BEATA VERÓNICA DE BINASCO, MÍSTICA AGUSTINA

La vida de la beata Verónica de Binasco es una vida llena de sucesos sobrenaturales. Con frecuencia se le presentaba su ángel custodio. Durante mucho tiempo le trajo cada día un pan celestial para alimentarse sin necesidad de alimentos materiales, le dio la comunión y la llevaba en éxtasis a visitar muchos lugares donde vivió Jesucristo e incluso la llevaba al cielo para asistir a las fiestas que allí se celebraban en las fiestas de los santos de cada día.  


P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.



















BEATA  VERÓNICA  DE  BINASCO, MÍSTICA  AGUSTINA



















S. MILLÁN – 2018


BEATA  VERÓNICA  DE  BINASCO,  MÍSTICA  AGUSTINA



















Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez
Obispo de Cajamarca (Perú)














S. MILLÁN – 2018




ÍNDICE GENERAL


INTRODUCCIÓN
Su infancia.
Monasterio de Santa Marta.
Vida conventual.
El demonio.
El purgatorio.
Sor Jacinta.
Jesús Eucaristía.
Jesús y el ángel le dan la comunión.
Rezando con Jesús y con el ángel.
Regalos de Jesús.
Visiones celestiales.
Visiones de santos.
Pan celestial.
Dones sobrenaturales a) Profecía.
b) Bilocación. c) Conocimiento sobrenatural.
d) Don de lágrimas. e) Éxtasis y levitación.
Visita al Papa.
Su muerte.
Beatificación y culto.

CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA

















INTRODUCCIÓN

La vida de la beata Verónica de Binasco es una vida llena de sucesos sobrenaturales. Con frecuencia se le presentaba su ángel custodio. Durante mucho tiempo le trajo cada día un pan celestial para alimentarse sin necesidad de alimentos materiales, le dio la comunión y la llevaba en éxtasis a visitar muchos lugares donde vivió Jesucristo e incluso la llevaba al cielo para asistir a las fiestas que allí se celebraban en las fiestas de los santos de cada día.

Ella por su parte ofrecía a Jesús todos sus sufrimientos por la salvación de los pecadores y la liberación de las almas del purgatorio; y Jesús se le aparecía muchas veces. En una ocasión le dio personalmente la comunión, otras veces le hacía sentir momentos de cielo al abrazarla o besarla con cariño de esposo.

Ella fue un ejemplo para todas sus hermanas de comunidad y Dios le concedió algunos carismas especiales como el don de profecía, de bilocación, de levitación y éxtasis, conocimiento sobrenatural y, sobre todo, el don del amor. Su cuerpo estaba tan caliente que ella decía que parecía que estaba a la boca de un horno y que de su boca salían llamaradas de calor. Era el amor de Dios que la quemaba por dentro.

Todos los datos de su vida, que anotaremos a continuación, están tomados del libro escrito por el padre Isidoro de Isolani, que fue director espiritual del monasterio de santa Marta en que ella vivió. El padre Isolani tomó las notas dejadas por el padre Aciati, que fue el director espiritual de sor Verónica, y de las notas dejadas también por sor Bernadetta de Vimercate, que escribió la primera biografía de la beata; además del testimonio personal de las religiosas que la habían conocido.

El padre Isolani publicó la vida de la beata a los 20 años de su muerte en 1517. Su escrito fue revisado por la Madre Tadea Bonali, que había sido testigo ocular de los hechos y que durante varios años fue la Superiora del monasterio en el que vivía sor Verónica. Esto quiere decir que los datos que escribimos sobre la vida de esta santa agustina son totalmente confiables por haber sido basados en sor Benedetta y en la revisión de la Madre Bonali, que fueron testigos directos de los hechos, ya que vivieron con la santa.


Nota.- El texto del libro de Isidoro de Isolani lo hemos tomado de la Vita mirabile della beata Verónica da Binasco, Monza, 1890; publicada en 1517. 



SU   INFANCIA

Verónica nació en 1445 en Binasco, un lugar de Lombardía, en Italia, entre Pavía y Milán. Su padre se llamaba Zannino Negroni y su madre Giacomina. A nuestra santa le pusieron Giovanna por nombre en el bautismo.

Sus padres eran pobres de bienes materiales, pero ricos de bienes celestiales, pues eran muy virtuosos. Por poner un ejemplo. Su padre fue al mercado a vender un asno que tenía un defecto y se lo hizo saber al comprador, porque no quería engañarlo.

Desde que Giovanna pudo ir a la iglesia, trataba de ir lo más frecuentemente posible de acuerdo a sus años, porque sentía una atracción muy fuerte hacia Jesús sacramentado. Cuando ya era grandecita, sus padres la enviaron a trabajar en los campos de un vecino para ganarse así la vida. Cuando tenía tiempo libre, se dedicaba a la oración, hablando con Jesús, como con un amigo cercano y querido. Así fue surgiendo en ella muy pronto el deseo de ser religiosa y de consagrar a Jesús su virginidad.

Cuando tuvo el permiso de sus padres, se fue a Milán y pidió ingresar en el monasterio de Santa Úrsula, pero fue rechazada. Entonces se dirigió al monasterio agustiniano de Santa Marta de la misma ciudad. Allí le dijeron que lo pensara bien y le dieron un tiempo para probar, si tenía realmente vocación, y le pidieron que aprendiera a leer. Después de un tiempo regresó y fue aceptada como hermana conversa, no como corista, ya que para ello necesitaba saber leer y ella no había aprendido.


MONASTERIO  DE  SANTA  MARTA

El monasterio de Santa Marta, en el que vivía Verónica, había sido fundado por Simona de Casale, que en 1345 había reunido a algunas amigas en su casa para dedicarse a la oración y penitencia sin profesar Regla alguna. Así vivieron hasta 1405, en que quisieron dar estabilidad jurídica a su monasterio y aceptaron vivir bajo a Regla de San Agustín y se sometieron a la autoridad de una devota matrona llamada Margarita Lambertenghi, que fue la primera que profesó y puso al monasterio bajo la protección de la Virgen María.

Sor Margarita Lambertenghi hizo construir, junto a la casa donde vivía, una capilla para oír misa, recibir los sacramentos y poder ser enterradas a la hora de su muerte. Pronto empezaron a acudir jóvenes deseosas de seguir su vida y las instalaciones de la casa quedaron pequeñas. Por eso la Superiora que siguió a Margarita, sor Michelina, consiguió otra casa más grande, contigua al antiguo monasterio y construyeron un pasaje para comunicarse mutuamente. Al nuevo monasterio, por estar junto a la iglesia de Santa Marta, lo llamaron monasterio de Santa Marta.

Después de  sor Margarita Lambertenghi, fue  Superiora de Santa Marta sor Michelina y después sor Tadea, que fue la confidente de sor Verónica, nuestra santa, de la que sor Tadea fue su maestra, amiga y consoladora y a quien la santa le confiaba todas sus cosas y experiencias espirituales.

Con el tiempo fueron surgiendo otros monasterios según las normas de vida del monasterio de Santa Marta. El primero fue el de Rímini, después otros en Pavía, Tortona, Como y Sesto.


VIDA  CONVENTUAL

Su entrada en el monasterio fue a sus 21 años en 1466. El día de la vestición del hábito le cambiaron el nombre de Giovanna por el de Verónica y fue encomendada a sor Marta, que era la maestra de las hermanas conversas, no coristas. Verónica se afanaba mucho en la meditación de la pasión de Jesús y destacaba por su humildad y obediencia a los Superiora y a la Maestra.

Durante cuatro años seguidos tuvo fuertes dolores de estómago. Por la noche debía salir del dormitorio común para no inquietar a las otras con sus suspiros y gemidos por sus fuertes dolores. Sin embargo, a pesar de que a veces no dormía nada, por la mañana iba a la capilla como si hubiera dormido bien y, aunque la Superiora la dispensaba de ir temprano a rezar, ella no quería excepciones. Seguía a la comunidad en todos los actos comunes y con permiso del confesor incluso ayunaba en días no impuestos por la Regla, pero lo hacía evitando que las demás se dieran cuenta para evitar excepciones.

Con frecuencia Jesús la alegraba con éxtasis, que le hacían vivir momentos de cielo. En ocasiones sucedían delante de sus hermanas, a pesar suyo, que no quería llamar la atención.

Algo digno de mención es que su ángel custodio se le presentaba con mucha frecuencia, especialmente cuando tenía éxtasis para guiarla y muchas veces explicarle los misterios de Dios.

Cuando su maestra sor Marta cayó enferma, Verónica la cuidó día y noche hasta que murió. Entonces tuvo revelación de que estaba en el purgatorio y hasta se le apareció la misma sor Marta para manifestarle todo lo que sufría. Ella se puso a llorar y no cesó de orar y hacer penitencias por su liberación hasta que en una revelación Dios le hizo conocer que ya no necesitaba sufragios, porque estaba ya en el cielo.

Todos sus éxtasis y experiencias sobrenaturales se los contaba a su confesor, el padre Alciati, quien dudaba de que fueran auténticos o un engaño diabólico. Por eso, no solía darle permiso para penitencias, y más bien ponía a prueba su obediencia y paciencia con algunos mandatos costosos.

Con frecuencia Verónica sentía un calor corporal extraordinario como si estuviera en la boca de un horno y como si las llamas le salieran de su propia boca. En la noche quería levantarse para refrescarse un poco, pero le pidió permiso al confesor y se lo negó, ordenándole que no se levantara hasta el toque de Prima. Como era cocinera, llegaba más tarde que sus compañeras a la cocina y tenía que pedir disculpas, porque primero debía obedecer al confesor.

Un día se le apareció la Virgen María en su celda y le dijo que le enseñaría tres letras: una blanca, otra negra y otra roja. Al principio ella no creía que fuera la Virgen, pues se creía totalmente indigna de ser visitada por la Madre de Dios, pero la Virgen le aseguró que era ella misma. María le indicó que la letra blanca significaba la pureza del corazón, que debía conservar con diligencia y evitar todo pensamiento y deseo desordenado. La letra negra significaba que debía evitar escandalizarse de las acciones de los demás y que debía excusarlos en la medida de lo posible y no debía murmurar.

La letra roja significaba que debía meditar continuamente en la pasión y muerte de Jesús. Por eso, acostumbró a llevar siempre un cilicio sobre sus carnes debajo de la camisa. María le manifestó: Con estas tres letras te basta para salvarte.

Como hermana conversa, Verónica tenía por oficio pedir limosna para el convento en la ciudad de Milán o en otros pueblos cercanos. También cuidaba las gallinas, hacía la comida para la comunidad y, sobre todo, cuidaba a las enfermas. Todas las tareas más humildes del monasterio las hacía ella con las otras hermanas conversas, mientras las hermanas coristas se dedicaban especialmente a rezar el Oficio divino y a otras tareas más importantes, porque Verónica no sabía ni leer ni escribir.

Un día estaba el sacerdote celebrando la misa y Verónica se distrajo mirando a una hermana. Acabada la misa se le apareció el ángel y la reprendió severamente por esa falta. Ella estuvo llorando tres días y tres noches por ese pecado.
En un tiempo estuvo pensando seriamente en irse de ermitaña al desierto y hasta le pidió permiso al confesor. Pero uno de los días el ángel se le presentó y le dijo: No es la voluntad de Dios que vayas al desierto, porque si vas, será para tu condenación. Con esto dejó su idea y continuó en el monasterio, tratando de santificarse en la vida de cada día con sus hermanas.

Una hermana, llamada Liberata, estaba enferma y Verónica le pidió permiso a la Superiora para pedirle a Liberata que, si moría, pudiera aparecérsele, si era la voluntad de Dios, para decirle cuáles eran las cosas en las que ofendía al Señor y, además pedir que ella fuera la próxima en morir en el convento después de Liberata. Murió Liberata y al mes oyó Verónica en su celda por tres veces que la llamaban. Era Liberata. Le dijo: Debes saber que has ofendido al Señor en tales y tales cosas, pero te has confesado y te ha perdonado. Tú debes vivir todavía y padecer muchas tribulaciones. Di a la Madre Superiora que amoneste a las hermanas para que no caigan en el pecado de la murmuración.

Un día Jesús se le apareció y le dijo que su obediencia al confesor le era muy agradable. Por otra parte ella quería hacer penitencia y no quería llevar el manto que llevaban las demás religiosas por el frío, pero el confesor le ordenó que lo llevara tanto en verano como en invierno y también que lo tuviera puesto en el comedor, cuando las otras se lo quitaban. Y ella obedecía por amor a Jesús.

Cuando tenía que salir del monasterio para pedir limosna, pues vivían de las limosnas recibidas, solía llevar una túnica sencilla, muy gastada. Nunca llevó vestidos nuevos, siempre usaba ropa vieja que las coristas habían descartado, pero siempre iba limpia. Cuando le regalaban algo para sí, todo lo entregaba a la Superiora para uso y servicio de toda la comunidad.

En cuanto a la comida, evitaba delicadezas y prefería tomar los alimentos sin condimentos. Un día Jesús le dijo que quería de ella más penitencia. A partir de ese día renunció a tomar vino en las comidas como se acostumbraba.












EL  DEMONIO

En un éxtasis Jesús le dijo: He dado permiso al demonio sobre tu cuerpo, pero no temas, porque yo estaré siempre contigo en todo momento. El demonio trató de asustarla muchas veces con visiones horribles y ruidos tremendos. Se le aparecía bajo la figura de fieras o animales de toda clase. Durante toda la vida tuvo que soportar asaltos del demonio que incluso, con permiso de Dios, la golpeaba físicamente.

Una noche se le presentó bajo la figura de un toro que quería herirla con sus cuernos. Un día estaba en Binasco, en su propia casa, y subió por una escalera de mano al desván. El demonio le rompió  la escalera y no podía bajar. Tuvo que llamar a las personas de la casa para que la ayudaran a bajar. Regresando una vez de la recogida de limosnas, llevaba una cesta de huevos y, al pasar un puente, fue arrojada al río por el demonio, pero los huevos no se rompieron y pudo llevar todo en buen estado al convento.

A veces el diablo la molestaba cuando estaba en oración. No faltaron momentos en los que la golpeaba y le dejaba los ojos morados o cardenales por todo el cuerpo. Y cosa curiosa, normalmente Jesús se le aparecía después de las palizas del demonio y, estando en éxtasis se curaba de sus heridas.

Un día el maligno la golpeó con dos piedras; una hermana tomó las dos piedras y las metió en una caja, pero el demonio las volvió a coger para golpearla de nuevo. Entonces el confesor las bendijo con agua bendita y nunca más el demonio las pudo tocar. Estas dos piedras se conservaron en el convento para perpetua memoria de los golpes del demonio.

Otro día su ángel  custodio le dijo: Prepárate para sufrir, porque el demonio te va a hacer sufrir esta semana. El miércoles, mientras oía la misa, el ángel de nuevo le manifestó: Mañana será el día de los golpes del enemigo. Ciertamente, el demonio la golpeó hasta dejarla medio muerta, inmóvil en el suelo. Con mucho esfuerzo pudo echarse en la cama. Al día siguiente algunas hermanas fueron a visitarla a su celda. No sabían cómo ayudarla.

Se fueron a misa y al regresar la encontraron en éxtasis. Este éxtasis duró siete horas. Al volver en sí, la Superiora le preguntó sobre su experiencia y ella le explicó que había sido llevada al paraíso y vio muchas procesiones de santos y santas de quienes se celebraba ese día su fiesta. Su ángel le dijo el nombre de ellos, pero de algunos ya no recordaba su nombre. Aseguró que el ángel la llevó ante el Señor, que con cara alegre, le dijo: Debes saber, hija mía, que cuando recibías los golpes era el momento en que mi madre lloró por mi captura.

Ella se quejó a Jesús y le dijo: ¿Dónde estabas cuando era golpeada por el demonio? ¿Por qué me dejaste sola? El Señor le respondió: Yo estaba contigo, de otro modo no hubieras podio soportar los tormentos. Eras golpeada solamente en la medida que yo lo permití, pues el poder del demonio depende de mi voluntad.

Una de las enfermas estaba en la agonía y se reunieron todas las hermanas en la celda de la agonizante para orar por ella. También estaba allí Verónica y vio con los ojos del cuerpo al demonio tentar a la enferma y al ángel custodio de la enferma defenderla del maligno. El demonio la tentaba queriéndola desesperar y le traía a la memoria todas las faltas de desobediencia o faltas al silencio o de las murmuraciones, etc. Pero su ángel a cada acusación respondía: Ella lo ha reconocido y se ha confesado sinceramente. Y a esas respuestas el demonio quedaba mudo y confundido. Mientras discutían así los espíritus, llegó el alma al último momento y el demonio se esforzaba más para llevarla a la desesperación, pero al fin Verónica solo vio al ángel, porque el demonio había desaparecido y así reconoció que se había salvado.

Después de cinco días, murió también la otra enferma llamada Clara y también Verónica vio la discusión entre ambos espíritus, pero no tan violenta. En un cierto momento las hermanas creyeron que ya había fallecido, pero Verónica le dijo al oído a la Madre Vicaria: Todavía no está muerta. Y al poco tiempo la agonizante abrió los ojos, hizo algunos movimientos y expiró.

Cuando le preguntó la Madre Vicaria cómo había reconocido que no había muerto, respondió: Yo veía a la Virgen María y a su ángel custodio estar allí esperando que expirase, porque todavía no había muerto. En la noche siguiente Verónica tuvo revelación de que se había salvado y que solo debía estar un tiempo en el purgatorio por alguna falta de contrición en su última confesión.

Decía nuestra santa que en esa y en otras ocasiones había visto que el demonio temía mucho la bendición y la aspersión con agua bendita, que suele hacer el sacerdote sobre los moribundos, pero sobre todo temía la sincera confesión sacramental. Y añadió que muchas almas, a pesar de las muchas indulgencias, sufrían bastante en el purgatorio por no haber tenido en la muerte la debida contrición de sus pecados y por no haber hecho el respectivo propósito de enmienda.






EL  INFIERNO

Un día fue llevada por el Señor y muchos ángeles al infierno y vio los oscuros calabozos, donde los infernales demonios atormentaban a los miserables encarcelados con diferentes tormentos. También vio los tormentos de los religiosos condenados. Jesús le dijo: Estos son los que, profesando en el siglo las divinas costumbres de las sagradas Órdenes, olvidados de su propia salud, han vivido contrarios a mí. Dice Verónica que estaban con semblantes tristes y los ángeles que acompañaban a Cristo también estaba tristes de ver aquellas almas desdichadas en medio de los tormentos. Allí vio a una religiosa y Jesús le dijo: Esa es el alma de aquella infeliz religiosa que tú por algún tiempo conociste. Tantos y tales tormentos padece por el vicio de la murmuración de que nacían tantos pleitos entre las religiosas de tu convento y principalmente padece, porque ponía su maldita lengua en los Superiores. Jamás quiso confesarse y borrar su pecado por medio de la confesión y así murió impenitente, condenada a una eternidad de penas y tormentos  . 


EL  PURGATORIO

Cuando murió sor Electa, la Madre Arcángela Panigarola la vio en visión en el purgatorio, como en un pozo profundo lleno de agua sucia y maloliente. Sor Arcángela le preguntó: ¿Puedo hacer algo por ti? Le respondió: No, pero sí sor Verónica; y ciertamente con sus oraciones y penitencias consiguió llevarla al cielo.

Sor Arcángela tuvo otra visión del purgatorio con respecto al alma de su propio padre, que estaba penando en un lugar de atroces tormentos. Sor Arcángela rezó por su padre, pero se olvidaba con frecuencia de hacerlo. Un año, en el día del aniversario de los fieles difuntos, sor Arcángela fue llevada por su ángel al purgatorio donde vio a su padre que le dijo, lamentándose: Hija, ¿cómo te has podido olvidar de tu padre y lo has dejado tanto tiempo penar tan horriblemente? Tú has tenido mucha caridad con otras almas, a muchas de las cuales he visto subir al cielo, ¿y no has tenido piedad de mí? Ella comenzó a llorar, prometiendo orar mucho por su padre.

Su ángel la llevó a otro lugar y ella le preguntó: ¿Por qué muchas veces quise rezar por mi padre y me olvidaba? El ángel le dijo: Dios ha permitido tu falta para curar las faltas que tuvo tu padre en procurar su salvación. Él no era de malas costumbres, pero no se preocupaba de hacer esas obras de virtud que debía hacer y que Dios le inspiraba hacer. Sor Arcángela se dedicó con mucho fervor a orar y hacer penitencias y ayunos por su padre hasta que un día se le apareció el alma de su padre toda luminosa y alegre, le agradeció sus oraciones y después voló al cielo  .


SOR  JACINTA

En el convento de Santa Marta vivió sor Jacinta, que durante 30 años sufrió de tuberculosis con abundantes vómitos de sangre, que le hicieron ejercitarse mucho, en la paciencia. Ella vivía aparte de las demás religiosas para evitar contagios. Sor Jacinta llevaba una vida de verdadera ermitaña, dedicada a la oración y penitencia. Nunca dormía en su cama, excepto los dos últimos días de su vida. Murió el 22 de enero de 1478 y, al morir se oyeron en el monasterio cantos de ángeles. Las religiosas quedaron maravilladas, pues nunca la habían considerado una santa.

Una religiosa de gran oración, llamada sor Mónica, recibió una revelación de que Justina había sido recibida en el cielo en el coro de los mártires, aunque no había dado la vida por la fe, porque toda su existencia había sido un continuo sufrir con paciencia por la salvación de los demás. También nuestra Verónica tuvo la gracia de ver a sor Justina en el cielo con la palma del martirio.

A los tres años de su muerte, cuando fueron a enterrar a una religiosa difunta en el mismo lugar donde estaba el cuerpo de sor Jacinta, salió sangre viva de la cabeza de la misma, como si Dios quisiera dar testimonio de su santidad.


JESÚS  EUCARISTÍA

Cuando Verónica recibía la comunión, Dios le concedía la gracia de ver con sus ojos corporales a dos ángeles que con sus incensarios de oro echaban incienso, mientras el sacerdote daba la comunión. También veía que había una inmensa cantidad de ángeles rodeando el altar, cuando el sacerdote celebraba la misa.

El día del Corpus Christi de 1487 vio al Niño Jesús sobre el altar, delante del Sagrario. Al año siguiente 1488, el día del Corpus Christi, vio a Jesús con sus ojos corporales, vestido de blanco y acompañado de un numeroso ejército de ángeles. Se paseaba por el altar y entraba y salía del sagrario. Esto duró los ocho días de la octava.

Otro día del Corpus Christi el ángel la llevó a ver la fiesta del cielo y le dijo: Hija, debes saber que esta fiesta y solemnidad debe celebrarse en la tierra con todo cuidado y diligencia para adorar a la Majestad de la Eucaristía sacrosanta. Ha de ser de la misma manera como la ves en esta ciudad santa de la gloria, donde le rinden adoración todos los ciudadanos del cielo.

Verónica deseaba recibir la comunión más frecuentemente de lo acostumbrado en el monasterio. Quería comulgar al menos los domingos y fiestas. Ella miraba atentamente al sacerdote cuando celebraba la misa. Cuando partía la hostia consagrada, deseaba que una parte de la hostia viniera a ella; y así sucedía muchas veces, pues una partícula venía por la ventanilla de comulgar y volaba hasta su boca. Después ella quedaba en éxtasis. Sus hermanas la veían arrobada, pero no sabían la causa, porque no habían visto la partícula llegar a su boca. Esta manera de recibir la comunión le duró casi toda su vida, sobre todo cuando el confesor de la comunidad celebraba la misa. Y era cosa singular que el sacerdote nunca advirtió que a la hostia que iba a sumir le faltase una parte  .

Un año en la fiesta del Corpus Christi, Verónica vio con sus ojos corporales al Niño Jesús cada vez que iba a la iglesia a rezar el Oficio divino o a cumplir sus devociones. Cuando la cortina de la reja estaba bajada, acabada la elevación de la hostia y del cáliz en la misa, ella no veía más que ángeles que estaban allí en adoración hasta que se consumía la hostia consagrada en la misa.

Cuando las religiosas comulgaban, ella veía muchos ángeles dispuestos en coros por donde las hermanas debían pasar, y otros que rodeaban al sacerdote. Y oía que todos los ángeles alababan al Señor con cantos y música celestial. Igualmente, cuando el padre espiritual llevaba la comunión a alguna hermana enferma, ella veía en la hostia al Niño Jesús y veía también al sacerdote rodeado de ángeles. Esto se lo confió ella al padre espiritual y a la Madre Superiora, sor Tadea Bonali.











JESÚS  Y  EL  ÁNGEL  LE  DAN  LA  COMUNIÓN

Un día Verónica rezaba por el padre Alciati, porque él no estaba seguro de que sus experiencias sobrenaturales fueran auténticas y el Señor en éxtasis le manifestó: Vendrá un día en que aquel por el que tanto rezas, habrá reservado una parte de la hostia que había consagrado en la fiesta del Corpus Christi para darte la comunión y no la encontrará, porque te será dada ocultamente y entonces abrirá los ojos. La Superiora escuchó estas palabras y, aunque no oyó las palabras del Señor, por lo que decía Verónica entendió de qué se trataba y, para asegurarse le preguntó a Verónica sobre el asunto.

Al acercarse ese año la fiesta del Corpus, Verónica estaba ansiosa de que se cumpliese esta promesa y tenía temor de que podría ser objeto de admiración ante sus hermanas, lo que rechazaba su profunda humildad. Al año siguiente, en la noche del viernes al sábado después de la octava del Corpus, cayó en éxtasis y una voz suave la llamó y le dijo: Levántate, hijita, y recibe el Santísimo Sacramento que te manda el Señor, Dios tuyo. Ella salió del éxtasis y vio su celda iluminada y en medio de ella una majestuosa luz en la que vio al ángel con una hostia en la mano. Se acercó y le dio la comunión y después desapareció.

A la mañana siguiente vino el padre espiritual para dar la comunión a las hermanas con la hostia grande que partía en pedacitos. Verónica comenzó a temer que la hostia que el padre había dejado en el sagrario podía haber sido la que le dio el ángel en comunión. Ella pidió al Señor que nadie se enterara. De hecho, la parte de la hostia estaba todavía en el sagrario. Pudo ser que el ángel tomó la hostia de otra iglesia o que el Señor la hizo multiplicar. Lo que no recordaba es que el Señor le había dicho que la parte de la hostia le sería administrada por el mismo Jesús, no por el ángel. Es decir, todavía no era el momento de cumplir la promesa.

Después de dos años, la noche que precede al viernes después de la octava del Corpus, el ángel se le apareció en su celda y le dijo: Dirás al padre espiritual que reserve una parte de la hostia ya consagrada. Le pidió a la Supriora que se lo dijera al sacerdote y él así lo hizo. Pero en la noche del viernes al sábado, estando Verónica en su celda, el ángel le dijo: Levántate, hijita, y vete a la iglesia, donde harás la genuflexión ante el Santísimo. Después verás una nube resplandeciente que viene a tu encuentro y después verás lo que hace el Señor.

Verónica después de hacer la genuflexión, volvió en sí y vio sobre el altar una vela encendida y otra encendida sobre un gran candelabro que estaba en el suelo. Esta última vela se acostumbraba a encender cuando las hermanas rezaban el Oficio divino. Después vio el copón elevarse por sí y salir del sagrario. Veía que el copón se movía, pero no veía quién lo hacía. De pronto una nube rodeó el altar. Después vio levantar el copón y una hostia sobre el cáliz. Ella no veía a ninguna persona, veía solo el resplandor de la nube y en medio muchísimos ángeles, vestidos de varios colores de luz resplandeciente. Ellos, al levantar la hostia sobre el cáliz, entonaron un canto dulce y armonioso a dos coros. Ella se arrodilló como solía hacerlo al comulgar y le pareció que la hostia volaba a su boca y comulgó. Y oyó una voz dulcísima que decía: Recibe mi cuerpo, hija mía. Yo soy aquel en el que tú siempre has creído. De este modo, Jesús cumplió su promesa y él mismo le dio la comunión.

Verónica, después de esa comunión sobrenatural, se fue a la celda para no ser sorprendida en éxtasis por las demás. Al volver en sí, la Madre Tadea, la Superiora, fue a visitarla y entendió que algo extraordinario había sucedido y le mandó que se lo dijera en virtud de santa obediencia. Y Verónica le narró lo sucedido. El confesor no sabía nada y fue a la iglesia a darle la comunión a Verónica en presencia de todas las hermanas, que acostumbraban estar presentes cuando Verónica recibía la comunión, aunque fuese ella sola. El confesor abrió el sagrario y no encontró la partícula que había dejado. Quedó asombrado y se volvió a Verónica como para pedirle explicaciones, pero ella estaba en éxtasis y él salió confundido de la iglesia.

La Superiora que sabía lo sucedido fue a contarle al confesor lo ocurrido. Él quedó consolado y, al volver en sí Verónica, le pidió que se lo explicase ella personalmente. De hecho todas las hermanas llegaron conocer este caso y el confesor creyó que las experiencias de Verónica eran auténticas. Este hecho sucedió en varias ocasiones, en que la hostia volaba a la boca de Verónica y así ella comulgaba por mano invisible, pero realmente.

REZANDO CON JESÚS Y CON EL ÁNGEL

Su ángel se le apareció visiblemente durante ocho días, especialmente en las horas de la noche y le instruyó en todo lo referente al Oficio divino según el rito romano tanto de las fiestas y domingos como de las ferias.

Empezó Verónica a rezar con el ángel el seis de marzo de 1494. Y no solamente rezaba con él el Oficio divino y el votivo de Nuestra Señora, sino también los diferentes salmos y devociones. Acostumbraba decir el ángel a Verónica, cuando habían acabado de rezar lo ordinario: Acaba tú de rezar lo demás que yo vuelvo a los cielos a ver a Dios.

La Madre Tadea tuvo que dar testimonio jurado de que eso era cierto después de la muerte de la santa y afirmaba que ella le había prestado el breviario y encontraba cada día las señales en su lugar. Pero había una maravilla. Cuando sor Verónica rezaba el Oficio junto con el ángel, aunque estuvieran en un lugar oscuro, no hacía falta luz, porque el resplandor del mismo ángel era suficiente para ver el libro sin luz y sin gafas. Alguna vez sucedió que improvisadamente el ángel desapareció y ella no podía continuar, si no encendía una luz y se ponía los lentes. El resplandor del ángel era tan potente que ella no podía ni mirarlo a la cara. Veía que cambiaba las hojas, pero no veía su mano, veía sus alas y su vestimenta, pero no su rostro.

Cuando aprendió a rezar el Oficio, Verónica lo rezaba todos los días de rodillas, salvo cuando tenía dolores de costado, lo que sucedía frecuentemente, o cuando el demonio le había golpeado. En estos casos el ángel se le aparecía y la consolaba y le ayudaba a rezarlo y la hacía de cuando en cuando reposar para tomar fuerzas. Esto duró diez meses y a llegar Navidad, en un éxtasis, el Señor le dijo: Hijita, te quiero dar una gracia especial. Quiero concederte un privilegio singular. De ahora en adelante no tendrás necesidad de libro para rezar el Oficio. Y de hecho, al volver en sí, se dio cuenta de que sabía de memoria el breviario con el orden de los Oficios de todo el año sin necesitar de ningún libro, ni de ayuda humana. Por eso, si estaba en la iglesia, cuando las hermanas rezaban  el Oficio, ella se retiraba a un rincón y rezaba en unión con todas  .

Un día sor Tadea fue a la celda de sor Verónica y la encontró cerrada. Tocó varias veces, pero no abría. Miró por una rendija y vio en la celda un resplandor extraordinario. Comprendió que era algo sobrenatural, porque la celda no tenía ventana. Observando atentamente, vio que sor Verónica se paseaba en medio de aquel resplandor y la oyó salmodiar en alta voz. Después de un rato dijo Verónica: Señor, yo no sé rezar esto. Y no se oyó, pero parecía que alguien le hablaba. Al terminar Verónica de salmodiar, la luz desapareció y Verónica abrió la puerta. La Madre Tadea la abrazó y le dijo: Hermana mía, Dios te perdone por haberme dejado tocar tanto tiempo sin abrirme. Y le respondió: El Señor me dijo que, aunque no te ha permitido entrar, has sido afortunada por lo que has podido ver. El Señor me ha hecho recitar la Hora de Nona con él. Y ¿por qué le dijiste: Yo no sé rezar esto? Porque el Señor quería que yo rezase un versillo y yo no lo sabía. El mismo después me lo enseñó. Otras veces también vio sor Tadea esos resplandores en la celda de Verónica  .







REGALOS  DE  JESÚS

Durante la enfermedad de sor Tadea, Verónica oraba por su salud y el Señor le aseguró que la sanaría. Como aval de esta promesa, el domingo de Ramos la Virgen María le envió por medio del ángel un ramo de metal, semejante a un ramo de olivo labrado finamente, como si hubiese salido del taller de un artífice, adornado de varios colores y en el que estaban escritas las palabras: Jesús, María. Este ramo de olivo se conservó en el monasterio en una caja hermosa, en la que había una pluma de plata que según la tradición le trajo el ángel, cuando le enseñaba a escribir a Verónica.

Verónica con esta pluma escribió un libro admirable en latín. La Madre Arcángela lo sometió al juicio de un eminente doctor en teología y este quedó maravillado. Se dice que este libro se lo llevó el ángel  . 


VISIONES  CELESTIALES

Tuvo muchas visiones sobre episodios de la vida de Jesús. Un año en la vigilia de Navidad, el ángel la llevÓ en éxtasis a Belén, donde pudo asistir al nacimiento de Jesús.

Otro año, el día de la Epifanía, su ángel la llevó en éxtasis a ver la adoración de los reyes magos. Otra vez el mismo ángel la llevó en éxtasis a ver la purificación de la Virgen María. Igualmente pudo ver la huida de la sagrada familia a Egipto con todas las peripecias del camino. También asistió al encuentro de José y María con Jesús, que estaba en el templo a los doce años, predicando a los doctores de la Ley. En otra ocasión pudo estar presente en éxtasis, al bautismo de Jesús en el Jordán. Lo mismo podemos decir sobre las tentaciones de Jesús en el desierto.

Otra vez asistió así a las Bodas de Caná y a la conversión de María Magdalena o a la Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. También asistió a la resurrección de Lázaro y a la oración de Jesús en Getsemaní y especialmente a la resurrección de Jesús y a su Ascensión de los cielos. Todos estos hechos fueron vistos por ella, llevada por su ángel. Son hechos narrados de alguna manera en el Evangelio, aunque ella los narra con muchos detalles, de los que hemos prescindido.

También asistió a otra clase de visiones como la adoración de la santa cruz en el cielo. El 3 de mayo Verónica, en éxtasis, asistió en el cielo a la adoración de una cruz esplendorosa, llena de fulgor. Dice ella que era una cruz de oro, adornada con piedras preciosas.

Un día de Pentecostés fue llevada al cielo por su ángel y allí vio a Jesús rogando al Padre celestial que enviara al Espíritu Santo sobre su Madre y sobre los apóstoles. Vio también cómo se celebraba en el cielo la fiesta del Corpus Christi, la fiesta del Santísimo Sacramento. También asistió durante un año entero a la fiesta de cada uno de los santos, especialmente a la fiesta de san Juan Bautista y de la Virgen de las Nieves. También asistió a la fiesta de la Asunción de María y, conducida por su ángel, fue al purgatorio donde vio muchas almas que eran liberadas por María.


VISIONES  DE  SANTOS

Como Verónica era agustina, Dios le hizo ver por medio de su ángel la fiesta de san Agustín, fundador de su Orden. Hubo solemne procesión en honor del santo, acompañado por san Nicolás de Tolentino y san Guillermo, que eran seguidos de muchos doctores de la Iglesia y de muchos santos y santas de la Orden agustiniana.

En otra ocasión pudo ver en éxtasis la fiesta de la Dedicación de la Iglesia y la fiesta de Todos los Santos. En esta última fiesta vio una procesión de santos que duró 24 horas. A la cabeza estaba san Juan Bautista y san Juan Evangelista y le seguían los apóstoles Pedro y Pablo y muchos santos y ángeles.

Verónica tenía la visita de muchos santos. Un día sor Tadea estaba enferma y Verónica la cuidaba. Sor Tadea observaba como algunas veces, en éxtasis o en sus sentidos, Verónica hablaba con alguna persona que no se veía. Un día le preguntó quÉ habían hablado y Verónica respondió: No puedo decírtelo, pero te diré que cada día recibo la visita del santo cuya fiesta se celebra y, a veces, lo veo y lo oigo con mis ojos y oídos corporales. Entre esos santos se le presentó san Ceferino, mártir, quien después de hablar le hizo oír un dulcísimo canto. Verónica les pudo decir a sus hermanas que, si hubieran estado en su celda, lo hubieran oído, pero de hecho solo lo oía ella sola  .

En una ocasión estaba en oración y se le apareció el gran Padre san Agustín por tres veces, como si se alegrara de ver su alma tan entregada a las cosas de Dios. Tenía el santo tanta luz y resplandor que la celda donde oraba parecía tener dentro un sol material. El vestido de san Agustín era colorado, la capa de azul celeste y sobre la cabeza traía una mitra muy resplandeciente.

Una de las cosas más interesantes que su ángel le hizo ver en éxtasis fue la fiesta que se celebraba en el cielo cada sábado en honor de la Virgen María, rodeada de millones de ángeles.

También muchas veces vio con los ojos corporales a la Virgen María estar junto al altar con vestido blanco y celeste, rodeada de ángeles durante las Vísperas y Maitines, que se decían en su honor. Una vez el día de la Visitación vio con sus ojos corporales a la Virgen con santa Isabel estar delante de la ventanita de la comunión, rodeada de muchos ángeles que hablaban entre sí. Cada domingo y en las grandes solemnidades, veía a su ángel estar a su derecha y acompañarla a cada lugar. A veces le oía sus instrucciones y palabras de vida eterna.


PAN  CELESTIAL

Una vez en la fiesta de santa Marta (28 de julio), algunas señoras habían decidido asistir a la fiesta para conversar con sor Verónica. Al saberlo Verónica, quiso esconderse para  evitar la conversación con las seglares y dedicarse mejor a la contemplación. Con el permiso de la Superiora, después de la misa, subió a un desván y allí estuvo todo el día escondida detrás de un montón de leña, dedicada a la oración y sin pensar en su alimentación. El Señor la quiso socorrer milagrosamente y envió a su ángel con un pequeño pan, blanquísimo y fresco, como si hubiese sido recién sacado del horno. Era bastante pequeño, pero lo comió Verónica y le fortaleció como si hubiera comido un pan grande.

Ese mismo año, el día de Navidad, el ángel le llevó un pan igual, que le produjo el mismo efecto. Después de tres años, en la fiesta de santa Catalina virgen y mártir (25 de noviembre), el ángel le llevó otro pan semejante y desde ese día, durante casi tres años, se lo llevaba tres días por semana, lunes, miércoles y viernes, en los días en que solía ayunar a pan y agua y no iba al comedor con las demás. Esto no se supo durante la vida de la santa. Solo lo sabía la Madre Tadea, pues se encargaba de recoger la comida que le llevaban a su celda y que ella daba para los pobres, bastándole el pan del ángel.

Una vez se enfermó gravemente sor Tadea y ese día el ángel trajo dos panes en vez de uno. Le dio uno a la enferma y se sanó completamente al instante. Desde entonces, en los días solemnes del año, el ángel le llevaba dos panes, para ella y para la Superiora, sor Tadea. La Superiora le dio un día a comer de este pan al confesor, quien se aseguró que las experiencias de sor Verónica eran auténticas  .


DONES  SOBRENATURALES

a) PROFECÍA

El Viernes Santo de 1489 vio en éxtasis los muchos castigos que Dios estaba determinado a enviar a la tierra a causa de sus pecados. Pero el ángel se le apareció y la consoló, diciéndole que no revelara a nadie aquellos castigos y rezase mucho para evitarlos.

Un día habló con el duque de Milán, Luis Sforza, llamado el Moro, y le reveló los grandes pecados que provocaban la justicia de Dios para enviar castigos a la Corte y al ducado y a la misma ciudad de Milán. Le dijo más o menos así: Sepa su Señoría que, si no pone orden para evitar los desórdenes que se cometen, vendrán grandes tribulaciones y ruinas sobre su persona y sobre su ducado. Si pone remedio y gobierna con justicia al pueblo y tiene misericordia de los pobres, yo le prometo de parte de Dios una larga vida, un reino feliz y mucho afecto de parte de su pueblo. Pero si por el contrario no hace caso de estas advertencias, habrá grandes tribulaciones, le quitaran el ducado y sentirá el peso de la justicia divina. Sepa que su madre, que está en el cielo, reza por usted para que pueda llegar a la gloria eterna.

Mientras Verónica le hablaba de estas cosas, el duque prometía y volvía a prometer que haría lo que se le pedía. Entonces Verónica entró en éxtasis y, como no hablaba nada y no sabían hasta cuándo habría que esperar, el duque y sus cuatro acompañantes se retiraron del locutorio del convento y regresaron a su palacio. Sin embargo, a pesar de sus promesas, no fue constante en cortar los abusos y desórdenes, porque a los pocos años de la muerte de Verónica, vinieron las desdichas. Los franceses ocuparon el ducado. El duque mismo, no sólo perdió el gobierno, sino que fue conducido prisionero a tierra extraña, donde terminó sus días y ni siquiera sus hijos pudieron ya recuperar el gobierno del ducado de Milán  .

La conquista del ducado por los franceses fue en 1499 a los dos años de la muerte de Verónica. A continuación vino la peste, la carestía de alimentos y la desolación por todas partes.


b) BILOCACIÓN

Una vez estaban dos hermanas gravemente enfermas y vino el padre espiritual a darles la comunión. Reunidas, según la costumbre, las demás religiosas en la iglesia para acompañar a Jesús Eucaristía, allí estaba también Verónica. Cuando el sacerdote tomó la hostia del sagrario, los ángeles presentes empezaron a cantar y alabar al Señor. Ella, al oírlos, quedó en éxtasis y acompañó al Santísimo, no con el cuerpo, sino con el espíritu, en compañía de su ángel y vio comulgar a las enfermas y después vio a la comunidad regresar a la iglesia. Volvió en sí y pudo describir lo sucedido como si hubiese estado corporalmente.


c) CONOCIMIENTO  SOBRENATURAL

Verónica tenía el don de conocer el interior de las personas. Jesús le hacía ver los grandes pecados cometidos por los cristianos en el mundo entero y hasta los de ciertos sacerdotes indignos. También le hacía ver el estado de algunas personas agonizantes. Verónica conocía las disposiciones de cada una de sus hermanas de comunidad y de otras personas, cuando se acercaban a la comunión. Un día el Señor le hizo ver el mal estado en que se encontraba el sacerdote que celebraba la misa por un cierto odio que tenía a otro compañero. Terminada la misa, ella lo hizo llamar al locutorio y allí le avisó que no debía acercarse nunca más en esas condiciones sin antes reconciliarse con el compañero. De hecho así lo hizo arrepentido.

Muchas personas, conociendo los dones sobrenaturales de Verónica, iban al monasterio a pedir consejo u oraciones para su curación. A veces revelaba hechos ocultos de la vida de algunas personas para que se arrepintieran.

Había una religiosa en cierto convento, de familia poderosa y rica. Un día obtuvo que su padre pidiera a los Superiores permiso para hacerse un hábito de terciopelo y poder llevarlo algunos días. Cuando Verónica se enteró, le mandó a la interesada un mensaje de parte del Señor: Debes saber que por tantas faltas, te saldrás de la Orden y morirás fuera de ella. Y muerto su padre sucedió que salió del monasterio y murió fuera de él.

Una hermana de su convento, conversa como ella, fue enviada a recoger limosnas a su misma ciudad y tenía pensamientos contrarios al estado religioso. A su regreso, Verónica la llamó y le reveló sus secretos pensamientos y después la llevó al pie del confesor para hacer una buena confesión, como así lo hizo.

Un día el Señor le dijo: Quiero que vayas a Como. Pasó un año y otro día le dijo: Vete a Como en tal día y en este viaje llevarás a la Madre Tadea y a sor Simona. Ella tomó a sus dos compañeras y se fue de Milán. Al atardecer llegaron a Como. Verónica había obedecido al Señor al ir en esa fecha a Como, pero no sabía qué debía hacer. Entonces el Señor le habló y le dijo: Vete al convento de los franciscanos y pregunta por fray Giovanni y le dirás lo que yo te inspiraré en ese momento. Hizo tal como le había dicho el Señor. Era el mes de octubre de 1488 y hablaron de cosas santas, de modo que fray Giovanni creyó que ella era una santa.

Otra vez el Señor le mandó nuevamente a Como para ayudar a una persona a salir de su estado de pecado, en el que hacía tiempo se encontraba y del que no sabía cómo salir. Esa persona se convirtió y se confesó muy arrepentida.

Otro día fue a visitar un monasterio para reprender a una joven religiosa de una grave falta que había cometido y que por temor de que fuera conocida por sus Superiores no la había confesado. Ella no aceptó la corrección, sino que negaba el hecho y hasta la llenó de improperios. Verónica tuvo que regresar a su monasterio, afligida por la dureza del corazón de esa religiosa y rezó mucho por ella. El Señor le pidió que regresara de nuevo a hablar con esa religiosa y decirle de parte suya que dejara a un lado la vergüenza y confesara su pecado. Él le prometía misericordia y haría las cosas para que sus hermanas no conocieran el hecho. De otro modo, sería peor para ella. El Señor le reveló a Verónica el hecho y el lugar y el tiempo y todas las circunstancias.

Antes de hablar con la interesada, hizo llamar al confesor para que estuviera en el locutorio para oír lo que ella tenía que decirle a la culpable. Al principio la otra lo negó todo, pero después, al darle todos los detalles, lo reconoció. Y entonces Verónica le dijo que no tuviera vergüenza, porque el confesor lo sabía todo, ya que lo había escuchado en el mismo locutorio. Así que se confesó arrepentida y perseveró en su buen estado  .

En la ciudad de Milán había en ese tiempo 41 conventos de religiosas de diferentes Órdenes y por orden de Dios los visitaba a todos y cada uno. A las religiosas las llamaba por su nombre sin conocerlas y las reprendía si hacía falta, aunque con mucha bondad, manifestándoles hasta los pecados más ocultos.

El 31 de mayo de 1494, Dios le mandó que fuera a un pueblo cercano a Milán para hablar con un hombre que hacía muchos años que vivía en pecado mortal. Dios le reveló todos sus pecados y todas las circunstancias de ellos y así consiguió la conversión de ese hombre.


d) DON  DE  LÁGRIMAS

Sor Verónica tenía el don de lágrimas y a veces sus lágrimas eran tan abundantes que, no solo mojaban sus vestidos, sino también el suelo. Esto sucedía especialmente en los días de Semana Santa, cuando el Señor le hacía ver en espíritu los pasos de su pasión y muerte. Cuando lloraba, estando en éxtasis, las lágrimas le caían a los pies y se quedaban en el suelo como si fueran pedazos de hielo y, cuando volvía  en sí, esas lágrimas corrían por el suelo. Sor Tadea pensó un día en recoger esas lágrimas y conservarlas para usarlas en las enfermedades. Para el efecto preparó una taza y estuvo esperando el momento oportuno. Pero he aquí que un ángel del Señor, cuando sor Tadea no estaba presente, recogió en la misma taza las lágrimas de sor Verónica, estando ella en éxtasis, y recogió tanta cantidad que se llenó. Cuando llegó la Madre Tadea, encontró la taza ya llena. Al volver Verónica en sí, Tadea le preguntó qué había pasado y le respondió: Ha sido un ángel del Señor.

Tadea se alegró y se llevó la taza llena de las lágrimas y siguió recogiendo más lágrimas otros días, pero se lo impidió sor Verónica. De todos modos con las lágrimas ya recogidas pudieron curarse muchos enfermos de los ojos y fueron conservadas durante muchos años  .


e) ÉXTASIS  Y  LEVITACIÓN

Una vez estaba Verónica en éxtasis y el Señor le dijo: Hijita, quiero que veas a aquellos que por su vida virtuosa son recompensados por mí con sublimes dones de contemplación y éxtasis. Ella vio muchos hombres y mujeres en profunda contemplación. Otra vez, estando en éxtasis, vio en un desierto un ermitaño de suma virtud y perfección. Ella deseÓ verlo, no solo en espíritu, sino también corporalmente, para conversar personalmente. Y he aquí que, después de algunos meses, el ermitaño fue por orden de Dios a Milán y fue al convento de santa Marta y habló con sor Verónica. El regresó a su desierto, pero desde ese día en adelante mantuvieron correspondencia por carta y el ángel de él y de ella hacía de cartero para llevar las cartas.

Muchas veces sor Verónica fue encontraba elevada del suelo. Una noche del tiempo pascual fue al coro con las demás hermanas y cantaban el salmo Laudate Dominum y el ángel que estaba a su lado le dijo: Hijita, levántate y vete rápido a tu celda. Obedeció, fue a la celda y la vio toda iluminada. Y allí vio al Señor, rodeado de multitud de ángeles, algunos de los cuales la tomaron y la levantaron de la tierra tanto que su cabeza tocaba el techo de la celda. Mientras tanto ellos le mandaron que cantara la antífona Reina del cielo, alégrate, y ella la cantó con voz suave y solemne. Después el Señor le hizo ver cómo fue su propia resurrección. Muchas otras veces fue elevada de la tierra en la presencia de otras personas.

En una oportunidad sor Arcángela entró en la celda de sor Verónica y la encontró como arrodillada en el suelo, pero estaba levantada de él de modo que estaba sobre ciertas cajas que allí había. Otra vez estaba en oración en el desván y fue igualmente elevada hasta tocar con la cabeza el techo, de modo que, descendiendo, tenía la cabeza cubierta de polvo y telarañas.


VISITA  AL  PAPA

Cuando ya se acercaba la muerte de sor Verónica, el Señor lA mandó a Roma para que hablara de asuntos secretos con el Papa Alejandro VI. Sor Verónica y sor Tadea se pusieron en camino en septiembre de 1495. Fueron en caballerías que les prestaron por amor de Dios y acompañadas por cuatro buenos hombres que quisieron ayudarlas. Se detuvieron algunos días en Piacenza y en Firenze, visitando diversos monasterios. Al llegar a Roma, pidió por medio de algunas autoridades religiosas una audiencia al Papa. Al octavo día de estar en Roma, estando en oración, fue instruida sobre lo que debía decir al Papa. El Papa la hizo entrar en la sala de audiencias y allí, en presencia de muchos de sus familiares que estaban a cierta distancia para no oír lo que decían, habló el Papa con la humilde religiosa. El Papa terminó dándole la bendición.

Antes que Verónica llegara a su convento, un día estaba sor Electa en un corredor oscuro y vio un rayo de luz con una figura humana, que le habló. La compañera que acompañaba a sor Electa no entendió nada y sor Electa llorando le dijo: ¿No has visto a sor Verónica que me aconsejaba prepararme para la muerte?

Verónica por su parte, salió de Roma y se detuvo en Firenze y después en Piacenza y, a los pocos días, llegó a Milán. Todas las hermanas se alegraron de su llegada. A sor Electa le dijo claramente: Tu, hijita, prepárate, porque de aquí a poco tiempo debes ir al cielo. Sor Electa lloró, pero, de hecho a los pocos días le vinieron vómitos de sangre y, estando ya tuberculosa desde hacía un año, se murió, aunque fue atendida por sor Verónica en sus últimos días para que aceptara con resignación la muerte.


SU  MUERTE

El año 1496, el día de la fiesta de la Ascensión de Jesús a los cielos, Verónica tuvo mucha fiebre acompañada de tos. Vomitaba sangre y las hermanas tuvieron miedo de que estuviera al final de sus días. A los pocos días los médicos la declararon tuberculosa. En poco tiempo se agravó y pidió los últimos sacramentos. Las hermanas para contentarla se los concedieron. Cinco días antes de su muerte predijo el día y hora de su muerte al confesor, diciéndole: Padre, de aquí a cinco días y a la hora de Completas, pasaré a la otra vida. Y así fue, a la hora y día predichos mudó de color y entró en agonía. Le rezaron las oraciones de los agonizantes y antes que tocase el segundo toque para Completas murió. Era el día 13 de enero de 1497. Tenía 52 años de edad y 30 de su entrada en el monasterio.

Todas lloraron como si hubieran perdido a su madre. Y lo extraordinario fue que el rostro de Verónica que, antes de morir estaba macilento por sus continuas penitencias, quedó bello y resplandeciente. Su cuerpo fue expuesto en la iglesia durante cinco días para devoción de tanta gente que quería verla. Y observaron otro prodigio, que además de la sobrehumana belleza de su rostro, todo su cuerpo se mantuvo flexible e incorrupto como si estuviera aún viva.

El Vicario general oyó los milagros que contaban los interesados: cojos, mancos, tullidos y otros sanados de distintas enfermedades, que estaban con perfecta salud.

Sucedió un prodigio y fue que el cadáver de Verónica, a vista de todos, levantó la mano derecha y la puso sobre su pecho a modo de cruz y la juntó con la mano izquierda. Una religiosa del convento, sor Daría, hacía mucho tiempo padecía un dolor agudo en una mano, donde tenía un tumor. Los médicos le daban pocas esperanzas. Le pidió a sor Verónica la salud y fue escuchada, ya que quedó sana, como si nunca hubiera tenido tal achaque.

Después de su muerte fueron transcritos 23 milagros, bien certificados por las autoridades religiosas. El padre Isidoro de Isolani termina su libro escribiendo: Muchas otras gracias y prodigios hizo el Señor por intercesión de su sierva Verónica, pero por amor a la brevedad los dejamos sin escribir. Todo cuanto aquí se ha referido de su vida basta para alabar a Dios y también para dar una prueba clara de la santidad de Verónica, la cual quiso ser mi abogada ante Dios.




BEATIFICACIÓN  Y  CULTO

Al cuarto día de su muerte, el arzobispo de Milán, habiendo oído los portentos que se obraban por su intercesión, envió a su Vicario para constatar los hechos. Observó la flexibilidad e incorrupción del cadáver y escribió una relación auténtica de los hechos. El arzobispo envió al Capítulo metropolitano para celebrar con solemnes pompas los funerales; y sus restos, puestos en un ataúd de madera, fueron cerrados y puestos sobre un altar. Allí estuvo durante 22 años hasta el año 1519. En este año se construyó una nueva iglesia y fue trasladado su cuerpo y enterrado debajo del altar del coro donde rezaban las mismas religiosas.

Cada año se celebraba su fiesta el 15 de enero y se exponía su imagen. Sus reliquias eran veneradas por el pueblo. El Papa León X, a los 20 años de la muerte de Verónica, aceptó su culto público y el 15 de diciembre de 1517 con un Breve apostólico permitió su culto, de momento  solo para su monasterio de santa Marta. Y por el Breve del 11 de octubre de 1519 lo extendió a todos, como si hubiera sido beatificada oficialmente.

En el martirologio agustiniano fue incluida un 28 de enero, a pesar de que murió el 13 de enero y en su monasterio la fiesta se celebraba el 15 de enero. Cuando su monasterio fue suprimido, sus restos fueron trasladados a la parroquia de su ciudad natal de Binasco. En casos de enfermedades la gente del pueblo acude a la parroquia para prender velas o llevan ropa para tocarlas con su tumba y sean bendecidas por la beata.



















CONCLUSIÓN

Después de haber leído la vida de la beata Verónica de Binasco, podemos decir que Dios es maravilloso y para glorificar a los santos es capaz de hacer cosas humanamente increíbles. Ya hemos visto cómo el mismo Jesús le dio la comunión al igual que su ángel. Cómo su ángel la llevaba frecuentemente al cielo o al purgatorio o al infierno y a muchos lugares de Palestina para que asistiera en espíritu a los acontecimientos de la vida de Jesús, al igual que a las fiestas que se celebraban en el cielo.

Todo ello nos da a entender que Jesús no se deja ganar en generosidad y, cuando un alma se entrega totalmente a él, derrama en abundancia sus dones para su gloria, para el bien de la Iglesia y provecho de esa alma. Jesús quiere que todos seamos santos, pero para ello hace falta que pensemos que es posible, que lo deseemos de verdad y que seamos capaces de aceptar en todo momento la voluntad de Dios, incluso para ir por caminos de espinas, ya que la santidad tiene raíces en forma de cruz. Por la cruz a la luz; por la cruz a la resurrección; por la cruz a la santidad.

La santidad es amor y cuanto más amor tengamos a Dios y a los demás, más santos seremos. ¿Estamos dispuestos a seguir el camino que Jesús nos trace y aceptar en todo momento su voluntad? Pidamos esa gracia para seguir el camino que nos lleva a la santidad.

Que seas santo, ése es mi mejor deseo para ti. 


Tu hermano y amigo para siempre.
P. Ángel Peña O.A.R.
Agustino recoleto



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BIBLIOGRAFÍA

Angeliche visioni, Verónica da Binasco nello Milano del Rinascimento, Ed. Del Galluzzo, Firenze, 2016.
Anónimo, Vita e visioni della b. Veronica Negroni, Milán, 1755.
Benedetta de Vimercate, La virtuosa vita religiosa di suor Verónica del Monastero di Santa Marta, della Città di Milano.
Butler Alban, Vidas de santos.
Font Jaime, Vida milagrosa de la extática y seráfica virgen santa Verónica de Binasco, 1693.
Isidoro Isolani, Vita mirabile della beata Veronica da Binasco, Monza, 1890. Esta vida fue publicada en 1517.
Stanzione Marcello, Verónica da Binasco e gli angeli.


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