La vida de la beata Elena Aiello es la vida de una gran mística. Tuvo las llagas de Cristo. Tuvo visiones sobre el futuro de la humanidad y recibió mensajes de Jesús para comunicárselos al Duce Benito Mussolini
P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.
LA BEATA ELENA AIELLO
MÍSTICA Y PROFETA
S. MILLÁN – 2018
LA BEATA ELENA AIELLO, MÍSTICA Y PROFETA
Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez
Obispo de Cajamarca (Perú)
S. MILLÁN – 2018
ÍNDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN
Ambiente social.
Su infancia.
Deseos de ser religiosa.
Entrada y salida del convento.
Curación del cáncer.
Las llagas.
Curación de la espalda.
Elena y Luigina.
La nueva Congregación.
Asociadas a la Orden Mínima.
Progreso de la Congregación.
La Providencia de Dios.
Hemografías.
El demonio.
Difuntos.
Jesús y María.
Don de curación.
Jesús la acaricia.
Carta a Benito Mussolini.
Profecías sobre el mundo.
Su muerte.
Milagros después de su muerte.
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
La vida de la beata Elena Aiello es la vida de una gran mística. Tuvo las llagas de Cristo. Tuvo visiones sobre el futuro de la humanidad y recibió mensajes de Jesús para comunicárselos al Duce Benito Mussolini.
Tuvo mucho que sufrir, pero todo lo ofrecía con amor y generosidad por la salvación de los pecadores y la liberación de las almas del purgatorio.
Fundó una Congregación religiosa: Hermanas Mínimas de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, dedicada principalmente a asistir ancianos y niños desamparados. También desde el principio se dedicaron a labores parroquiales como dar catecismo a los niños y prepararlos para la primera comunión y confirmación.
Toda su vida fue un continuo amor a Jesús, y Jesús la bendecía y la llenaba de sus carismas y de momentos de cielo con visiones y éxtasis sobrenaturales. Su vida es un ejemplo para nosotros, que muchas veces nos olvidamos de lo esencial de la vida, que es amar a Dios y al prójimo, y estamos absorbidos por los problemas materiales de la vida diaria.
No olvidemos que esta vida humana es breve y nuestra verdadera patria está en el cielo y por ello debemos vivir para Dios en una perspectiva de eternidad. Y, mientras tenemos tiempo disponible, tratemos de hacer el bien y hacer felices a todos los que nos rodean.
AMBIENTE SOCIAL
Desde 1860 comenzó el proceso de la unidad italiana que terminó en 1870, lo que no aportó de inmediato ninguna ventaja material a la parte meridional del país. Por otra parte, la situación religiosa empeoró, pues las nuevas autoridades lucharon contra la Iglesia y fomentaron el anticlericalismo. Fueron suprimidas las Órdenes religiosas y se incautaron los bienes eclesiásticos por ley del 15 de agosto de 1867, asignando un pequeño sueldo a los obispos y párrocos y una pensión de apenas 459 liras a otros sacerdotes. De este modo quitaban a los sacerdotes la posibilidad de tener una vida digna, materialmente hablando, lo que también influyó en la disminución de vocaciones.
La peor parte la llevaron los religiosos al cerrarse los conventos, entre 1865 y 1875. Los religiosos tuvieron que salir de sus monasterios. Debían hacerse sacerdotes diocesanos o llevar una vida privada, trabajando en algún ministerio parroquial o dedicados a la enseñanza.
Los masones dominaban el poder y presentaron la unidad italiana como un mérito suyo contra los católicos, que decían estaban privados de todo sentimiento nacional. Quitaron los crucifijos de las escuelas y se fomentó en escuelas y universidades una cultura laica, privada de toda referencia a Dios. Para tener acceso a puestos importantes era preciso pertenecer a la masonería. Ellos se presentaban como los defensores de la ciencia y la cultura. Y por todos los medios posibles hacían propaganda contra la Iglesia, como si fuera aliada de los ricos y explotadora de las clases populares.
Los socialistas fomentaban la lucha de clases. Presentaban el trabajo manual como el auténtico trabajo, mientras que el trabajo intelectual era considerado como la ocupación de los ricos. A la Iglesia la presentaban como una momia del pasado y contraria a la ciencia y al progreso. La unión entre el socialismo y la masonería se hacía fuerte en su lucha contra la Iglesia y contra Dios y los creyentes.
En este ambiente anticlerical vivió Elena, y con fe y esfuerzo personal, con la ayuda de Dios, pudo salir adelante y organizar una nueva Congregación religiosa.
SU INFANCIA
Se cuenta que su madre, durante la procesión de Rogativas de las Cuatro Témporas de primavera de 1895, teniéndola en su vientre, pidió al Señor una hija para darle el nombre de Elena y consagrarla como esa santa a la Cruz de Jesús.
Elena Aiello nació el 10 de abril de 1895 en Montalto Uffugo, una ciudad de unos 12.000 habitantes, en Cosenza, Italia. Ese mismo día fue bautizada en la iglesia de Santo Domingo por el párroco Francesco Benincasa. Fue su madrina la señora Genise María. Le pusieron el nombre de Elena Emilia Santa. Sus padres fueron Pasquale Aiello y Teresa Paglilla. El papá Pasquale era uno de los sastres mejor reconocidos y tenía una buena clientela. Era considerado por todos como un buen hombre y de una honradez a toda prueba. Respetaba y era respetado por todos. Murió con 94 años en 1955.
Elena a los cuatro años ya manifestó una inteligencia especial y repetía las formulas del catecismo. A los seis años fue enviada la escuela de las Hijas de la Caridad de la preciosísima Sangre.
Allí aprendió a leer y escribir, porque en aquellos tiempos y hasta 1920 no existían escuelas en los municipios pequeños de Calabria, en Italia. Con sus ocho años sabía tan bien el catecismo que las religiosas le pidieron que se lo enseñara a los más pequeñitos. El padre Timoteo, pasionista, dio en su pueblo Ejercicios espirituales, habló de la cruz de Cristo, invitó a hacer penitencia e incluso a llevar cilicio; y ella le pidió permiso y se lo concedió.
A los nueve años, el 21 de junio de 1904, hizo su primera comunión en la iglesia de San Francisco. Desde ese momento su vida se volvió más religiosa y quería ir a la iglesia frecuentemente para recibir a Jesús. Incluso deseaba practicar ayuno a pan y agua algunas veces, pero su padre y su hermana Ida tuvieron miedo de que pudiera contraer la tuberculosis y se lo prohibieron.
Su madre murió el 1 de diciembre de 1905, dejando ocho hijos vivos, pues había muerto otro de un año de edad. Elena era la tercera. En ese momento tenía 10 años y tuvo que ayudar a su padre en los trabajos de sastrería y en las labores domésticas. En su tiempo libre iba a la iglesia y cada día procuraba asistir a misa y comulgar.
El 23 de mayo de 1908, en la iglesia de Santa María della Serra, patrona de su pueblo Montalto, recibió la confirmación de Monseñor Camillo Sorgente. Su madrina de confirmación fue Agnese Turano, hermana del doctor Turano, médico de la familia.
Un día, bebiendo, le entró agua en la tráquea y estuvo año y medio que no se curaba por más curas que le hicieron, incluyendo lavados gástricos mandados por el médico. Cansada de tantos problemas, ya que no podía hablar bien por la mucha tos, un día estaba rezando el rosario e hizo el voto a la Virgen de Pompeya de que, si la curaba, se haría religiosa en su santuario. Durante la noche (era el año 1908) tuvo una visión de la Virgen de Pompeya que le aseguró su curación. Y ciertamente por la mañana estaba totalmente curada, regresando al Instituto de las hermanas de la Preciosísima Sangre.
DESEOS DE SER RELIGIOSA
Quiso cumplir su voto, pero tuvo que esperar por complicaciones políticas nacionales e internacionales y su padre le sugirió postergar la decisión. Las cosas se complicaron con la primera guerra mundial (1914-1918) y la peste española que hizo tantos muertos en toda Europa. Elena se dedicó en ese tiempo a asistir a los pobres enfermos, procurando que se confesaran y pudieran ser enterrados cristianamente. Durante esta epidemia su padre le permitió que estuviera día y noche viviendo en el Instituto de las hermanas de su colegio. Un día el médico, doctor Turano, la encontró a la cabecera de una enferma tuberculosa, peinándola y aseándola. El doctor la tomó de la oreja y la llevó a su padre para decirle que trabajaba mucho y tenía el peligro de contagiarse. Su padre le permitió que siguiese en su trabajo asistencial.
Otro día le avisaron que había un masón moribundo. Fue a su casa y con dulzura trató de persuadirlo de recibir los sacramentos. Él la rechazó sin contemplaciones. Ella insistió y el enfermo agarró una botella y se la tiró. Le dio en el cuello y le causó una herida notable que le dejó una buena cicatriz. Se puso un pañuelo en la herida que sangraba y se acercó de nuevo al enfermo. Por fin el enfermo se conmovió y prometió convertirse con la condición de que ella lo visitara todos los días. El enfermo recibió los sacramentos y los tres meses, que todavía vivió, fue un buen cristiano, paciente y resignado en sus dolores.
Otro caso. El canciller Ripoli le pidió que fuera a asistir a un moribundo que tenía cáncer y que estaba atormentado porque sentía que había traicionado a Dios, inscribiéndose en la masonería. También en este caso Elena consiguió que recibiera los sacramentos y muriera en paz.
ENTRADA Y SALIDA DEL CONVENTO
Por fin su padre le dio permiso para irse de religiosa y el 18 de agosto de 1920 partió de su pueblo, Montalto, para Nocera dei Pagani con la Madre general del Instituto de la Preciosísima Sangre. Le vinieron dificultades imprevistas. Primero sufrió unas fiebres viscerales que, desde el 29 de agosto las tuvo durante un mes. En el mes de octubre, una hermana le pidió ayuda para llevar una caja pesada y sufrió en la espalda izquierda un desgarro doloroso. El dolor aumentó, pero no quería decir nada. Entonces el confesor la obligó a decírselo a la Madre Maestra, pero no le dieron importancia. Un día del mes de marzo, la Madre general, subiendo las escaleras, vio a Elena en la lavandería desvanecida en el suelo. La llevaron a su cama y observaron que desde el húmero izquierdo hasta el cuello todo estaba negro. Llamaron al cirujano y las hermanas decidieron hacerla operar por el mismo médico de la comunidad.
El 25 de marzo, en el mismo dormitorio, sentada y atada a una silla, Elena soportó que le quitara la carne ennegrecida sin anestesia, ni siquiera local, teniendo en las manos un crucifijo y teniendo al frente un cuadro de la Virgen Dolorosa. El médico, junto con la carne ennegrecida, cortó también nervios y la espalda permaneció inmóvil y la boca cerrada. La impresión fue tremenda. Durante 40 días fue atormentada por vómitos.
Como se acercaba el tiempo de la vestición del hábito, ella con fuerza de voluntad quiso levantarse para asistir a los ejercicios espirituales con la esperanza de recibir la vestición programada. Pero el director espiritual le aconsejó regresar a su casa para curarse bien y después volver al convento.
Elena escribió en sus apuntes que en esos días recibió de parte del Señor una invitación a la resignación y aceptar lo que habían dispuesto sobre ella y aceptar la cruz. Vio una grandísima cruz y junto a ella la figura de Jesús, que la invitaba a abrazar aquella cruz. Le dijo: Esta es tu cruz.
El 2 de mayo de 1921 la Madre Maestra por telegrama avisó a su padre que Elena regresaba a casa. Antes que recibiera el telegrama, su padre sintió tocar en la puerta de su habitación y una voz le dijo: Pascual, mañana llegará Elena. Fue al balcón a ver quién era y vio descender por la escalera a un anciano monje, encorvado y con barba, que se dirigía a la iglesia de San Francisco de Paula.
Llegó Elena a su casa, pero en un estado que daba pena. Estaba enflaquecida e irreconocible. No podía lavarse ni peinarse por sí misma. El brazo izquierdo lo tenía paralizado y sobre la espalda tenía una llaga de la que pronto saldrían gusanos.
Su padre, de inmediato, tomó la decisión de llevarla a Cosenza al hospital civil. Le manifestaron que no podían hacer nada porque la habían arruinado. El médico que la había operado no era cirujano y le había cortado nervios. Solo un milagro podría devolverle la salud, ya que tenía gangrena.
CURACIÓN DEL CÁNCER
Elena debió guardar cama y, si podía, iba una vez a la semana al Instituto de las hermanas para confesarse. Para que no la vieran en ese estado tan demacrado, pasaba por el jardín que unía la casa con el Instituto. Cada jueves recibía la comunión. Fue un tiempo de sufrimiento silencioso y resignado. En el mes de agosto de 1921 le vino un fuerte dolor al estómago y el poco alimento líquido que le administraban con una cuchara lo vomitaba. Le hicieron radiografías en el hospital de Cosenza y encontraron un cáncer en el estómago. El doctor Cerrito explicó a su hermana Giovannina que con el mal de la espalda podía vivir algunos años, pero que con el cáncer de estómago ya estaba acabada. Elena oyó lo que dijo el doctor a su hermana y entró en la habitación donde estaban. Dijo: Doctor, usted morirá, pero yo no moriré por ahora de este mal, porque santa Rita me curará.
Regresó a Montalto, pero antes quiso entrar a la casa de su prima Elvira Landolfi y fue a orar un poco a la iglesia parroquial de San Cayetano. Allí oró ante una imagen de santa Rita, pidiéndole la salud y vio que la imagen tenía mucho resplandor. Dirigiéndose a su prima, que estaba a su lado, le dijo que la imagen quemaba. La prima no comprendió lo que decía, porque no vio nada. En la noche santa Rita se le apareció y le dijo que quería que se instituyera en Montalto su devoción para reavivar la fe de la gente y pedía a Elena que hiciera un triduo en su honor.
Al final del triduo se renovó la visión de santa Rita y le prometió curarle el mal del estómago, pero dejarle el mal de la espalda para que sufriera por los pecadores. La realidad de estas visiones fue confirmada por su confesor y director espiritual, Monseñor Mauro, a quien ella se lo confió. De hecho el 21 de octubre de 1921 a las 5 a.m., Elena fue curada totalmente del mal de estómago. Ella escribió en sus Apuntes: El 21 de octubre a las 5 a.m. se ha aparecido santa Rita, toda radiante de luz, y dando una vuelta por la habitación se acercó a mi cama y apoyó su mano derecha sobre mi estómago diciendo: "Éstas curada. Deseo que se haga una imagen mía y la pongan en la iglesia de Santo Domingo en el nicho de San José".
Su hermana Evangelina vio desde su habitación la fuerte luz que salía a través de una rendija de la habitación de Elena y, creyendo que se trataba de un incendio, se levantó y entró a la habitación. Vio a Elena como dormida, pero sin sentido y llamó a otros familiares, temiendo que estuviera muerta. Elena se despertó y les contó la visita de santa Rita y su curación. Le prepararon una taza de café con huevos batidos y se los tomó sin ningún problema.
El padre de Elena encargó una imagen de Santa Rita a la empresa Guacci de Lecce. En la noche del 8 de noviembre de 1921 se le apareció Jesús, vestido de blanco, con el Corazón visible sobre el pecho y de la herida del Corazón salió un rayo de luz que llegó a la cabeza de Elena, dejándole un mechón de cabellos quemados. Jesús le explicó que esos cabellos quemados eran una invitación de su amor al sufrimiento y a participar de su pasión para expiar los pecados de los hombres.
Cuando se enteraron las hermanas del Instituto del asunto de los cabellos quemados por boca de Monseñor Mauro, le pidieron que se lo contase. En ese momento se cayó a sus pies una trenza de cabello como si una mano invisible la hubiera sacado de raíz. La trenza fue examinada por los médicos y parecía haber sido arrancada de raíz, pero al día siguiente los cabellos estaban en su lugar con la trenza normal.
El 21 de mayo de 1922 llegó la imagen de Santa Rita y fue colocada en la casa de Elena hasta 1927. Y cuando ella se transfirió a Cosenza para iniciar su nueva Congregación, la imagen fue colocada en la iglesia de Santo Domingo en el nicho de san José como había indicado la santa.
Hay que anotar que, después de la curación realizada por medio de santa Rita, Elena dejó el hábito de la Congregación de la preciosísima Sangre y se puso el hábito que usaban las religiosas agustinas de Casia. Lo llevó hasta que se escogió el nuevo hábito de la nueva Congregación por ella fundada.
LAS LLAGAS
Ella escribió en sus Apuntes: El primer viernes de marzo de 1922 a las tres de la tarde estaba en cama sufriendo mucho por la llaga de la espalda izquierda, leía el noveno viernes en honor de San Francisco de Paula y se presentó el Señor vestido de blanco con la corona de espinas. A la invitación de, si quería participar de sus sufrimientos, respondí afirmativamente y el Señor, quitándose la corona de espinas me la puso sobre mi cabeza.
En ese momento le salió abundante sangre. El Señor le dijo que quería aquellos sufrimientos para la conversión de los pecados, especialmente por los pecados de impureza. Cierta señora llamada Rosaria, sirviente de su familia, estaba para irse a su casa cuando oyó algunos lamentos en la habitación de Elena. Al ver tanta sangre, llamó a sus familiares, pensando que la habían matado; y llamaron al doctor Turano. Después de tres horas, la sangre cesó de salir.
El segundo viernes de marzo antes de las tres de la tarde se encontraba en la casa el doctor Adolfo Tarano con algunas otras personas para controlar si se repetía el fenómeno. Y a la misma hora de las tres de la tarde pasó lo mismo. El médico trataba de secar la sangre con un pañuelo, pero la piel se irritaba más, dejando todos los poros abiertos. La sangre continuó saliendo como el viernes anterior durante tres horas.
El tercer viernes de marzo, pensando que fuese un fenómeno determinado por su fijación (obsesión) religiosa, el confesor mandó quitar de su habitación la imagen del crucifijo y le prohibió leer cualquier libro sobre la pasión de Jesús. Sin embargo, sucedió igual, a la misma hora y del mismo modo.
Una señora, madre de un médico de Milán, fue enviada por su hijo para constatar el hecho y mojar un pañuelo con la sangre de la frente, pero al regresar a Milán, el pañuelo lo encontró totalmente limpio sin ninguna marca de sangre. Su hijo se convirtió recibiendo el bautismo.
En la visión del Señor, respondiendo a las quejas de Elena por todo lo que le sucedía por el sudor de sangre de la corona de espinas, Jesús le aclaró que era él quien la hacía sufrir, porque debía ser una víctima por la salvación del mundo. Que no debía afligirse, porque le habían quitado el crucifijo, ya que él estaba presente en su corazón. Para confirmar esto, le daría una señal visible, haciendo reflejar en su cuerpo las llagas de su pasión. De hecho el último viernes de marzo, Elena sufría en su cuerpo con las llagas de Jesús y él le dijo: Tú debes ser semejante a mí, víctima por tantos pecadores y así satisfacer a la justicia del Padre para que se salven.
El viernes siguiente, a las llagas de las manos y de los pies, se unió la herida del Corazón. El Viernes Santo a mediodía comenzó el fenómeno. Hacia las seis la procesión de los misterios pasaba bajo los balcones de la casa de Elena. La señal dada al confesor fue la de poder Elena levantarse de la cama e ir al balcón para asistir a la procesión.
Cuando Jesús muerto pasó bajo el balcón, Elena perdió los sentidos, llorando lágrimas de sangre. Algunas lágrimas cayeron sobre la cabeza de su hermana Ida, asomada al balcón del piso de abajo. En ese momento Ida se lamentaba ante Jesús de que hubiera enviado a su familia aquella cruz tan fastidiosa, porque mucha gente venía a su casa a ver los fenómenos de Elena. En la noche siguiente, Ida tuvo en sueños un aviso del Señor de no lamentarse de aquella cruz, porque Elena debía sufrir por la salvación de muchos pecadores.
Los sufrimientos de cada Viernes Santo sucedían sin la presencia de algún curioso, teniendo la casa las puertas cerradas. El Sábado Santo Elena ya estaba en su puesto de oración, de trabajo y responsabilidad como si nada hubiera sucedido.
CURACIÓN DE LA ESPALDA
El 22 de marzo de 1924 a las dos cuarenta y cinco minutos de la tarde, vestida por su hermana Emma, fue conducida al piso de abajo de su casa, donde estaba la imagen de santa Rita. Fue acomodada en un diván frente a la imagen.
Elena, con gran esfuerzo y ayudándose de un espejo, se quitaba de la llaga de la espalda con un palillo de dientes los gusanos que salían de sus llagas de la espalda. Cuantos más gusanos sacaba, más salían. Ella soportaba con resignación ese tormento. Su fe en santa Rita era incalculable. Tenía la certeza de curarse, pero no todos lo creían. Llevaba así tres años. El 10 de mayo de 1924 Jesús se le apareció y le dijo: Hija mía querida, ¿quieres curar o prefieres sufrir? Ella respondió: Quiero sufrir con Vos, Jesús mío, pero haced lo que queráis. Y Jesús le contestó: Bien, te curaré, pero debes saber que cada viernes te haré entrar en tristeza y así me estarás más unida.
En la noche del 21 de mayo de 1924 Elena soñó que santa Rita le decía que al día siguiente a las tres sería curada. Ese día, como todos los días del mes de mayo, rezaba el rosario. Había algunas vecinas y el asiduo notario Carlos Taormina, que tenía un especial afecto a Elena. Este año Elena estaba muy cansada por las grandes crisis que había tenido en el mes de abril. Debían tomarla del brazo para hacerla bajar del piso superior como a una moribunda, acomodándola después en el diván delante de la imagen de santa Rita. Terminado de rezar el rosario, Elena comenzó a rezar con un hilo de voz: De tu santuario de misericordia, santa Rita, abogada de imposibles y patrona de los desesperados, mírame con tus ojos de piedad. Se me ha secado la fuente de mis lágrimas y la oración está para morir sobre mis labios, pero tengo esperanza. Oh, santa Rita, socórreme en esta necesidad y concédeme la gracia que te pido. Tú me lo has prometido. Me debes hacer esta gracia. No debo aparecer mentirosa.
Entonces, con ayuda se acercó a la imagen. Se tuvo la impresión de que la mano de la santa se acercó al lado adolorido de Elena y como si una vibración moviese la imagen. Elena entonces repitió: Estoy curada, estoy curada. Y sin ninguna ayuda se movió hasta el balcón y, viendo a la señora del notario Ceci, exclamó levantando los brazos: Señora Valentina, mira, estoy curada.
Ella misma en su segundo cuaderno escribió: En la noche del 21 de mayo de 1924 tuve la visión de santa Rita. Me dijo: "Mañana, después del rosario, vienes a mi imagen y te curo". Ansiosa y confortada, hacia las tres de la tarde, después de haber rezado el rosario con algunas de mis hermanas y algunas amigas, ayudada de Emma, me moví del diván y me acerqué a la imagen. Recé y en un momento me sentí ligera y libre en mis movimientos. Me levanté con la alegría íntima que sentía, viendo a los otros en estado de conmoción, les dije: "Estoy curada". Me fui al balcón y, al ver a la señora Valentina Vercillo, instintivamente exclamé, alzando los brazos: "Estoy curada. Mira" [1].
ELENA Y LUIGINA
Luigina (Gigia) Mazza fue su primera compañera en la nueva Congregación. Nacida el 28 de octubre de 1892, era tres años mayor que Elena. A los 30 años, en 1922, deseando entregar su vida al Señor, entró en la Congregación de las Hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón en Nápoles. Permaneció pocos meses en Nápoles, ya que desde el 1 de enero a mayo de 1923 se sintió mal de salud y por una caída el médico la hizo mandar a su casa para recuperarse. Oyó hablar de los fenómenos sobrenaturales que le sucedían a Elena y un viernes, acompañada de su madre, se acercó a la casa de Elena para pedirle consejo sobre su vocación.
Elena le respondió que solamente los viernes de Cuaresma del mes de marzo se verificaban aquellos fenómenos. Le habló de que ella también había sido obligada a dejar el convento por motivos de salud. Así comenzó una relación amistosa entre ambas. En la Cuaresma de 1924 estuvo Gigia presente a los fenómenos sobrenaturales de Elena. En mayo Elena le dijo que no pensase en volver a su Congregación y que sería religiosa en la nueva Congregación que ella había decidido fundar. Gigia pensó: Se está muriendo y piensa en fundar una nueva Congregación. Elena le captó el pensamiento y le respondió: No te preocupes, santa Rita me curara el 22 de este mes.
Cuando Elena fue curada milagrosamente, Gigia fue a verla y le notificó que pronto iría a buscarla a su casa. De hecho Elena, después de tres años de estar en cama con sufrimientos, tenía en la boca una fuerte periostitis y debió ir al dentista. Fue en camión a Cosenza, pero por una avería cerca de Bucita, donde vivía Gigia, pudo ir a visitarla por primera vez. Arreglado el camión, llegó a Cosenza, donde el dentista tuvo que extraerle todos los molares. Después de unos días debió regresar al dentista a Cosenza y de nuevo visitó a Gigia en Bucita. En esta oportunidad le dijo a la madre de Gigia que el Señor quería que comenzara su Obra y que le diera permiso a su hija para acompañarla a Cosenza, donde comenzarían la Obra.
El Señor en una visión en 1926, le manifestó claramente que comenzara la Obra. Michele Stillo le ofreció una casa en Cosenza, pero al final no se llegó a un acuerdo.
Como primera medida fue a visitar a las religiosas del monasterio de Casia para cumplir un voto que había hecho. La abadesa quiso persuadirla de quedarse como religiosa en ese convento y la hospedó dentro de la Clausura, pero no sentía vocación para la vida contemplativa.
LA NUEVA CONGREGACIÓN
El fin principal de la nueva Congregación era ejercer obras de caridad, sobre todo con las niñas abandonadas de la calle y educarlas cristianamente y humanamente para que aprendieran los principales oficios para ser buenas madres de familia y pudieran ganarse la vida. También se dedicaban a dar catequesis para el bautismo, primera comunión y confirmación; asistir a los sacerdotes ancianos e inválidos y a los seminaristas en los Seminarios; y hacer cualquier otro trabajo que les pidieran los obispos.
En noviembre de 1927 las dos llegaron a Cosenza y se hospedaron en casa del canónigo Colistro, que tenía un colegio de estudiantes y, por eso, necesitaba dos religiosas para llevar la dirección. Por medio de su familia conocieron que la casa Cavalcanti de la ciudad, junto a las Escuelas Normales, estaba en alquiler, pero el ingeniero Giacinto Cananea se la desaconsejó. Estando en esta situación, Elena pidió a sus santos protectores, y en especial a santa Teresita del Niño Jesús, que le ayudaran para encontrar una casa apropiada. Fue a la Oficina de correos y allí encontró una carmelita que preguntó si buscaba casa y le dijo: Venga conmigo y le enseñaré una.
Elena salió de la Oficina de correos y le dijo al ingeniero Cananea que avisara a sus familiares que regresaría mañana, porque debía ir con una religiosa que le iba a enseñar una casa. A lo largo del camino, la misteriosa religiosa le habló del lugar donde se encontraba la casa, especificando que el nombre de la dueña era María De Rosa. Le contó que ya la había comprometido a un oficial de correos por 260 liras al mes. Sin embargo, la religiosa insistió en que fuera, porque la dueña preferiría dársela a ella por 250 liras mensuales. Llegaron a la casa, le señaló el balcón y la religiosa desapareció, dejando al pie pétalos de rosa.
Elena llegó a la habitación de la señora De Rosa, quien prefirió dársela en alquiler por 250 liras como le había señalado la hermana misteriosa desaparecida. Esa misma tarde, por medio de Pietro Fusaro, que anticipó las 250 liras, se hizo el contrato y a la mañana siguiente Elena se acercó al arzobispado para comunicar lo que había sucedido. El arzobispo le aconsejó dedicar la primera casa de Cosenza a santa Teresita de Liseux, que era quien se le había aparecido.
Después de las fiestas de Navidad, Elena y Gigia tomaron posesión de la casa. Era el 17 de enero de 1928. Elena trajo en un carro algunas cosas de su casa para comenzar en serio ya la Obra querida por Dios. El 28 se le unía Gigia y quedaron ya las dos juntas, animadas y con deseos de cumplir la voluntad de Dios con los más necesitados, especialmente con los niños. Comenzaron por recorrer el barrio y recoger niños y jovencitas en la iglesia de Nuestra Señora de Loreto para instruirlos en las verdades religiosas y prepararlos para la primera comunión.
Como en ese barrio había muchos protestantes, a veces Elena se metía en la sala de los protestantes para decirles a los niños que fueran a la iglesia católica para la catequesis. Con su ayuda muchos niños fueron bautizados e hicieron la primera comunión. Se formalizaron muchos matrimonios y hasta muchos se confesaron y comulgaron después de años de estar alejados de la Iglesia.
Le hablaron a un jovencito de 14 años que era el terror del barrio por sus robos, y consiguieron que asistiera a la catequesis. Lo prepararon, hizo la primera comunión y ese mismo día la confirmación. A los ocho días de la primera comunión, por medio de una broncopulmonía, Dios lo llamó para darle el premio eterno del cielo.
Como su casa alquilada no era suficientemente grande para reunir a los niños y darles catequesis allí, consiguieron otra casa en el palacio Caselli por 450 liras al mes. Los hermanos de Gigia fueron quienes se ocuparon de acomodar la casa, colocando el sistema eléctrico. Eran tan pobres que tuvieron que adaptar una mesa con un viejo banco, que apenas se tenía de pie. Era el único mueble que tenían, pero era una Casa grande con amplios locales en el que poco a poco abrieron un taller de bordado, que fue muy frecuentado por jovencitas de la ciudad.
El 4 de diciembre de ese año 1928 el señor Giovanni Zeni, mandado por el arzobispo, le trajo una niña de nombre Rita Panno, huérfana, y prometió en memoria de su esposa dar 50 liras mensuales para el sustento de la niña. Después de unos días, Elena tuvo un sueño en que vio por la calle un hombre vestido de negro con tres niñas que iba en su busca sin conocerla. Al ver en sueños a Elena, le pidió que las recibiera a las tres niñas, porque su madre había muerto y sufrían mucho con una tía. Al despertar, contó el sueño a Gigia y esa misma mañana, tal como lo había soñado, encontró al hombre con las tres niñas y las recibió con alegría, confiando en la Providencia.
Pronto se acercaron jovencitas a ponerse bajo su dirección, queriendo ayudarla en su tarea; y Elena eligió como nombre del nuevo Instituto: Hermanas Mínimas de la pasión de Nuestro Señor.
En 1929 ya tenía a su cargo 26 niñas. Este año vinieron las dos primeras postulantes. De pronto las denunció una doctora y pidió a la prefectura de Roma que hiciera una investigación, porque una enferma de tisis (Elena) tenía en su casa ancianos enfermos y niñas abandonadas. La comisión investigadora determinó que todo era mentira, porque Elena no estaba enferma de tisis.
Santa Teresita del Niño Jesús mostró en varias ocasiones su complacencia con la Obra realizada. Un día se apareció, sonriendo dulcemente a las niñas que estaban trabajando en el taller y recitaban una oración. Elena estaba en el piso superior y bajó corriendo. Vio que todas estaban excitadas por haber visto a la santa carmelita. Subiendo adonde estaba antes, ella misma vio a santa Teresita que le sonrió.
ASOCIADAS A LA ORDEN MÍNIMA
Luigina le presentó a Elena a cuatro de sus hermanos, que habían entrado en la Orden de los Mínimos. Esto hizo que Elena tuviera un encuentro más profundo y directo con san Francisco de Paula, fundador de los Mínimos. Los hermanos Mínimos de Luigina fueron para ella y para la nueva Congregación unos ángeles custodios y, a la vez, ayuda constante en las dificultades que encontraba en el camino. Le ayudaron como sacerdotes y también con ayudas materiales de su familia.
Entre los hermanos de Luigina, el que más cercano estuvo de Elena fue Francesco, que la conoció en 1927 en su propia casa de Bucita con ocasión de la primera misa de su hermano Beniamino, a la que fue invitada Elena. Desde 1948 hasta su muerte, el padre Francesco Mazza fue su director espiritual y confesor.
Una de las primeras religiosas de la Congregación declaró: La Madre Elena sintió que un papá que pasaba debajo del balcón de nuestra casa tenía la intención de vender a su hija por treinta liras a un compadre. La chica, con doce años, era dejada por su padre la mayor parte del día en la calle, pidiendo limosna. La Madre Elena, movida a compasión, con la ayuda de los vecinos fue a la prefectura y pidió garantías para llevarse a la chica a su casa. El padre intentó que regresara su hija con él, pero la Madre se hizo fuerte y no cedió [2].
Un día sor Elena encontró en la calle un niño de dos años que casi lo atropella una carroza. Preguntó de quién es ese niño. Le dijeron que vivía solo, porque sus padres habían muerto. Lo tomó consigo y lo tuvo hasta los doce años, dándole una buena educación y estudios. Entonces se presentó una señora que había perdido un hijo, de doce años, llamado Antonio como también se llamaba el niño, lo pidió en adopción. La madre se lo dio y Antonio encontró una buena familia que lo acogió como a un hijo en buenas condiciones sociales [3].
En 1930 se constituye la Pía Asociación de terciarias Mínimas, con el visto bueno de la Curia episcopal que la pone bajo la guía de los padres Mínimos y en concreto nombra como director espiritual al padre Bartolomé Verde. Así comienzan las Asociadas, que después se llamarán Hermanas Mínimas de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo y Elena, dejado el hábito votivo de Santa Rita, que llevaba desde 1921, viste ahora el hábito de la nueva familia religiosa, con amplias mangas, escapulario, cíngulo de san Francisco de Paula, velo negro y sobre el pecho la insignia de la Caridad. Con el tiempo este hábito fue cambiado de acuerdo a las orientaciones del concilio Vaticano II.
PROGRESO DE LA CONGREGACIÓN
El 13 de junio de 1931 encontraron en las escaleras de ingreso al Instituto una niña recién nacida. Sor Elena era ya reconocida como la mamá de las pequeñas abandonadas. La madre que había abandonado a la niña, la había tenido con otro hombre, mientras su esposo estaba prisionero de guerra. Informada de que su esposo iba a regresar, para ocultar el asunto envolvió a la recién nacida en unos pañales de lana y la puso en un cesto en el que estaba escrito en un papel: se llama Ana Bárbara. La dejó delante de la Casa de la Madre Elena, quien se hizo cargo de ella. La niña, según iba creciendo, la llamaba mamá.
Cuando murió el esposo de la madre de la niña, como ya no tenía nada que ocultar, vino a recogerla. Fue la única vez que se presentó en el Instituto. Otro caso fue el de un padre que, regresando de Rusia, donde había estado prisionero de guerra, llevó a la Madre Elena tres niñas y la Madre las recibió con alegría de madre.
También buscaban a Elena la gente que tenía enfermos graves. Una vez la familia de un señor que había llevado una vida desordenada y estaba al fin de su vida por un cáncer, le pidió que fuera a visitarlo. Ella se presentó y él se alegró de su visita inesperada. Le invitó a tomar un poco de agua azucarada, consiguiendo la confianza del enfermo. Le habló de recibir los sacramentos, el enfermó aceptó y ella pidió al Superior de los padres Mínimos que fuera a visitarlo enfermo. Esa misma tarde se confesó y comulgó. Incluso pidió la unción de los enfermos y después de recibirla, casi al momento expiró.
Otro día Elena soñó que un señor de cierta familia conocida se había suicidado. Le rogó al padre Superior de los Mínimos que fuera a la casa. Mientras subía las escaleras, oyó una doble detonación de fusil. Entró con el hijo mayor del enfermo en su habitación y lo encontraron que se había disparado dos tiros, pero estaba aún vivo y arrepentido de lo que había hecho. Pudo confesarse y así, asistido en sus últimos momentos, después de recibir la unción de los enfermos, murió en paz.
En el verano de 1935 pudieron conseguir una casa con un terreno en Via dei martiri de Cosenza por la suma de 165.000 liras, confiadas en la providencia de Dios. Elena solo tenía 1.000 liras. El notario Godofredo anticipó 14.000 liras para suscribir el contrato. Comenzaron los trabajos de arreglo de la casa. Gastaron 170.000 liras, pero la providencia de Dios no faltó y con limosnas, venidas de muchas partes, pudo hacer frente a los gastos y saldar las deudas.
En el verano de 1937 una parte de la comunidad se trasladó a la nueva sede. Sor Elena quiso esperar a la implementación de la capilla para transferirse con Jesús Eucaristía. El 20 de septiembre tuvo lugar la solemne inauguración con presencia de las autoridades civiles y eclesiásticas. En esos momentos las religiosas ya eran 52; 22 profesas, 14 novicias y 16 postulantes. De las religiosas, 14 habían obtenido su diploma de tejido, de corte y confección, y también de bordado. En 1940 fue reconocido oficialmente el taller de confección, de tejido y bordado y fueron premiadas por el ministro con cuatro máquinas de tejer, y además con 5.000 liras.
En 1956 se tuvo el primer capítulo general y en una relación oficial se declara que tenían ya un asilo con 100 niños, que daban catequesis de niños invitadas por el arzobispo, asistían a los moribundos y preparaban a los niños para la primera comunión. También tenían un taller de bordado y de corte y confección para las chicas del barrio.
LA PROVIDENCIA DE DIOS
Elena fue a la prefectura de Cosenza a buscar ayuda económica para la Obra y le concedieron 10 kilos de pan cada día y 250 liras mensuales. Un día no había pagado el recibo de la luz y se la quitaron, debieron pasar toda una semana sin luz. Se fue a la Sociedad eléctrica, pidiéndoles comprensión y colaboración. El director, no solo le conectó la luz de inmediato, sino que ordenó que nadie la molestara, si no podía pagar el recibo.
El 11 de septiembre de 1935, mientras Gigia estaba con sus hermanos en Bucita, Elena pasó la noche con mucho dolor. Por la mañana, muy cansada, comenzó su actividad normal. No había nada para comer. Sor Ángela le pidió dinero para la comida y en ese momento entró un sacerdote que pidió permiso para celebrar la misa en la capilla. Elena le rogó a sor Ángela que primero fuera a oír la misa y que el Señor proveería.
Después de la elevación se sintió en la capilla un fuerte perfume. Elena, que rezaba el Oficio de la Virgen, vio en el libro, en la segunda página, entre la estampa de la Virgen Dolorosa y la de Santa Teresita, un billete de 50 liras. Estaba segura de que no lo había dejado allí. Terminada la misa y, dadas las 50 liras para la comida, mandó a las niñas que fueran a la capilla y allí, delante de todas, pidió al Señor que mandara otras 50 liras al mismo lugar de su libro para asegurarse de que no habían sido dejadas por nadie en particular, sino por la providencia divina.
Por la tarde, al rezar las últimas oraciones, se advirtió de nuevo un fuerte perfume como en la mañana. Elena no quiso abrir su libro. Se lo pasó a sor Teresa, quien encontró otras 50 liras con un escrito que ponía 50+50=100. Al día siguiente por la mañana le contó el hecho al confesor, canónigo Mazzuca, que quiso ver el billete de 50 liras.
En 1934, en la víspera de San José debía pagar al señor Pietro Rizzo el importe por un quintal de aceite. Elena reunió a sus huerfanitas junto al altar para rezar a san José. En la tarde se presentó un bienhechor con una limosna, que era exactamente lo que correspondía al pago del quintal de aceite.
Un día de 1937 faltaba el pan y le dijeron a la hermana encargada que fuera a pedirlo como otras veces a crédito, pero la hermana no se atrevió, porque debían el pan de mucho tiempo. A la hora de comer, se dieron cuenta de que faltaba el pan. Elena oró interiormente al Señor y en ese momento un guardia municipal tocó la puerta para entregar 36 kilos de pan que habían decomisado esa misma mañana.
Otro día las niñas le dijeron que en la cocina solo había pasta. Ella las llevó a la capilla y les dijo: Rezad y veréis cómo el Señor provee. Al poco rato Elena fue llamada y le llevaron 18 kilos de peces.
En 1938 sor Ángela recibió a un señor que visitó el Instituto y entregó una limosna de 5.000 liras. La hermana quedó asombrada y le explicó al bienhechor que, precisamente, esa era la cantidad que el panadero solicitaba como deuda al Instituto.
HEMOGRAFÍAS
Son escritos o dibujos con sangre. El 24 de septiembre de 1949 sor Elena declaró a Aristide de Nápoles: Desde hace cuatro años no tomo alimento. Solo alguna vez un vaso de leche o de agua y un poco de azúcar. Las llagas de las manos y de los pies se renuevan los viernes y se cierran después instantáneamente. El Viernes Santo de 1948 apareció por primera vez una cruz sangrienta sobre el pecho. Me puse un pañuelo y quedaron impresos en él nueve corazones y una cruz en medio. En el antebrazo izquierdo me apareció una cruz el 8 de agosto de este año 1949 [4].
El 29 de septiembre de 1955, fiesta de san Miguel arcángel, protector de la Orden de los Mínimos, sor Elena había orado a san Miguel para pedirle protección y asistencia para la Congregación. Hacia medianoche, mientras sor Luisa la asistía y le daba unas gotas de alcanfor, brilló una luz en la esquina izquierda de la habitación y se vieron correr algunas gotas de sangre sobre un panel de madera junto a su cama. Por la mañana encontró su cubierta con sangre. Así comenzó un fenómeno inexplicable. Se aplicaron pedazos de algodón y pañuelos y quedaban manchados de sangre con formas determinadas como cruces, coronas, corazones. Esta sangre fluyó desde el 29 de septiembre hasta el 13 de octubre. Se repitió en los días 1, 21 de noviembre y 8 de diciembre de 1955. También en 1956 el 6 de enero, 3 de marzo, 2 de abril y el 3 de mayo, fiesta de la santa Cruz. También el 31 de mayo, fiesta del Corpus Christi; el 8 de junio, fiesta del Sagrado Corazón, y el 1 de julio, fiesta de la preciosísima sangre. Esta última vez de modo muy abundante.
La figura de un rostro se comenzó a ver con claridad. La sangre salía de los ojos de la figura de Cristo, que todavía se conserva. Hicieron análisis y resultó que era sangre humana. Este fenómeno se repitió en años sucesivos hasta la muerte de sor Elena.
¿Qué significado podía tener esa sangre? Ella entendió que era un reclamo de Jesús para llevar una vida más austera y cristiana, con más sacrificio y amor para reparar los pecados del mundo entero.
El 25 de marzo de 1957, el padre Francesco Mazza envió al arzobispo Monseñor Calcara, después de una investigación, la relación del fenómeno de sudor sanguíneo y del perfil del rostro de Jesús que había aparecido en la habitación de sor Elena. Consideraba que todo era auténtico.
EL DEMONIO
Un día sor Elena estaba para ir a la Oficina de correos, cuando la portera le dijo que había una señora que la esperaba en la salita de huéspedes. Dejó su bolsa con su carnet de identidad sobre una mesita de la portería y fue a hablar con la señora. Después de conversar con ella, la señora se despidió y se fue. Sor Elena fue a recoger su bolsa y su carnet y no lo encontró. Llamó a la portera y no sabía qué había pasado. Entonces sor Elena pensó en el diablo y lo increpó con palabras fuertes y, de pronto, de lo alto cayó en medio de la portería la bolsa con el carnet. El demonio había querido quitarle la paciencia a sor Elena, pero no pudo y tuvo que irse defraudado.
Cuando a veces le desaparecía el rosario, al encontrarlo le quemaba en las manos. Eso era señal de que había sido el demonio quien se lo había quitado.
DIFUNTOS
Alguna vez la Madre contó que había tenido visitas del más allá en la noche, es decir, de difuntos particulares que habían tenido algo que ver en su vida con ella o con el Instituto. Así cuando murió la madre de don Franco, la vio después de 20 días de su muerte, sentada en un sillón al pie de su cama; y habló con ella unos 20 minutos.
Una mañana temprano, toda la Casa Madre del Instituto sintió un gran ruido, como si de un gran golpe hubieran abierto la puerta de la habitación de sor Elena. Corrieron a ver qué pasaba y ella contó la visita hecha por el difunto padre Donnarumma, que había venido a agradecerle por las oraciones que toda la comunidad había hecho por su alma.
JESÚS Y MARÍA
Jesús Eucaristía era el centro y el amor de su vida. A la Virgen María la quería como a una madre. La imagen de la Virgen de los Dolores era una de las imágenes más presentes en la casa de Elena. Junto a su habitación, había mandado hacer una gruta de la Virgen de Lourdes y allí muchas veces se le apareció la Virgen. Entre sus devociones estaba rezar el día de la Asunción de María 1.000 avemarías para liberar almas del purgatorio. Lo mismo hacía la Vigilia de la Virgen de los Dolores y desde el Viernes Santo hasta la mañana de la Resurrección.
En la nueva familia religiosa se le da mucha importancia a la Virgen María. En la Casa donde habitan no hay un rincón donde no haya una imagen de María. Todas llevan en la mano normalmente el rosario, llamado el salterio de los humildes. Su espiritualidad se basa en el rosario y en el Vía Crucis, es decir, junto a la cruz y Jesús Eucaristía, el amor a María.
DON DE CURACIÓN
En 1950 don Franco, llegando a Cosenza, encontró a su familia consternada; su madre estaba muy grave con sus 73 años. Tenía un mal al seno. Se fue a visitar a la Madre Elena y le dijo que encomendara al Señor la salud de su madre. Sor Elena se recogió unos momentos y después dijo: No es nada. Vayan a Roma, le harán aplicaciones de radio y todo desaparecerá. Don Franco comunicó esta noticia a sus familiares. El 26 de diciembre fueron con la mamá a Roma. El doctor Cattaneo confirmó el diagnóstico que había dado Elena y después de aplicarle radioterapia, desapareció toda huella del mal.
Una vecina de la casa de Gigia tenía dos tumores y su esposo le pidió a Gigia que le rogara a Elena de rezar por su salud. Elena le envió una imagencita de santa Rita con unos pétalos de rosa recibidos de Casia para aplicarlos a la parte enferma. En su casa aplicaron la imagen con los pétalos de rosa a la enferma y en la noche se rompieron los dos tumores. Por la mañana siguiente, el doctor que había ido para una intervención quirúrgica, la encontró ya curada.
JESÚS LA ACARICIA
El año 1935, un viernes en el que Elena tuvo el sudor de sangre de la frente por la corona de espinas, una profesora que residía en el Instituto entró en la habitación de sor Elena y observó, sobre la cara de sor Elena, una mano de hombre blanquísima con una llaga, que secaba el rostro de Elena. Espantada, comenzó a gritar y, corriendo a ver qué pasaba, sor Luigina y el padre Mazzuca que estaba en casa, observaron que la mitad del rostro de Elena estaba totalmente limpio, mientras que la otra mitad estaba con las marcas de sangre de la corona de espinas.
El prefecto de Cosenza doctor Palmardita manifestó: Yo estuve presente dos viernes de marzo de 1938. Durante el fenómeno del 24 de marzo de ese año, la Madre Elena vio al Corazón de Jesús, a santa Gema Galgani y a Vera [5].
CARTA A BENITO MUSSOLINI
El 23 de abril de 1940 sor Elena le escribió a Benito Mussolini una carta de parte de Dios en la que le decía: Ayer, 22 de abril, el Señor se me ha aparecido, ordenándome de hacerle saber lo que sigue. El mundo está en ruinas por los muchos pecados, y sobre todo, por el pecado de impureza. Por eso tú (Elena) deberás sufrir y ser víctima expiadora por el mundo y especialmente por Italia, donde está la sede de mi Vicario. Mi reino es un reino de paz.
Los gobernantes de los pueblos están ansiosos por conquistar nuevos territorios: ¡Pobres ciegos! En su corazón no hay más que maldad y no hacen más que ultrajarme y despreciarme. Son demonios de discordia.
Francia, tan querida a mi Corazón, caerá en ruina por sus muchos pecados y será desvastada. A Italia, por ser sede de mi Vicario, he enviado a Benito Mussolini para salvarla del abismo hacia el cual es enviada. De otro modo quedará en peores condiciones que Rusia. Ahora debe mantener a Italia fuera de la guerra, porque Italia es la sede de mi Vicario en la tierra. Si hace esto, tendrá favores extraordinarios, pero él ha decidido declarar la guerra. Sepa que, si no la impide, será castigado por mi justicia.
Todo esto me ha dicho el Señor. No crea, oh Duce, que yo me ocupe de política. Soy una pobre religiosa, dedicada a la educación de las niñas abandonadas, y pido mucho por su salvación como por la de nuestra patria.
El 15 de mayo de 1943 le envió otra carta a Mussolini, pero dirigida a la hermana del Duce, Eduviges. En ella escribe así: Nosotras nos encontramos en Cosenza por causa de los bombardeos. La barbarie enemiga ha desfogado su odio descargando bombas sobre la ciudad de Cosenza, causando devastación, dolor y muerte entre la población.
Yo me encontraba en cama con sufrimientos. Tres bombas han caído cerca de nuestro Instituto, pero el Señor nos ha salvado por su infinita bondad y misericordia. Para tener alejadas a las niñas del peligro de nuevos bombardeos nos hemos refugiado en Montalto Uffugo, mi pueblo natal, donde nos encontramos a disgusto, pero todo lo ofrecemos al Señor por la salvación de Italia.
La razón de este escrito es para dirigirme a Ud. Recuerde que el 6 de mayo de 1940 escribimos al Duce que había decidido hacer la guerra, mientras el Señor le hacía saber que debía salvar a Italia de la guerra, pues de otro modo sería castigado por su justicia.
Si el Duce hubiera oído las palabras de Jesús, Italia no estaría ahora en tan triste condición. Yo pienso que el corazón del Duce estará triste al ver a Italia transformada, de un jardín florido, en un campo desierto, sembrado de dolor y muerte. Por eso, querida Eduviges dígale al Duce a nombre mío que este es el último aviso que el Señor le manda. Podrá salvarse, poniendo todo en manos del Santo Padre. Si no lo hace, pronto descenderá sobre él la justicia divina. Recuerde que el 7 de julio del año pasado, cuando me preguntó qué sería del Duce, le respondí que, si no se mantenía unido al Papa, terminaría peor que Napoleón. Ahora repito las mismas palabras: Si el Duce no salva a Italia, haciendo cuanto dirá y hará el Santo Padre, pronto caerá.
El Señor dice frecuentemente que Italia se salvará por el Papa, que es víctima expiadora por este flagelo. No hay otro camino para la verdadera paz y la salvación de los pueblos. ¿Quién es el que ha causado tanta ruina a Italia? ¿No ha sido el Duce por no haber oído las palabras de Jesucristo? Ahora podrá remediarlo, haciendo cuanto quiere el Señor. Yo no dejaré de rezar.
Benito Mussolini (1883-1945) murió fusilado el 28 de abril de 1945. El año 1961 Elena tuvo una visión que fue transcrita por el padre Francisco Mazza, que estaba presente. En la visión se le presentó Mussolini y De Gasperi que estaban muertos. Mussolini le dijo que estaba en el purgatorio. En esa visión vio la Ciudad del Vaticano, invadida de comunistas, con persecuciones contra el Santo Padre y la Iglesia. En otra ocasión se le apareció De Gasperi y le manifestó que también él estaba en el purgatorio [6].
PROFECÍAS SOBRE EL MUNDO
Los hombres ofenden demasiado a Dios. Si te hiciese ver el número de los pecados que se cometen en un solo día, morirías de dolor. Los tiempos son graves. El mundo está peor que en los tiempos del diluvio. El materialismo avanza. Hay señales evidentes y peligrosas para la paz. El flagelo está pasando sobre el mundo como la sombra de una nube amenazadora para dar testimonio a los hombres de la justicia de Dios. Todavía el poder de la madre de Dios contiene la explosión del huracán, pero todo está suspendido como por un hilo. Cuando se rompa este hilo, la justicia divina caerá sobre el mundo y se cumplirá el terrible castigo purificador. Todas las naciones serán castigadas, porque son muchos los pecados que como una marea de fango ha cubierto toda la tierra. Las fuerzas del mal se preparan para desencadenarse en el mundo con mucha violencia.
He avisado a los hombres de muchas maneras. Los gobernantes de los pueblos advierten el peligro gravísimo, pero no quieren reconocer que para evitarlo es necesario regresar a una vida verdaderamente cristiana.
El tiempo no está lejano y todo el mundo estará envuelto. Se derramará mucha sangre, de justos e inocentes, de santos sacerdotes. Las Iglesia sufrirá mucho. El odio llegará al colmo. Italia será humillada, purificada por la sangre y deberá sufrir, porque muchos son los pecados de esta nación predilecta, sede del Vicario de Cristo.
No puedes imaginar lo que sucederá. Se desencadenará una gran revolución y los caminos se enrojecerán de sangre. El Papa sufrirá mucho y todo este sufrir será para él como una agonía que abreviará su peregrinación terrestre. Pero no tardará el castigo de los impíos. Aquel día será espantoso. La tierra temblará y se conmoverá toda la humanidad. Los malvados perecerán por la justicia de Dios. Avisad a todos pronto, para que todos los hombres regresen a Dios por la oración y la penitencia [7].
La Virgen me ha explicado que el flagelo que vendrá para castigar a los malvados vendrá por la mañana y será precedido de un terrible huracán de viento que lo envolverá todo. Después aparecerá en una nube en el cielo Jesucristo mismo y se oirá un grito de justicia en toda la tierra. Todos comenzarán a palidecer y a temblar. A continuación vendrá una densa tiniebla que envolverá la tierra y se desencadenará una tremenda borrasca de fuego que quemará a todos los malos e impíos. Veréis caer a pedazos humeantes las carnes de los cuerpos de los impíos. Por el espanto morirían también los buenos, pero la Virgen ha dicho que ella aparecerá sobre la tierra y salvará del flagelo a todos los buenos, especialmente a los que reciten el rosario [8].
Esta visión del futuro, quizás pueda tener relación con los tres días de tinieblas que varios santos han profetizado. También debemos relacionar esto con el castigo que Dios enviará a la tierra, pero con la esperanza de que al final Dios triunfará por medio de María. Recordemos las palabras exactas de la Virgen en Fátima en la aparición del 13 de julio de 1917: Si atienden a mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir. Varias naciones serán aniquiladas. Pero al fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo un tiempo de paz [9].
Por supuesto que todas estas profecías son condicionales, en el caso de que los hombres no se conviertan, pero por el camino que vamos, no parece posible por ahora. El mundo occidental está cada día más lejos de Dios y los pecados, sobre todo de impureza, llenan el mundo.
El padre Francisco Mazzieri declaró en el Proceso de canonización sobre san Maximiliano Kolbe: Un día estaba dando una conferencia y quedó un momento absorto en silencio y dijo: "Les digo que un día veremos o veréis la imagen de la Inmaculada sobre el Kremlin" [10]. El padre Quirico Pignaleri aclaró que el mismo padre Kolbe dijo: En el centro de Moscú será alzada la imagen de la Inmaculada, pero primero debe venir la prueba de sangre... Esta prueba de sangre es necesaria [11].
La mística italiana Teresa Musco tuvo visión del futuro y escribió en su Diario que le dijo la Virgen María: El mundo camina hacia una gran ruina. Amenazan terribles castigos. Fuego y humo envolverán al mundo (¿bombas atómicas?). Las aguas de los océanos se convertirán en fuego y vapor. La espuma se levantará y rodeará toda Europa y hundirá todo en una lava de fuego y millones de hombres y niños perecerán en el fuego y los pocos elegidos que queden envidiarán a los muertos, porque a cualquier lugar donde miren, solo se verá sangre, muertos y ruinas en todo el mundo [12].
SU MUERTE
El 7 de junio de 1961 sor Elena partió acompañada de Luigina y sor María Silvana hacia Roma. Madre Elena estaba en muy malas condiciones de salud y con la tristeza de saber que no regresaría más a Cosenza. Llegada a Roma, se instaló en la comunidad que tienen en la Via dei Baldassini. Llamaron al médico Liberti, internista del hospital san Juan. Cuando el médico le preguntó por algunas señales extrañas en su cuerpo, ella no respondió y sor Imelda Mazzulla, superiora de la comunidad de Roma, dijo: Doctor, la Madre es una mujer privilegiada, porque tiene las llagas de Cristo. La internaron en el hospital. Todas las religiosas de las diferentes comunidades rezaban por la Madre, pero ya no había remedio humano. La regresaron a la comunidad de Roma para morir entre sus hermanas. Recibió los últimos sacramentos y el padre Francesco Spadafora celebró misa en su habitación. El 19 de junio de 1961 Jesús se la llevó al cielo para darle la recompensa de tantos trabajos y de tantos sufrimientos, ofrecidos por el bien de la humanidad pecadora. En ese momento la Congregación tenía 18 Casas y 150 religiosas.
La noticia de su muerte llegó a todos los rincones de Italia. El primer funeral lo celebraron en la casa de Roma. En la tarde del 20 de junio la llevaron a Cosenza. Antes de llegar a Cosenza, sus restos hicieron escala en algunos lugares donde la conocían como San Fili, San Sisto, San Vincenzo, Bucita, Rende, Castiglione, Montalto, la ciudad donde nació, y por fin Cosenza. El día 21 llegaron a la catedral de Cosenza, donde fueron celebradas solemnes exequias presididas por el arzobispo. Después de su muerte, sor Luigina tomó el cargo de Superiora de la Congregación hasta su muerte el 25 de mayo de 1967. Sus restos fueron enterrados enfrente de los de la Madre Elena en la cripta de la iglesia principal del Instituto en Cosenza.
Sor Elena fue beatificada el 14 de septiembre del 2011, el día de la Exaltación de la Santa Cruz, que es la fiesta principal de su familia religiosa, en el curso de una solemne concelebración, presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación de las Causas de los santos.
MILAGROS DESPUÉS DE SU MUERTE
La señora Venerina Englaro de Pontebba (Udine) escribió el 21 de junio de 1961: Me siento en el deber de comunicar que por intercesión de sor Elena, en el lejano 1940 obtuve la curación, primero de un hijo mío y después de otro salvado milagrosamente después de haber tenido sobre su pecho una carta que sor Elena me había escrito en medio de los peligros de la guerra y que ya han pasado 21 años.
El 21 de junio de 1962 escribió María Tanzi, de Foggia: El año pasado el día 22 de junio me encontraba de viaje de Bari a Foggia de regreso de una clínica. Con la ayuda de la Cruz Roja manifesté que mi esposo estaba grave, condenado a muerte por un mal incurable. Afligida por el dolor, me desesperaba por la salvación de su alma, porque era contrario a recibir los sacramentos desde hacía mucho tiempo. A lo largo del viaje, no sé cómo sucedió, encontré un trozo de periódico donde aparecía que se habían celebrado los funerales de una religiosa santa. Yo entonces, con fe, me puse a rezar a sor Elena por la conversión de mi esposo, prometiendo publicar esta gracia. Estoy segura que fue por intercesión de sor Elena que mi esposo recibió los sacramentos y murió resignado.
La señora Nini Carravetta de 30 años, desde hacía muchos años sufría de una forma reumática gravísima en la pierna derecha que no le dejaba caminar normalmente y debía cojear de manera sensible. En la última semana el mal de la señora había crecido y con mucho esfuerzo iba cada día a su trabajo. Por eso había caído en un estado de postración o depresión. Un día en su trabajo, sintiendo el dolor de modo especial invocó a sor Elena, cuya muerte reciente había oído contar, y quedó totalmente curada.
Fueron muchos más los milagros que Dios ha hecho por su intercesión. Algunos de los cuales los escribió el padre Francesco Spadafora en su libro sobre la beta Elena.
CONCLUSIÓN
Después de haber leído atentamente la vida de la beata Elena Aiello, podemos cantar un canto de alabanza al Señor, que hace maravillas en sus santos. Hemos visto cómo en su vida le ayudan eficazmente santa Rita y santa Teresita del Niño Jesús. Esto nos indica claramente que no estamos solos en este mundo, que los santos son nuestros hermanos mayores y que nos ayudan en la medida en que los invocamos, al igual que nuestro ángel custodio, nuestro amigo y compañero inseparable de toda la vida.
Por eso, en nuestro caminar por esta tierra, en la que encontramos tantas dificultades, tentaciones y dolores, no nos olvidemos de pedir la ayuda de Jesús, de nuestra madre la Virgen, pero también de los santos y ángeles, que son nuestros hermanos y que están siempre dispuestos a ayudarnos.
Dios la escogió a sor Elena para fundar una nueva Congregación, pero su santidad estuvo basada especialmente en hacer en todo momento la voluntad de Dios, que la escogió para ser víctima de amor por la salvación de los pecadores y la liberación de las almas del purgatorio.
Que su vida nos estimule a nosotros a vivir más intensamente nuestra vida de fe, que estemos más unidos a Jesús, el amigo que siempre nos espera en la Eucaristía, y también a María nuestra madre querida.
Hermano lector, que Dios te bendiga y te haga santo, éste es mi mejor deseo para ti, ya que, en la medida en que seas santo, podrás también hacer mejores y más felices a todos los que te rodean.
Saludos de parte de mi ángel para ti y para tu ángel.
Tu hermano y amigo para siempre.
P. Ángel Peña O.A.R.
Agustino recoleto
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BIBLIOGRAFÍA
Amodio Giuliana, Beata Elena Aiello, Ed. Paoline, 2011.
Anónimo, Beata Elena Aeillo, beatificazione, Cosenza, 2011.
Aristide de Napoli, Elena Emilia Santa Aiello, la monaca santa, Ed. Saltem, Cosenza, 1978.
La voce delle figlie di Madre Elena Aiello, Raccolta stampa Istituto, sessennio 1995-2001, Cosenza, junio 1998.
Positio super virtutibus, Cosentina Canonizationis servae Dei Helenae Aiello, Roma, 1989.
Raimondo da Castelbuono, Nel segno di Giona, il Calvario di suor Elena Aiello, Fasano Editore, Cosenza, 1973.
Spadafora Francesco, Suor Elena Aiello, a monaca santa, segunda edición, 1964,
Speziale Vincenzo, Dio scrive a Mussolini, Ed. Segno, 1996.
Suor Elena Aiello, Doveri della suora. Detti, scritti, a cura dell´Istituto delle suore Minime della Passione.
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[1] Spadafora Francesco, Suor Elena Aiello, a monaca santa, 1964, pp. 73-75.
[2] Amodio Giuliana, Beata Elena Aiello, Ed. Paoline, 2011, p.56.
[3] Ib. pp. 59-60.
[4] Arisitide de Napoli, Elena Emilia Santa Aiello, la monaca santa, Ed. Saltem, Cosenza, 1978, pp. 229-230.
[5] Vera era la hija del mismo prefecto ya difunta que tenía en su mano unos lirios.
[7] Spadafora Francesco, Suor Elena Aiello, a monaca santa, segunda edición, 1964, pp. 209-211.
[11] Ib. p. 101.