella, que no supo nunca discernir por qué lado se habían ido; pero quedó de tal modo enamorada de los pobres, que en el acto hizo voto a Dios de no negar nunca una limosna cuando se la pidieron por amor de Dios  .

Parece que fue una visión de la Santísima Trinidad al igual de la que tuvo santa Margarita María de Alacoque (visitandina): Jamás se me ha borrado la impresión hecha por las tres divinas personas. Eran tres jóvenes vestidos de blanco, radiantes de luz, de la misma edad, belleza y hermosura  .

La noche de Navidad de 1604 se le apareció la Virgen María y le dijo: Hija mía, mira a mi Hijo, que viene buscando esposa. Ofrécete a serlo y te aceptará. Muchas otras veces tuvo en éxtasis visiones de Jesús, de santos y ángeles.





b) CONOCIMIENTO SOBRENATURAL

El año 1626, en Besançon, se presentaron a la Madre 80 jóvenes que querían ser religiosas. Hizo que todas se pusieran en fila alrededor de la gran sala para decirles una palabra en particular a cada una. Escogió a 36, aceptándolas. Ninguna de ellas abandonó el monasterio.


c) ÉXTASIS  

Un día entró en una capillita de una parroquia para oír misa. Apenas se arrodilló, se apoderó de ella un santo arrobamiento que la privó totalmente del uso de los sentidos de modo que no se dio  cuenta de cuándo el sacerdote subió al altar ni cuándo acabó la misa. Bastante tiempo después, el señor De Thorens fue a buscarla... y la despertó. Ella quedó sorprendida. Le fue necesario algún tiempo para volver en sí y preguntó si no querían que oyera misa. Le dijeron que ya hacía tiempo que había terminado. Entonces se marchó sin decir nada y tan absorta estaba que no sabía siquiera lo que hacía y no pudo comer  .

Un día (en 1635) hablando de esto dijo, que la luz principal que recibió entonces de Dios fue sobre el placer que Dios encuentra en el alma pura y perfecta y que en aquel momento había tenido la inspiración del voto de hacer siempre lo más perfecto y más agradable a Dios, cuando pudiera conocerlo y discernirlo  .

Al día siguiente, día de san Juan evangelista, el padre Francisco de Sales vino a celebrar misa de Comunidad y, durante ella, la Madre Juana hizo ese voto de hacer lo más perfecto.


d) CURACIÓN

Pasando la Madre el año 1636 por la ciudad de Rumilly en Saboya, sor María Inés Paserat, muy enferma y oprimida por una fuerte calentura, suplicó a una de las enfermeras que le trajese alguna cosa de las que se hubiese servido la santa Madre. Dióle al punto esa satisfacción y, aplicándosela, con una viva confianza en sus méritos, adquirió al instante la salud. En el mismo monasterio estaba en peligro de muerte sor Filiberta Francisca Collet, de una calentura semejante a la primera. Fue a visitarla la Madre Juana Francisca, le hizo la señal de la cruz en la frente, y cesó inmediatamente la calentura, y quedó la enferma perfectamente buena. Un día después sor María Catalina Sobillet, que también estaba en la cama con calentura, oyó decir a sus hermanas los dos referidos milagros, y concibiendo una singular fe de conseguir su salud por los méritos de su fundadora, pidió a la enfermera que fuese aprisa al comedor, donde estaba la santa Madre, y le trajese un poco de lo que había sobrado. Le trajo el pan, comió la enferma un poco y recibió la salud  .

El señor Granieu de Grenoble hacía muchos años que padecía fuertes dolores de cabeza. Fue a buscar la salud a la tumba de san Francisco de Sales y llegó el preciso momento en que la Madre salía del monasterio. Este señor se arrodilló y ella apoyó su mano sobre su cabeza. Él se levantó muy alegre y completamente curado. En el locutorio les dijo a las hermanas: "Vine a buscar mi salud en el santo y la he encontrado en la santa"  .

Un día, en Provenza, se alojó en casa de una señora de distinción, la cual por respeto, quiso preparar ella misma la comida. Llegada la noche le dijo: "Madre, bendigamos a Dios. Hace tres meses que todas las tarde tenía un acceso de fiebre pero al entrar usted en mi casa, me ha traído la salud y estoy curada" .

Según iban pasando los años, crecía su fama de santidad. Visitando las Casas de la Orden, Dios manifestó su gloria, haciendo algunos milagros por intercesión de la Madre. Un día encontró en casa de una señora que su hijo único estaba enfermo. Después de darle la bendición a instancias de su madre, quedó al momento curado  .


e) PROFECÍA

Cuando le dieron la noticia de cómo el arzobispo de Bourges, su hermano, había salido muy bien de su grave enfermedad, en que corrió peligro su vida, y que ya únicamente atendía a convalecer, previó y predijo que dentro de poco tiempo padecería su última enfermedad, pues inmediatamente y, sin prevención alguna, insinuó a quien le dio el aviso: "No vivirá mucho, ni será muy larga su convalecencia"; lo que se verificó poco después con la muerte del hermano.

Habiendo ido el año 1607 a Saboya para dar a san Francisco de Sales cuenta de su conciencia entre otras damas, vio embarazada a la señora de la Roca, y le dijo que procurase conservar su salud, pues la niña que tenía en el vientre sería religiosa en la Congregación que el dicho santo ideaba formar, como en realidad sucedió, según su predicción, porque a su tiempo dio a luz una niña; y aunque sus primeras inclinaciones, animadas de un grande amor a la vanidad, indicaban que una doncella dedicada a las delicias del mundo, nunca abrazaría las penas de la Religión, con todo eso la Madre Juana Francisca jamás dejó de asegurar su entrada en la Orden. Contra la opinión de todos, entró en el monasterio de Chambery. Y fue una de las diez primeras religiosas de la Orden con el nombre de sor María Inocencia de la Roca.

Pasando en una ocasión por Roche, ciudad del obispado de Besançon, se hospedó en casa de un cierto Chatier, que tenía once hijas y un varón. Por el gran aprecio y veneración que tenía a las virtudes de la Madre, le rogó que bendijese su familia; y le manifestó después su gran deseo de que algunas de sus hijas se hiciesen sus religiosas: ella las miró muy bien a todas y le respondió que san Bernardo quería tres en su Orden; pero que ninguna entraría en la Visitación, sino sus nietas por parte de su hijo. Entraron, como había predicho, tres de sus hijas en el monasterio de las Bernardas. Se casó después el hijo, que entonces era muy joven, y dos hijas suyas fueron religiosas en el primer monasterio de Annecy.

Cuando el abad Carlos Augusto de Sales, sobrino de san Francisco, se acercaba a la edad de recibir las Órdenes sacras, no solamente sentía interior repugnancia, por cuya causa le aconsejaban que no se ordenase, sino que estaba ya casi resuelto a dejar el estado eclesiástico. Llegó esta noticia a Juana Francisca y al instante dijo: "Le pasarán todas sus dificultades y resistencias al sacerdocio. Dios le dará el obispado de su tío". Se vio por los efectos verificado lo referido; y por eso el dicho señor guardó siempre como reliquia un ceñidor que le regaló la Madre, cuando vistió el hábito clerical.

En su viaje hecho a Turín para fundar un monasterio de su Orden, profetizó la muerte del duque Francisco Jacinto, y que le sucedería Carlos Manuel. A la Marquesa de Aix, que hacía continuas promesas por lograr sucesión masculina, le dijo que no moriría sin heredero, y en realidad tuvo un hijo. A sor Clermont, su secretaria, insinuó que sanaría de su grave enfermedad y no moriría tan presto, como se demostró después. Escribiendo a una Superiora el año de 1638, se explicó en estos términos: "Yo no siento indisposición alguna, y no creo morir antes de tres años". Fue esto así, pues murió al fin del tercer año en el mes de diciembre de 1641. A  sor Juana Estéfana Quiot, religiosa suya del monasterio de Chambery, en una ocasión que pasaba por allí le manifestó: "Hija mía, cuando tenga noticia de mi muerte, prepárese, porque la suya sucederá poco después"; y por cierto ella murió el 13 de diciembre de dicho año, y esa religiosa, con dos días solos de enfermedad, murió el 14 del mes siguiente  . 


f) MILAGROS

La misma noche del día en que se estableció en Cremieux el monasterio, de repente, y cuando todo el mundo estaba acostado, se prendió fuego la casa de las dos señoras fundadoras. Un viento fuerte activaba y aumentaba el incendio. Los terribles relinchos de los caballos encerrados en las cuadras, llevaban muy lejos el miedo y el espanto. Corrieron a decírselo a la Madre de Chantal, y, en el momento en que la bienaventurada se arrodilló, se apagó el fuego como si hubiera caído encima un diluvio de agua. Los techos que empezaban a hundirse, quedaron como suspendidos en el aire, y se encontraron montones de paja medio quemados: sólo un poder sobrenatural pudo detener y apagar este fuego, que era tan voraz. Bastará decir que se encontraron en los pesebres, caballos de tiro de gran alzada, de valor de cien escudos cada uno, muertos y enteramente abrasados. Todos gritaban: "¡Milagro! ¡Milagro!". Pero la humilde sierva de Dios no dejó de inculcar con todas sus fuerzas que este milagro se había otorgado por intercesión del santo fundador, a cuyo sepulcro había hecho voto de que la señora de Mepieu llevaría una casita de plata, lo que esta señora ejecutó fielmente. Pero por más que hizo esta alma verdaderamente humilde, no pudo impedir que le atribuyesen el milagro, y desde entonces todos los habitantes de Cremieux le tienen especial devoción  .


SUS  PRINCIPALES  DEVOCIONES

Amaba con toda el alma a la Santísima Trinidad. En una oportunidad tuvo una visión de las tres divinas personas. También era muy amante de Jesús Eucaristía y en este sentido se opuso hasta de niña a los protestantes, que negaban la presencia real de Jesús en este sacramento. Con relación a la Virgen María, desde que murió su madre, se consagró a ella como una hija y en algunas oportunidades se le había aparecido como en la Navidad de 1606.

Entre los santos tenía especial devoción a Abraham, a los apóstoles, a los mártires y los grandes santos de los primeros siglos. Ordenó que durante el noviciado todas las hermanas rezaran cada día las letanías de los santos. Escribió de su mano un librito de oraciones a san Juan Bautista, a san Juan evangelista, a san Francisco de Asís y a santa Paula; y otro pequeño a san Bernardo, con el cual se complacía mucho leyendo sus escritos.

También profesaba una especial devoción a su ángel custodio. Mandó que se pegara en la puerta de las celdas una imagen del ángel da la guarda para que todas se acordasen de él al entrar y salir de sus habitaciones.

Una vez, yendo de viaje, le dijo a su compañera: Acostumbrémonos, al entrar en las casas, a saludar a los santos ángeles que las custodian y, al salir, recibamos su bendición. Todos los días ella le pedía a su ángel, antes de acostarse, que le diera la bendición. El día que renovó sus votos de pobreza, castidad y obediencia invitó a los ángeles de la guarda que fueran testigos de ese acto. En una oportunidad en que se acercaba a la ciudad de Lyon para fundar allí un nuevo convento, aseguró que sintió la presencia de los ángeles custodios de Francia que la recibían.

Esta devoción a los ángeles se la fortaleció también su director espiritual, San Francisco de Sales. En una ocasión cuenta Ana Jacobina Coste que quería comulgar y, cuando le iba a dar la comunión este santo, ella le manifestó que no había sacristanes para ayudarle. Él le respondió: Tu ángel y el mío serán los sacristanes, ya que el oficio de los ángeles es también asistir al santo sacrificio de la misa  .

Ojalá que todos tengamos devoción al ángel de nuestra patria, de la ciudad en que vivimos, de nuestros familiares o de las hermanas de la Comunidad, a nuestro ángel custodio y a los de cada uno de nuestros seres queridos presentes, antepasados y futuros. Con su ayuda y la de nuestros santos protectores y de los de nuestra especial devoción, el camino de la vida se nos hará más fácil y hermoso.












CAPÍTULO  CUARTO
EN  EL  MÁS  ALLÁ

ÚLTIMA  ENFERMEDAD

Estaba en Moulins el 8 de diciembre de 1641 y le empezó la fiebre. El médico de la señora duquesa de Monmorency fue llamado inmediatamente, y juzgó que no era más que la fiebre de un resfriado, pero a las cuatro de la tarde cambió de opinión, y aseguró que se trataba de una fiebre peligrosa, con inflamación de los pulmones.

No se escatimó nada para aliviar a esta inestimable enferma. Se le aplicaron todos los remedios oportunos, puesto que hasta la digna señora de Montmorency ofreció a Dios su vida para salvar la de la enferma. La excelente Madre De Musy, que era entonces Superiora, fue a hacer idéntico ofrecimiento de la suya y de la de todas sus hijas, con su consentimiento; pero Dios, el dueño soberano, quiere lo que quiere y a Él sólo le pertenece el querer. Se expuso el Santísimo Sacramento para las Cuarenta Horas en nuestra iglesia. Todas las casas religiosas de Moulins se pusieron en oración. Se recurrió a hacer numerosas limosnas, votos y misas, que se hacían celebrar en diferentes iglesias; pero Dios quiso que las alas de esta paloma, que se lanzaba hacia las regiones eternas, tuviesen más fuerza para llevársela al cielo que todo el esfuerzo que se empleaba para retenerla en la tierra, y su mal, siempre en aumento, la conducía a su verdadero bien. El martes por la mañana, dijo a nuestra querida hermana Juana Teresa, que la asistía y acompañaba, que fuera a comulgar y a hacer buenos actos de resignación a la voluntad de Dios, significándole con esto que era preciso separarse.

A la una de la madrugada del cuarto día, como la opresión aumentase, el médico juzgó que ya no había esperanza, y dispuso que se le diera el santo Viático. La señora de Montmorency, que casi no se movía, ni de día ni de noche, del cuarto de esta digna Madre, deshecha en lágrimas, le suplicó que se aplicara las reliquias de nuestro bienaventurado Padre. Ella le respondió: "Señora, lo haré gustosa, puesto que lo queréis; pero, si no fuera por el afecto que os profeso, tendría en ello alguna repugnancia".

Condescendiendo, pues, tomó con gran reverencia aquellas santas reliquias, por cuya aplicación había curado a tantas otras enfermas, y dijo en alta voz, con las manos juntas: "Dios mío, si es vuestra voluntad y vuestra mayor gloria, para consuelo de mi querida señora, dadme la salud por intercesión de nuestro bienaventurado Padre". Después dijo: "No creo que quiera curarme". Mas, advirtiendo que estas palabras entristecían mucho a todas las que se hallaban presentes, añadió: "Hay que esperar en lo posible que nuestro bienaventurado Padre hará alguna cosa en favor de mi querida señora".

Demostrando bien con esto su perfecta indiferencia a morir o a vivir. Hacia las cuatro de esa misma madrugada hizo un examen de su conciencia, y se confesó con el padre De Lingendes, Rector de la Compañía de Jesús, que la asistió en su último trance; ordenándolo así Dios para hacerla más conforme a nuestro bienaventurado Padre, que estuvo también asistido, a la hora de la muerte, por un padre de esta misma Compañía.

Después de esta revisión de su conciencia, hizo llamar a nuestro confesor, que la acompañaba en su viaje, y a nuestra querida hermana que había llevado de compañera, para hablarles por última vez, encargándoles que escribieran de su parte su despedida a la Comunidad de Annecy, y que nos conjuraba a vivir en grande unión y recíproco amor, conservando la sinceridad y sencillez del espíritu del Instituto; que, sobre todo, se guardaran mucho de ambicionar los cargos. Que Dios debía bastar para todo.

Esta digna Madre, que tanto había amado siempre el buen orden de la casa de Dios, no quiso que se le llevara el Santísimo Sacramento antes que se levantara la Comunidad. Al oír el despertador, se dispuso a recibir ese pan de vida por medio de actos de sincera humildad, pidiendo perdón a la Comunidad por haberla "desedificado", y que no tenía más pena que la de no haber observado bien sus Reglas. Estando presente el Santísimo Sacramento, le dirigieron algunas palabras, según ordena la santa Iglesia, tocantes a la fe en este augusto Sacramento. Entonces, haciendo un esfuerzo, a pesar de la opresión que tenía en el pecho y de la debilidad a que la había reducido una continua y abrasadora fiebre, levantó su voz y, con palabra viva y potente, dijo: "Creo firmemente que Jesucristo está en el Santísimo Sacramento del altar. Siempre lo he creído y confesado, y ahí le adoro y reconozco por mi Dios, mi Criador, mi Salvador y Redentor, que me ha rescatado con su preciosísima sangre; yo daría de buen corazón mi vida por esta creencia, pero no soy digna. Confieso que no espero mi salvación, sino únicamente de su misericordia.

Después de la comunión, dijo con gran fervor: "Padre mío, mientras tengo el juicio sano, os pido con todo mi corazón los santos óleos, suplicándoos me los deis cuando sea tiempo". Aquel mismo día dedicó una parte de la mañana a conferenciar con el padre De Lingendes sobre el asunto de la carta que deseaba escribir por última vez a toda la Orden. Este buen padre admiraba su gran presencia de espíritu y la solidez de su juicio en medio de tan grande fiebre y opresión. Le habló mucho de la sumisión que el alma debe tener a la voluntad de Dios, a lo que la enferma asentía dando testimonio de que aquel discurso le agradaba en extremo.

A la caída de la tarde, le suplicaron que aceptara que le llevasen la santísima comunión inmediatamente después de las doce de la noche, a causa de su debilidad, y que, habiendo comulgado por Viático, no tenía que comulgar en ayunas. Contestó que no había que hacer todo aquel trastorno en la noche, puesto que ya había recibido el santo Viático, y que era indigna de la gracia que tenía de comulgar todos los días. Se privó, pues, humildemente, para someterse a Dios, a su enfermedad y a la tranquilidad de la noche y del silencio monástico, de la comunión de aquel jueves, que era el quinto día de su enfermedad. El médico le hizo tomar algunos remedios extraordinarios, y, no obstante la violenta agitación que le producía su mal, obedeció su orden de permanecer dos largas horas sin moverse. Durante ese reposo, su mal se agravó, y le preguntaron si no habría que darle los santos óleos. —No, todavía no urge; me encuentro aún bastante fuerte para esperar—.

A las dos de la tarde, aproximadamente, se sentó en su cama, y con rostro sereno, la mirada firme y voz bastante fuerte, que daba alguna esperanza de curación, hizo escribir a todas nuestras casas su despedida y las santas instrucciones de humildad, sencillez, observancia y perfecta unión que nos ha legado como maternal testamento. Después que pusieron esta carta en limpio y que la hubo firmado, dijo que su conciencia se encontraba en extrema paz y que no tenía nada más que decir. La prontitud de este espíritu vehemente iba debilitando cada vez más la carne flaca de esta digna Madre, que después de ese trabajo se adormeció un poco. Después, al despertar, creyendo haber hablado en sueños y que la señora de Montmorency estaba, como de costumbre, a la cabecera de su cama, dijo: "Señora, ¿me habéis oído?". Se le dijo que la duquesa había ido a cenar al comedor. —Dejadla, es que quería hablar con ella del breve reposo que he tomado en Dios.

Aprovechándose de esta ausencia, habló a nuestras hermanas del agradecimiento que debían a Dios por haber llamado entre ellas a esta virtuosa princesa, a quien debían respetar y amar mucho. Como volviera entonces del refectorio, la enferma le dijo: "Mi querida señora, he conversado con vos en espíritu; pero mañana, Dios mediante, os diré más". Aquella noche, que fue la última de su vida, no pudiendo descansar, se hizo leer el epitafio de san Jerónimo en la muerte de santa Paula, a lo que prestó maravillosa atención, y repitió varias veces: "¿Qué somos nosotras?… ¡No somos más que átomos, al lado de esas grandes y santas religiosas!".

Se hizo leer también el capítulo de la muerte de nuestro bienaventurado Padre, para conformarse a él, lo mismo en la muerte que en la vida. La señora de Montmorency se encontraba a su lado cuando le leían el capítulo del libro noveno del Amor de Dios. Miró bondadosamente a esta virtuosa señora, que lloraba copiosamente, y estrechándole la mano con cariño le dijo: "Esto es para vos, señora", añadiendo otras varias palabras para inducirla a una perfecta resignación, confesando que Dios la había unido de tal manera a su corazón, que, no obstante lo mucho que había deseado la muerte, de buen grado hubiera aceptado vivir algún tiempo para servicio y contento de esta gran señora, pues el dolor en que la veía sumida ante la separación la hacía sufrir más que su mismo mal.

El resto de la noche se hizo leer en las Confesiones de san Agustín la muerte de santa Mónica, y como encontraran el pasaje en que san Agustín hace notar que santa Mónica no se preocupaba de morir fuera de su país, dijo: "Eso es para nosotras", manifestando su indiferencia por morir fuera de su monasterio de profesión. Hacia las cuatro de la mañana, le preguntaron cómo se encontraba, y respondió: "La naturaleza rinde su combate, y el espíritu sufre".

Poco después, para cumplir su promesa, habló en particular con la señora duquesa, durante hora y media. Dio su bendición, por obediencia, a todas sus hijas, tanto ausentes como presentes, especialmente para las de esta Comunidad de Annecy. El viernes, a eso de las ocho de la mañana, pidió que fuera el padre De Lingendes, por quien deseaba ser asistida en su último momento. Conversó con él largamente en particular, haciéndole una narración de toda su vida, y en especial de su estado presente, preguntándole si tenía algo que cambiar para disponerse a la muerte. Le dijo que Dios la había puesto en un estado de reposo, de sencillez y de confianza en su bondad para no querer más que su beneplácito; que nuestro bienaventurado Padre y alguno de sus venerables prelados la habían confirmado en este camino. El padre, a su vez, la confirmó en su paz, y ella le declaró lo que contenía la bolsita que llevaba colgada al cuello, suplicándole que se la pusiera en las manos cuando estuviera en la agonía, y que la enterraran con ella. Sintiéndose agotada, suplicó al padre le diera los santos óleos, los que recibió con tal fervor de espíritu, que, contestó ella misma a todas las oraciones; terminado el acto, puesto el padre de rodillas delante de la cama, le suplicó que le diera su bendición a él y a todas sus hijas, todas las del Instituto. 

Ella se excusó humildemente, rogándole que más bien él la bendijera, lo que se vio precisado a hacer; pero también, por virtud de la obediencia, forzó la humildad de la enferma, y ella, con las manos juntas y los ojos levantados al cielo, dijo: "Mis queridas hijas, he aquí, pues, la última vez que voy a hablaros, puesto que tal es la voluntad de Dios. Os recomiendo con todo mi corazón que rindáis gran respeto y obediencia a vuestras Superioras, mirando a nuestro Señor en ellas. Vivid perfectamente unidas unas con otras, pero con la verdadera unión de corazones, repitiendo muchas veces estas palabras: "pero con la unión de corazones". Vivid en una gran sencillez y conservad la integridad de la perfecta observancia; por este medio atraeréis sobre vosotras las bendiciones de la misericordia divina, que yo le suplico se digne derramar sobre todas las hijas de la Visitación.

Después de haber dado su bendición, dijo todavía a la Comunidad: "Hijas mías, no hagáis ningún caso de las cosas de esta vida, que pasa; pensad a menudo que os encontraréis algún día en el mismo estado en que me veis al presente; que habrá que dar cuenta a Dios de todos vuestros pensamientos, palabras y obras. No hagáis aprecio más que de lo que puede servir a vuestra salvación y perfección".

El reverendo padre Rector, que veía a nuestras queridas hermanas todas deshechas en lágrimas, se sintió conmovido a su vez, ante una acción tan generosa, por una parte, y tan dolorosa por la otra, y temiendo que la enferma se debilitara demasiado si continuaba hablando con tanta vehemencia, dijo a las hermanas que se retiraran. —Ya es tiempo, pues, de separarse, hijas mías —dijo ella—, y de darse el último adiós.

Todas, una a una, se acercaron a ella para besarle la mano, y las iba mirando con ojos verdaderamente maternales, diciendo a cada una al oído una palabrita para su perfección. Después que hubo hablado a todas las hermanas, el padre Rector le suplicó le dijera algo para su propio provecho; ella le respondió con gran humildad, haciéndole presente la gratitud que tenía, en general y en particular, a la santa Compañía, y sobre todo a él, por el trabajo que se tomaba en asistirla en su último día. Él se puso de rodillas y le besó con reverencia la mano, haciendo grande estima de su santidad.

La santa moribunda ya no habló más que de Dios, no pensó más que en su bondad, y miraba a cada instante la imagen del Crucificado y la de nuestra Señora de los Dolores, que estaban cerca de ella; de tiempo en tiempo, el padre Rector le hablaba de alguna cosa santa y decía oraciones, a las que ella contestaba siempre con él. Escuchó con admirable atención la lectura de la Pasión de Nuestro Señor, en francés, y la profesión de fe según el Concilio de Trento, al fin de la cual protestó que lo creía tan firmemente, que hubiera querido morir por sostenerlo. De vez en cuando decía: "Maria, Mater gratiae, etc."  . 

Pidió al padre que le hiciera la recomendación del alma. Y, cuando llegó a las oraciones le anunció que las repetiría varias veces; lo que fue verdad, pues su agonía fue larga. Y una vez, como el padre dijera esas oraciones en francés, exclamó: "¡Oh, Jesús, qué hermosas son estas oraciones!".

Habiendo ido el médico a verla, le agradeció muy cordialmente todos sus cuidados, diciéndole que ya no necesitaba más que de sus oraciones. Quiso hacerle tomar una gelatina, pero ella se excusó, diciendo que era cosa perdida, que aquello no servía ya de nada. Preguntó el parecer del padre Rector, que respondió que había que prolongar su vida para emplear todos los momentos de ella en glorificar a Dios. Desde entonces continuó tomando, sin decir palabra, todo cuanto quisieron.

El padre le preguntó si no esperaba que nuestro bienaventurado padre, con nuestras Madres y hermanas fallecidas, vendrían a su encuentro: "Sí, confío en ello, porque así me lo ha prometido". Renovó solemnemente sus votos, según el formulario de nuestras profesiones. Después de ello se vio su rostro todo encendido, y su cuerpo presa de diversas agitaciones.

El padre le preguntó si quería que le llevaran una mitra de nuestro bienaventurado padre que se conserva en nuestra casa de Moulins como una preciosa reliquia: "No —dijo—, si es para mi salud o para mi alivio". Pero el padre le replicó: "Es con objeto de que la voluntad de Dios se cumpla".

Entonces la besó con reverencia, y también una imagen de nuestra Señora de Monteagudo. Desde ese momento cesaron sus inquietudes, y su fiebre aumentó violentamente. Se llamó otra vez a la Comunidad para volverle a hacer aún la recomendación del alma; tomó en la mano derecha el crucifijo, y en la izquierda el cirio bendito, para ir así engalanada al encuentro de su Amado.

El padre De Lingendes le dijo "que los grandes dolores que sufría eran los clamores que precedían a la venida del Esposo; que ya venía, que se aproximaba y que si no quería ella salirle al encuentro". "Sí, Padre mío, ya me voy". ¡Jesús, Jesús, Jesús!

Con estas tres palabras de vida, con estos tres dulces y amorosos suspiros, acabó de morir para comenzar a vivir y aparecer en la verdadera vida, con Jesús en la gloria. Expiró al tiempo que el padre Rector pronunciaba estas palabras: "Subvenite, sancti", etcétera, el 13 de diciembre de 1641, entre las seis y las siete de la tarde, a la edad de cerca de setenta años, de los cuales había pasado nueve viviendo santamente en estado de viudez, y treinta y uno en el estado monástico, en el que falleció, según su deseo, en la condición de simple súbdita, sin cargo y ocupando el último lugar  . 


TESTIMONIO  DE  SAN  VICENTE  DE  PAÚL

Nos, Vicente de Paúl, indignísimo Superior general de la Compañía de sacerdotes de la Misión, testificamos que hace casi 20 años me hizo Dios la gracia de conocer a la difunta nuestra dignísima Madre Chantal por medio de frecuentes comunicaciones, tanto en voz como en escrito, las cuales fue Su Majestad servido que tuviese yo con ella, no sólo en el primer viaje que hace 20 años hizo a esta ciudad, sino también en otros que efectuó después; en todos me ha honrado con una confiada participación de su interior, que me ha parecido siempre lleno de toda virtud; tenía especialmente una intensísima fe, aunque fue toda su vida poderosamente tentada con pensamientos a esta virtud contrarios: tenía una incomparable confianza en Dios, y un sumo amor a su divina Majestad, y tenía un espíritu prudente, justo, fuerte, y templado en grado eminentísimo: la caridad, la mortificación, la obediencia, y el celo de la santificación de su santo Instituto, y de las almas del prójimo, reinaban en ella en grado sumo. Me explicaré brevemente: yo jamás la he notado imperfección alguna, antes sí un continuo ejercicio de todas las virtudes; y aunque en el exterior demostrase que gozaba la paz y tranquilidad de espíritu, que disfrutan las almas exaltadas a tan alto grado de virtud, sufría aun con esto penas interiores tan grandes, según me dijo, y escribió muchas veces, que tenía tan lleno su espíritu de tentaciones y de abominaciones, que su continuo ejercicio era separar la consideración de su interior, no pudiéndose tolerar a sí misma; y colmaban de tanto horror su alma, que le parecía una imagen del infierno; y bien que sufriese tales penas, nunca perdió la serenidad de su rostro, ni descaeció un punto en la fidelidad que le pedía Dios en los ejercicios de las virtudes cristianas y religiosas, y en la prodigiosa solicitud con que cuidaba de su Orden. De todo esto procede la fe que yo tengo de que es una de las almas más santas que he conocido en la tierra; y de que es ahora bienaventurada en el cielo, no quedándome duda de que Dios algún día manifestará su santidad, como he oído que ya lo ha hecho en muchos modos en diversas partes de este Reino, y solamente referiré uno sucedido a una persona digna de fe, de quien aseguro yo que elegirá más presto el morir que el decir una mentira.

Me ha dicho esta persona que, habiendo tenido noticia de la última enfermedad de nuestra difunta, se hincó de rodillas para encomendarla a Dios, y el primer pensamiento que ocurrió a su mente, fue hacer un acto de contrición de sus pecados cometidos, y de los que ordinariamente comete; y que después le compareció inmediatamente un globo pequeño como de fuego, que se levantaba de la tierra, y se iba a juntar en la última región del aire a otro globo mayor, y más luminoso: reducidos aquí los dos globos en uno, subieron más alto, entraron luego, y se esparcieron en otro globo infinitamente mayor, y más lucido que los otros; y entonces le dijeron que el primer globo era el alma de nuestra digna Madre, el segundo la de nuestro B. Padre, y el tercero la esencia divina. Que el alma de nuestra digna Madre se había unido a la de nuestro B. Padre, y ambas a Dios, como a su soberano Principio.

Dice además que, celebrando la misa por nuestra digna Madre, luego al punto que tuvo el aviso de su feliz tránsito, y estando al segundo memento donde se pide por los muertos, pensó que haría bien de pedir por su alma, cuando podía ser que estuviese en el purgatorio por ocasión de ciertas palabras que había dicho, aunque había pasado ya algún tiempo, pues le pareció que las referidas tenían algún viso de pecado venial; pero a este tiempo le sucedió la misma visión, y comenzó a ver los mismos globos y su unión, después de la cual le quedó un sentimiento interior de que aquella alma estaba gozando de Dios, y que no necesitaba de oraciones. Quedó tan fija esta impresión en la mente de aquel hombre, que luego que le viene a la memoria, la ve en este estado… En  fe de lo cual firmo la presente de mi mano y signo con nuestro sello. Vicente de Paúl  . 


TRASLADO  A  ANNECY

Una vez fallecida en Moulins, su cuerpo quedó con una gran serenidad y todas las hermanas fueron una tras otra a besar el nombre de Jesús que había grabado sobre su corazón. Tenía cosida una bolsita y sobre ella una imagen de la Virgen, teniendo en brazos a Jesús y dentro de la bolsita una larga protestación de fe, escrita de su mano y firmada con su sangre. También había oraciones y un acto de abandono de sí misma en las manos de Dios. Se sacó copia de todo y se colocó la bolsita sobre su pecho. Al día siguiente, se expuso su cuerpo en el coro donde acudió toda la ciudad y, para satisfacer los deseos de tanta gente, hubo que sacar el cuerpo a la reja para que todos pudieran hacer tocar sus rosarios y otros objetos con su cuerpo. La señora Montmorency hizo embalsamar su cuerpo. En esta operación es cuando se vio la causa de su muerte, pues encontraron el pulmón todo dañado, de mal color y lleno hacia el lado izquierdo de sangre descompuesta y purulenta.

El cuerpo, embalsamado y colocado en una urna de plomo y ésta en una de madera guarnecida con un gran paño mortuorio, fue llevado privadamente desde Moulins hasta Annecy. Al pasar por Belley avisaron a las hermanas que allí vivían, quienes junto con mucha gente del lugar acudieron con cirios para honrarla. El obispo salió vestido de pontifical con todo su clero y con músicos para introducirla en su ciudad. Durante la noche las hermanas la velaron.

Al día siguiente el obispo celebró una misa solemne y llevaron su cuerpo pasando por otras ciudades donde también recibía homenajes. Por fin el 30 de diciembre llegó a Annecy. Fue recibido con toda solemnidad por un inmenso gentío y autoridades eclesiásticas y civiles de la ciudad. Su cuerpo fue depositado en la iglesia de las hermanas del primer monasterio de la ciudad y en el oratorio del bendito fundador hasta que se preparó en la iglesia una sepultura digna.


MILAGROS  DESPUÉS  DE  SU  MUERTE

En uno de los conventos de la Orden había una religiosa, María Branch, que tenía las dos manos muy enfermas. Los médicos decían que era lepra y tenía muchos dolores. Le fajaron las manos con un pañuelo que había servido a la Madre Juana, rezaron una novena para pedir su intercesión y fue curada totalmente  .

Entre los muchos milagros propuestos por los postuladores para ser examinados, se escogieron cuatro curaciones, que los peritos nombrados para dar su dictamen según la verdad, después de haber prestado juramento, no titubearon en reconocer por milagrosas. He aquí cómo se verificaron dichas cuatro curaciones.

Gabriela Angélica Morel, que fue después religiosa profesa en el convento de la Orden de la Visitación de la ciudad de Avallón, diócesis de Autun, tuvo desde su nacimiento hasta los quince años de su edad, la cadera, el muslo, la pierna y el pie derechos medio palmo más cortos que la cadera, muslo, pierna y pie izquierdos; y durante todo este tiempo la vio todo el mundo cojear extraordinariamente, de modo que su cuerpo se inclinaba enteramente al lado derecho, lo que era causa de que dicha joven no pudiese estar ni un momento de rodillas, si no le colocaban debajo de la rodilla derecha un almohadón o cualquier otro apoyo: y mucho menos podía andar si no le ponían el tacón de su zapato derecho mucho más alto que el izquierdo, para poder al menos tocar la tierra y apoyar las puntas de los dedos del pie. Además de esto, su pierna derecha estaba más seca, menos nutrida y menos susceptible de calor que la pierna izquierda, y tratándose de un mal de nacimiento, no hubo nadie que buscase o tratase de poner remedio. Esta pobre joven, que había llegado ya a la edad de quince años, tenía un grandísimo deseo de ser religiosa; pero habiendo sido desechada por las Ursulinas de la diócesis de Langres, temía serlo también por las religiosas de la Visitación de la citada ciudad de Avallón, en cuya casa se encontraba entonces, viéndose incapaz de cumplir con los deberes de religiosa. Pero recurrió a la venerable sierva de Dios Juana Francisca, y le hizo una novena, durante la cual su curación adelantó tanto, que al cuarto día recibió de rodillas la santa comunión, de modo que esta postura no la incomodó nada, porque su cuerpo estaba enteramente equilibrado sobre sus dos rodillas, que habían quedado perfectamente iguales; en fin, al noveno y último de la novena, tuvo la pierna y el pie derecho completamente iguales en longitud, en gordura, vigor, calor y sensibilidad, y no cojeando nada, gozó de entera libertad en sus piernas, andando después perfectamente y como si nunca hubiera cojeado.

La segunda curación es la de Isabel Dromier de la Perouse, religiosa profesa de la misma Orden de la Visitación en la ciudad de Saint-Amour, diócesis de Lyon, la cual desde los ocho años de su edad, a consecuencia de una complexión muy débil, estuvo frecuentemente enferma, y por fin llegó a verse abrumada de una porción de males. Una diarrea constante, cólicos de estómago, un reumatismo, una calentura continua y una tos violenta la debilitaron al principio. Cuando llegó a la adolescencia, y después de su profesión, la calentura se hizo más fuerte, y se vio atacada de un vómito tan frecuente, que devolvía no sólo lo que comía y bebía, sino muchas veces sangre pura; y una costilla del lado izquierdo se descompuso, saliendo de su lugar. Después de probar inútilmente muchos remedios que los médicos le hicieron tomar durante largo tiempo, la desahuciaron, y se quedó medio muerta en una cama por espacio de tres meses, y en un estado de debilidad tan deplorable, que no solamente estaba tendida boca abajo, sin poder menearse ni dormir, sino que además perdió enteramente la voz. Encontrándose a las puertas de la muerte, invocó a la sierva de Dios Juana Francisca Fremiot de Chantal, y le hizo una novena, en el último día de la cual, después de haber comulgado, se encontró libre de tantos males, y habiendo recobrado sus fuerzas, saltó de la cama, se vistió por sí sola, dio gracias, tanto en particular como en público, a su bienhechora, comió en la mesa común, cumplió con todas las obligaciones de religiosa, aun las más penosas, y continúa gozando de una salud perfecta.

La tercera curación fue la de Clara de Rossi, doncella romana. Como no se apartaba de su madre, que estaba enferma de una tisis de la que murió, contrajo la misma enfermedad; se vio atormentada por una calentura continua y violenta, por dolores de cabeza, náuseas molestas, mucha dificultad para respirar y acostarse del lado derecho, por una tos continua y fatigosa que le hacía expectorar esputos amarillos y purulentos con mezcla de sangre, y arrojar además abscesos llenos de materia, que hacían temer la ahogasen. No se podía dudar que la tisis aumentaba todos los días viendo la extinción de su voz, el sudor frío que nunca se le quitaba, y el enflaquecimiento de todo su cuerpo; sus fuerzas la abandonaron en tales términos, que el cura que le había administrado ya todos los sacramentos, creyó no sólo que iba a morir al instante, sino que la hubiera creído realmente muerta, a no haber hecho la experiencia acostumbrada, con una vela encendida que arrimó a su boca para ver si respiraba; sin embargo, esta joven, que hacía nueve meses estaba desahuciada de los médicos, y a las puertas del sepulcro, invocó a la venerable sierva de Dios y le hizo una novena, según la costumbre. Toda la fuerza de su mal se disipó desde el tercero o cuarto día hasta el noveno; la calentura, el sudor, la tos, los insomnios y esputos purulentos cesaron. Recobró el color, el apetito y las fuerzas, hasta el punto de salir de su casa perfectamente curada, a vista de todo el mundo.

La cuarta curación milagrosa sucedió en la persona de Eugenia Trochon, religiosa profesa de la dicha Orden de la Visitación, en la ciudad de Saumur, diócesis de Anjou. Tres años después de haber entrado en la adolescencia, fue atacada de una calenturita diaria y de una tos convulsiva.

Estando más adelantada en edad, fue acometida de un asma que le quitaba la respiración, hasta el punto de que hubiera muerto sin el socorro de las sangrías que se le hicieron muy a menudo durante ocho años, y varias veces en un mismo día. Los remedios que le dieron fueron del todo inútiles, y sobre todo, los vómitos que le produjo el emético que tomó, en lugar de aliviarla hicieron empeorase su mal, porque el humor maligno, que era la causa, le cayó sobre el lado derecho y le ocasionó una parálisis, que habiendo durado muchos meses le dejó el brazo y la pierna sin movimiento alguno, y aun le quitó en parte la sensibilidad. Esta religiosa pasó cuarenta días, por lo menos, en este deplorable estado, sin que se le hiciese ningún remedio, encontrándose tan debilitada, que, para transportarla las religiosas de un lado a otro, le tiraban de la pierna, que estaba colgando, con un cordón que le habían atado. Viéndose reducida a este extremo, imploró el socorro de la venerable sierva de Dios, haciéndole una novena, y el último día se levantó, caminó, se puso de rodillas y ejecutó todas las demás acciones que no había podido hacer durante largo tiempo…

Otro quinto milagro fue propuesto por el obispo de Orleans. Susana Bienfait, religiosa profesa de la Visitación de Santa María, tenía hacía tres años un tumor escirroso en el lado derecho, cerca del hígado, que aparecía en el exterior más grueso que un puño. Nueve meses antes de su curación este tumor se extendió al lado izquierdo, y apenas se le tocaba, sentía la enferma dolores agudísimos, que la atormentaban de ordinario. A esto se juntaron dolores de cabeza, insomnios, falta de apetito, vómitos frecuentes y dolores en las entrañas. Para colmo de males cayó en una parálisis que la privó de toda sensibilidad y movimiento en las piernas, las cuales habían llegado a tan grande frialdad, que los paños de agua hirviendo que le aplicaban no disminuían su entorpecimiento, y no le causaban sensación ninguna. Su pierna derecha, sobre todo, se había puesto tan árida y seca, que no se le veía más que la piel y los huesos. Agravándose cada día más sus males, estuvo dos meses sin tomar ningún remedio; pero habiendo implorado el socorro de la sierva de Dios y habiéndole hecho una novena, recobró enteramente su salud al noveno día, porque ya no tuvo más dolores de cabeza ni cólicos; su parálisis se disipó; su pierna, que estaba seca y árida, se puso en un instante más carnosa, y restableciéndose sus fuerzas en un momento, hizo en seguida todo lo que hacían las otras religiosas que gozaban de salud, siguiendo su método de vida. En cuanto a la continuación del estado de salud no ofrece duda ninguna, pues diecisiete meses después, habiendo ido el mismo Sr. obispo a verla, la encontró buena y lo mismo atestiguaron las demás religiosas del dicho monasterio, a quienes el obispo no dejó de examinar al efecto  .


EXHUMACIÓN

El 1 de diciembre de 1722 fue la exhumación del cuerpo de la Madre de Chantal. El obispo de Ginebra, Rosillón de Bernex, hizo abrir el ataúd de plomo, y entonces, escribe la Madre de Favre: Vimos a nuestra venerable fundadora, vestida con nuestro santo hábito, un crucifijo en el pecho y con el rosario al lado. Su hábito parecía entero, con algunas manchas blancas causadas por la humedad de la bóveda, que está situada sobre uno de los canales del lago. Vimos sobre la cabeza de la venerable sierva de Dios un resto de corona, que no había perdido aún todo su color verde. Nada parecía descompuesto en su persona. Se la conocía por el cuadro original que tenemos. Un aire de majestad y santidad que se notaba en su rostro, atrajo toda nuestra veneración y respeto, y dábamos gracias interiormente por habernos hecho depositarias de tan precioso tesoro.

Debajo de las manos de la sierva de Dios, encontramos una cajita sellada en dos partes con el sello de la Visitación en lacre encarnado. Se abrió, y se encontraron unos papeles que debían ser los que se citan en la vida de esta gran sierva de Dios, y de los que se dice que había pedido la enterrasen con ellos. 

Luego que las hermanas veneraron por largo rato a su santa fundadora, las hizo retirar el Sr. obispo, y acompañado de los Comisarios eclesiásticos y de peritos nombrados por él, procedió al reconocimiento canónico de las reliquias, e hizo se dispusiera todo para sepultarlas de nuevo, hasta el día en que la Iglesia permitiese colocarlas sobre los altares. Se hizo una caja nueva de plomo, forrada de tafetán blanco, que fue encerrada en otra de nogal, y se concedió a las religiosas el honor y consuelo de vestir con nuevos hábitos religiosos a su venerable Madre. La tela había sido hilada y teñida por todas las hermanas, y cosidos todos los hábitos por las mismas, excepto el velo, que quiso coserlo por sí misma S. A. la Princesa  .


CAMBIOS  OBRADOS  EN  EL  CORAZÓN

Documento escrito sobre los cambios obrados en el corazón de la santa: Hoy día cuatro del mes de mayo del año mil ochocientos treinta y uno, Nos, el infrascrito Superior del Seminario mayor de Nevers y Vicario general de la diócesis, habiendo sido invitado por la señora Superiora del monasterio de la Visitación de Santa María de la Charité-sur-Loire, a que viniésemos a certificar los cambios obrados en el corazón de santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, conservado en el dicho monasterio, hemos venido a él; y habiéndonos hecho presentar el santo corazón, encerrado en un relicario de plata sobredorada, lo hemos venerado. En seguida hemos preguntado a la Superiora y Consiliarias de la Comunidad, respecto a los diferentes cambios que han advertido en el estado del santo corazón, y todas unánimemente han afirmado:

1. Que ellas y todas las hermanas de la Comunidad, notaron en los últimos días del mes de julio, o en los primeros días del mes de agosto del año de mil ochocientos veintiocho, que el corazón de la santa Madre de Chantal había disminuido un poco más de la tercera parte, de tal modo, que por ningún lado tocaba a los bordes interiores del relicario, hecho en forma de corazón.
2. Que no habiendo vuelto a examinar atentamente esta preciosa reliquia desde la época de su disminución, no han advertido positivamente un cambio notable en este corazón santo, sino el dos de junio de mil ochocientos veintinueve, habiéndole visto desde este día tomar un desarrollo notable, sobre todo al principio de octubre de mil ochocientos treinta. En esta época, la parte superior y la parte inferior del santo corazón tocaban de un modo muy visible las dos extremidades del relicario.
3. Que este presente día cuatro del mes de mayo, notaban que la parte superior del santo corazón había sido notablemente aplastada, perdido algo de su anchura, y que la parte inferior se había hinchado y extendido por los dos lados, sobre todo el izquierdo del corazón, de modo que se apretaba contra el borde inferior del relicario.

Después de haber oído los mencionados testimonios de las dichas religiosas de la Visitación, hemos leído el escrito de un célebre médico, que examinó atentamente el santo corazón el doce de abril de mil ochocientos treinta y uno, del cual creemos un deber extractar el párrafo siguiente: Habiéndome hecho presentar esta inapreciable reliquia, declaro haberla encontrado exenta de toda acción exterior, bien embalsamada, y del modo que esta clase de operaciones se practican en la escuela de Medicina de París para la conservación de piezas anatómicas. Confieso, y puedo declarar, no haber oído decir nunca que se haya observado fenómeno semejante en las piezas conservadas del mismo modo en la escuela de Medicina de París. Estas piezas de anatomía de que hablo, están, no obstante, sometidas a la acción de todos los agentes exteriores, tales como la humedad, el calor, el frío, etcétera, que tienden con el tiempo a destruirlo todo; y después de siglos no han experimentado ningún cambio. Los hechos contados por las religiosas, que los han observado con cuidado, son inexplicables por la física y por la química; y no teniendo ejemplos de semejantes observaciones, puede, en consecuencia, asegurarse que son resultado de fenómenos sobrenaturales, que sobrepujan los conocimientos adquiridos hasta el día de hoy. Cuatro de mayo de 1831  .


BEATIFICACIÓN  Y  CANONIZACIÓN

Una falsa interpretación de una bula de Urbano VIII, que prohibía proceder a la beatificación de los siervos de Dios hasta pasados 50 años de su muerte, hizo que su causa, no solo se retrasara, sino que se dificultara, porque cuando quisieron retomarla habían desaparecido la mayoría de los testigos oculares.  Sin embargo, todo se pudo llevar a feliz término.

La beatificación tuvo lugar en San Pedro de Roma el 21 de noviembre de 1751 por el Papa Benedicto XIV. Estaba la imagen de la santa y a sus costados la imagen de san Francisco de Sales y de san Vicente de Paúl, sus dos grandes directores espirituales. Fue canonizada el 16 de julio de 1767 por el Papa Clemente XIII.
Al desencadenarse la revolución francesa, en que murieron asesinados tantos sacerdotes y religiosas y destruidas muchas iglesias y monasterios, nuestras hermanas, al ser expulsadas de sus conventos, se llevaron de Annecy los cuerpos de san Francisco de Sales y de santa Juana Francisca de Chantal; pero, al llegar al castillo de Duingt, se dieron cuenta en la ciudad de su desaparición y los reclamaron. Mientras las hermanas debían huir ante la persecución, las autoridades de la ciudad hacían entrar sus restos en Annecy en triunfo al son de campanas y aclamaciones ante una muchedumbre piadosa y enternecida. Las urnas fueron depositadas en la catedral, la de san Francisco de Sales en el altar mayor y la de la santa fundadora en la capilla de la derecha. Después, cuando las cosas se pusieron peor, tuvieron que llevar los cuerpos a lugares más seguros y los depositaron en casa del señor Amblet, donde estuvieron escondidos hasta 1804. El 26 de mayo de 1806 fueron oficialmente reconocidos los cuerpos. El cuerpo de San Francisco de Sales fue expuesto en la catedral y el de santa Juana en la iglesia de san Mauricio. En 1824 quedó restaurado el monasterio de Annecy y los cuerpos de los dos santos regresaron al convento de las hermanas.

Sus dos corazones fueron milagrosamente protegidos, el de san Francisco de Sales estaba en Lyon y de santa Madre de Chantal en Moulins. Cuando la revolución francesa, las hermanas de Lyon llevaron el corazón de san Francisco de Sales con ellas a Venecia, donde construyeron un monasterio; y las hermanas de Moulins fueron a Nevers, llevando consigo el corazón de la santa Madre.

Su fiesta se celebra cada año el 12 de agosto. Fue contemporánea de S. Carlos Borromeo, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Juan Eudes, san Vicente de Paúl y san Francisco de Sales.


CAPÍTULO  QUINTO
EN  CORAZÓN  DE  JESÚS

LA  DEVOCIÓN  AL  CORAZÓN  DE  JESÚS

Dios escogió a una religiosa visitandina (salesa) de la Orden de la Visitación para ser la mensajera del Corazón de Jesús en el mundo. Fue santa Margarita María de Alacoque. Tuvo varias visiones del Corazón de Jesús, ardiendo en llamas de amor por los hombres. Un día le dijo: Mi divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres y por ti en particular que, no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su ardiente caridad, le es preciso comunicarlas por tu medio y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros que te descubro, los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia a fin de que todo sea obra mía  .

 Tengo sed y me abraso en deseos de ser amado  . Si supieras cuán sediento estoy de hacerme amar de los hombres, no perderías medio alguno para ello  .

Y añade ella misma: La devoción a su Sagrado Corazón contiene tesoros incomprensibles y quiere que se derramen en todos los corazones de buena voluntad, porque es el último esfuerzo del amor del Señor a los pecadores para atraerlos a penitencia y comunicarles abundantemente sus gracias eficaces para obrar su salvación  .


LA  COMPAÑÍA  Y  LA  VISITACIÓN 

Estas dos Congregaciones fueron unidas por Jesús para que extendieran por el mundo la devoción al Corazón de Jesús, pero antes quiso unir como hermano y hermana a san Claudio de la Colombière (jesuita) y a santa Margarita María de Alacoque (visitandina).

Santa Margarita nos dice: Me parece que nuestro fundador, en el día de su fiesta, me dio a conocer muy claramente el ardiente deseo que tiene de que el Sagrado Corazón de Jesucristo sea conocido, amado y honrado en todo su Instituto  .

El 2 de julio de 1688 la  Virgen le dijo: He aquí el tesoro que os es particularmente manifestado a vosotras por el tierno amor que mi Hijo profesa a vuestro Instituto  .

La Virgen le dijo después al padre Claudio, que se le había aparecido junto con san Francisco de Sales: Si a las hijas de la Visitación se les ha confiado el encargo de dar a conocer, amar y distribuir a los demás ese tesoro, a los padres de la Compañía de Jesús les está reservado el presentar y dar a conocer su utilidad y valor a fin de que el pueblo cristiano se aproveche, recibiéndolo con el respeto y agradecimiento debidos a tan señalado beneficio  .

En carta al padre Croiset del 15 de septiembre de 1689 escribe santa Margarita: A una religiosa de la Visitación, muerta hace unos 40 años en olor de santidad, le fue revelado que le devoción al Corazón sacratísimo de nuestro Señor Jesucristo tendría principio en la Orden de la Visitación. Y, siendo esto así, pienso que todo se ha realizado por medio de nuestro fundador, el gran san Francisco de Sales, el cual había destinado a sus hijas a rendir homenaje a ese divino Corazón.

Yo, por mi parte, no puedo menos de creer que, si es verdad que esta devoción amabilísima ha nacido en la Visitación, prosperará por medio de los reverendos padres jesuitas.


OTROS  APÓSTOLES  

El beato padre Bernardo de Hoyos, jesuita, fue el principal promotor de la devoción del Corazón de Jesús en España. Su biógrafo, el padre Juan de Loyola (jesuita), afirma que el 29 de enero de 1730 se le apareció san Francisco de Sales y le dijo que desde ese día lo tomaba como hijo espiritual y sería su director espiritual. El 29 de enero de 1732 se le apareció de nuevo y le manifestó que en adelante vendría más frecuentemente a tomarle cuenta de su conciencia y le recomendó sus propios escritos, en particular el de la Práctica del amor de Dios.

Es evidente que una de sus enseñanzas fundamentales fue la de amar intensamente al Corazón de Jesús. Por eso no es de extrañar que tanto se esforzara hasta su muerte en inculcar esta devoción a todos sus hermanos religiosos y a cuantos trataban con él. Por su parte, Jesús se le apareció en varias ocasiones y le mostró su Corazón divino resplandeciente de luz y de amor por los hombres.

El padre Mateo Crawley (1875-1960) nació en Arequipa (Perú) y perteneció a la Congregación de los Sagrados Corazones. Fue el apóstol del Corazón de Jesús en el siglo XX. Visitó el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial, donde Jesús se apareció a santa Margarita María. Era el 24 de agosto de 1907 y el Señor lo curó de su grave enfermedad y, a la vez, le hizo sentir su amor, porque tuvo una experiencia mística que lo transformó. En Paray supo con seguridad cuál era su misión. Era fomentar por el mundo la devoción al Corazón divino de Jesús y, en especial, fomentar por todas  partes la entronización del Corazón de Jesús en los hogares y la Hora Santa al Corazón de Jesús. Así lo hizo durante 50 años.

También favoreció la consagración al Corazón de Jesús. En concreto fue el promotor de la consagración de España al Corazón de Jesús en el Cerro de los ángeles de Madrid, donde se había erigido una gran estatua del divino Corazón. La consagración de España tuvo lugar el 30 de mayo de 1919 por el rey Alfonso XIII, pero allí estaba presente el padre Mateo. El Papa Pío XI lo llamó el apóstol mundial del Sagrado Corazón. Murió en 1960 y su causa está en proceso de beatificación.



LA  ORDEN  DE  LA VISITACIÓN

En la actualidad la Orden de la Visitación está presente en Europa, América, Asia y África. En Europa hay 106 monasterios, 54 en América, 2 de Asia y 5 en África. Son un total de 167 monasterios con un aproximado de 6.400 religiosas.

Fieles a la predilección que Jesús les manifestó por medio de santa Margarita María de Alacoque, ellas difunden por el mundo la devoción al Corazón de Jesús. En distintos países han establecido y dirigen la Guardia de honor. Es una Asociación en la que los participantes se comprometen a permanecer una hora al día en unión con el Corazón de Jesús para amarlo y reparar las ofensas que recibe. Para ello no necesitan ir a la iglesia o estar necesariamente en oración. Basta con que, estén donde estén y hagan lo que hagan, estén mentalmente unidos a Jesús, amándolo y consolándolo, ofreciéndole esa hora de modo especial.

Por supuesto que en la medida de sus posibilidades difunden por el mundo entero la devoción al Corazón de Jesús, cuyo centro de irradiación es el monasterio de Paray-le-Monial en Francia, donde tuvieron lugar las apariciones a santa Margarita y donde está la gran basílica del Corazón de Jesús, que es un centro mundial de peregrinación.





















CONCLUSIÓN

Después de haber leído atentamente la vida de santa Juana Francisca, fundadora de la Orden de la Visitación o salesas, en unión con San Francisco de Sales, nos viene a la mente la santidad de tantas otras viudas que, a lo largo de la historia de la Iglesia, han iluminado con los rayos de sus virtudes los caminos del mundo. Ella fue una de esas almas grandes que Dios escoge desde toda la eternidad para manifestar su gloria entre los hombres.

Desde muy niña mostró gran atracción a las cosas de Dios. Llevó una vida espiritual auténtica. Cuando se casó, fue toda para Dios y toda para su esposo. Al ser madre, se dedicó también al cuidado y educación de sus hijos, enseñándoles desde niños a servir a Dios y a los demás. Cuando quedó viuda, se dedicó más enteramente al servicio de Dios, buscando la santidad de vida y rechazando las muchas proposiciones de matrimonio que se le presentaron.

Por fin consiguió entrar en la nueva Orden, y ser la piedra fundamental, la primera que dirigió a las primeras hermanas por los caminos de Dios con la santidad que ya había adquirido en sus muchos momentos de estar a solas con Dios.

Se grabó el nombre de Jesús con fuego en su pecho y llevó una vida austera y penitente, cuidando y atendiendo a los más pobres y enfermos, llamando la atención por sus virtudes y por su amor incondicional a Dios y a los demás.

Quiera Dios que nosotros aprendamos de ella a servir a los más necesitados y dedicar mucho tiempo libre a estar con Jesús sacramentado y consolarlo de tantas ofensas que recibe en el mundo entero.

Que seas santo. Ése es mi mejor deseo para ti. Y no olvides que tienes una madre, la Virgen María, que nunca te abandona y, además, un ángel bueno, que siempre te acompaña, tu ángel custodio.


Tu hermano y amigo del Perú.
P. Ángel Peña O.A.R.
Agustino recoleto

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BIBLIOGRAFÍA

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Marsollier Abad escribió su vida y la publicó en París en 1673.
Maupas Enrique de, escribió la vida de la Madre Juana en francés y la publicó en 1643.
Monasterio de la Visitación de Oviedo, Semblanza espiritual de los fundadores de la Visitación: San Francisco de Sales y Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, Oviedo, 1988.
Saccareli Carlos Antonio, Vida de Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, Madrid, 1778.
Spiegelberg Horno Luisa, Santas  casadas, Ed. Apostolado de la prensa, Madrid, 1961.
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