La vida de san Millán o san Emiliano, como también se le llama, es una vida de gran trascendencia histórica. Su influencia llega hasta nuestros días principalmente a través del monasterio de san Millán de la Cogolla.
P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.
VIDA DE SAN MILLÁN Y SU INFLUENCIA A TRAVÉS DE LOS SIGLOS
LIMA – PERÚ
VIDA DE SAN MILLÁN Y SU INFLUENCIA A TRAVÉS DE LOS SIGLOS
Nihil Obstat
P. Ricardo Rebolleda
Vicario provincial del Perú
Agustinos Recoletos
Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez
Obispo de Cajamarca (Perú)
LIMA – PERÚ
ÍNDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN
Situación política.
PARTE PRIMERA: VIDA DE SAN MILLÁN
El autor y su obra.
Lugar y año de nacimiento.
Pastor de ovejas. Discípulo de san Felices.
El ermitaño. Ordenado sacerdote.
Gran taumaturgo. Luchando contra el diablo.
El madero que creció. Multiplicación del vino.
La providencia de Dios. Dos monasterios en Suso.
Robo del caballo. Anuncio de su muerte. Profecía sobre Cantabria.
Su muerte y sus restos. Milagros después de su muerte.
Resurrección de una niña. Reflexiones.
SEGUNDA PARTE: SU INFLUENCIA A TRAVÉS DE LOS SIGLOS
Canonización de san Millán.
San Millán patrón de Castilla. Monasterio de Suso.
Las glosas emilianenses. Los marfiles.
El monasterio de Yuso.
Botica y hospital. Escuela y biblioteca.
La Virgen de Valvanera.
El monasterio actual de San Millán de la Cogolla.
Caminos de santidad.
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
La vida de san Millán o san Emiliano, como también se le llama, es una vida de gran trascendencia histórica. Su influencia llega hasta nuestros días principalmente a través del monasterio de san Millán de la Cogolla.
San Millán vivió en los siglos V y VI en La Rioja (España). Fundó el monasterio de Suso, que hacia el año 1030 aceptó la Regla de San Benito, quedando constituidos sus discípulos en monjes benedictinos. En el Escritorio de su monasterio, que ya existía en el siglo VII según testimonio de san Braulio, se copiaron códices hermosos, especialmente los llamados códices emilianenses. Allí también se escribieron las anotaciones o explicaciones en romance, denominadas glosas, del famoso códice 60, que actualmente se encuentra en la biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid (España). Por su importancia en el origen de la lengua castellana es conocido como el códice de las glosas . Pero si importante fue su Escritorio, no lo fue menos el taller de marfil en el que se tallaron las bellísimas placas de este material en las que se grabaron escenas de la vida de nuestro santo.
A fines del siglo XI se construye el primer monasterio de Yuso y en el siglo XVI el actual edificio, llamado el Escorial de La Rioja. El primer monasterio se inauguró el 26 de septiembre del año 1067 con el traslado de las arquetas que contenían los restos de san Millán, que, mientras duró la construcción del nuevo monasterio, reposaron en la enfermería.
En la actualidad el monasterio es propiedad de los padres agustinos recoletos. Por ello es la vivienda de los religiosos de esta Orden que velan por su cuidado y mantenimiento. El monasterio de Suso, o de arriba, pertenece y es administrado por el Estado desde la desamortización de Mendizábal en el año 1835. Todos pueden visitar ambos monasterios y disfrutar de sus iglesias, instalaciones y museos, donde destacan las arquetas de los santos Millán y Felices. En el de Yuso, o de abajo, merecen atención especial los claustros, la iglesia, la sacristía, el refectorio, recientemente restaurado, y el salón de la lengua castellana. Desde hace unos años, en una de las instalaciones del monasterio funciona el Cilengua o centro de investigación de la lengua castellana.
En diciembre de 1997 la Unesco declaró en Nápoles a ambos monasterios de san Millán, el de Suso y el de Yuso, patrimonio cultural de la humanidad.
El nombre de san Millán se hizo famoso en España entera en la Edad Media. Las leyendas o tradiciones hablan de apariciones del santo en algunas batallas contra los moros junto a Santiago apóstol; y por ello se le nombró patrón de Castilla y copatrono de España. Muchos grandes personajes de la vida política y eclesiástica han visitado este lugar a lo largo de los siglos, al igual que lo hicieron los reyes de Navarra en el siglo XI. En estos lugares, santificados por la presencia del santo, han vivido otros santos y han surgido muchas vocaciones religiosas y sacerdotales.
Su vida, relatada por san Braulio, obispo de Zaragoza, tiene todas las garantías de la verdad, pues le fue contada por cuatro discípulos del santo, que convivieron con él por espacio de varios años.
Murió san Millán a los 101 años, dejando a la posteridad un legado de santidad que hasta ahora sigue atrayendo a muchos a visitar el monasterio para admirar las obras de sus discípulos y encontrar una luz en su camino espiritual. Los datos nos permiten calcular que los visitantes a ambos monasterios rondan los cien mil al año.
SITUACIÓN POLÍTICA
Durante el siglo V d. C. varias invasiones bárbaras precipitaron la caída del Imperio romano. El año 411 los romanos, no pudiendo defender Hispania (España), pidieron ayuda a los visigodos, que actuaron como sus colaboradores y sometieron a los alanos y a los vándalos. El año 476 cae el Imperio romano de Occidente y los lugares donde habitaban los pueblos bárbaros quedaron independientes. Los visigodos y los suevos dominaban España. Los visigodos lucharon para conseguir el poder y el año 574, que coincide con la muerte de san Millán, consiguen la unidad de España bajo el mando del rey Leovigildo, quien había derrotado a los suevos y había expulsado a los bizantinos que ocupaban el litoral levantino.
Los visigodos, según estimaciones recientes, serían entre 130.000 y 150.000; lo que representaría un 3 ó 4% de la población total de Hispania. Los hispano-romanos eran mayoritariamente católicos; y los visigodos, arrianos. Poco a poco fueron unificándose ambos pueblos, llegando a la unidad de fe con la conversión de Recaredo en el año 587.
La vida y mentalidad de san Millán era la de un romano. Nació y vivió en una región prácticamente independiente llamada Cantabria, que se regía por leyes romanas; la Iglesia también vivía con las leyes romanas como se ve en los textos jurídicos de aquel tiempo. La vida de san Millán se desarrolló en lo que hoy llamamos La Rioja. Nació y se santificó en el valle del Cárdenas, al pie del monte san Lorenzo, de donde salió apenas cinco veces: una hacia las Conchas de Haro para ser discípulo de san Felices, dos veces hasta Tarazona para ser ordenado sacerdote o depuesto de su cargo, otra hasta Parpalinas para ayudar a su amigo el senador Honorio y otra hasta la ciudad de Cantabria en vísperas de su muerte y de la toma de la fortaleza por Leovigildo.
Durante 40 años vivió solitario como ermitaño alejado de los hombres y de los problemas políticos, pero creciendo en amor a Dios y a los demás, llegando a ser el gran santo que hoy conocemos.
PRIMERA PARTE
VIDA DE SAN MILLÁN
EL AUTOR Y SU OBRA
La vida y milagros del gloriosísimo San Millán fue escrita hacia el año 636 por san Braulio, cuando ya era obispo de Zaragoza. San Braulio (c. 590-651) fue obispo de Zaragoza desde el año 626, aunque otros autores fijan los años de su episcopado entre los años 631 al 651. Perteneció a una familia numerosa: fue hermano de Juan, al que sucedería en la silla episcopal zaragozana; Fronimiano, que sería abad de Suso; de Pomponia y Basila. Estuvo en Sevilla y frecuentó la escuela de san Isidoro, con quien mantuvo siempre un trato amistoso y de cuya amistad presumió siempre. A ruegos suyos san Isidoro escribió las Etimologías. Se conservan numerosas cartas que dan idea de la fecunda comunicación que mantuvieron ambos santos.
San Braulio, a la muerte de san Isidoro de Sevilla, fue el principal representante de la cultura de la Iglesia visigótica española. Es de gran calidad su Epistolario. Se conservan unas 44 cartas, que ofrecen amplia documentación sobre la cultura de su tiempo y muestran su relación con el Papa Honorio I y con los reyes visigodos Chindasvinto y Recesvinto. También se le atribuyen las Actas de los mártires de Zaragoza. Acudió a los concilios V (636) y VI (638) de Toledo. Murió en Zaragoza el año 651 y fue sucedido en la diócesis episcopal de dicha ciudad por el obispo Tajón.
Antes de ser obispo, acudió al monasterio emilianense de Suso, donde vivía su hermano Fronimiano, para visitar el sepulcro del santo y venerar sus reliquias. En esta oportunidad pudo conversar y tomar notas de lo que le relataron cuatro discípulos del santo: Citonato, Geroncio, Sofronio y Potamia. Los tres monjes y Potamia habían vivido con el santo y habían sido testigos presenciales de su vida y milagros.
Al regreso de Braulio a Zaragoza, muerto su hermano Juan, es promovido a la dignidad de obispo y pastor. Quizá debido al traslado de domicilio se le extravían los apuntes que había tomado en san Millán, fruto de los relatos de los discípulos del santo. Es su queja ante las reiteradas peticiones de su hermano Fronimiano, miembro de la comunidad de ermitaños de Suso, que le urge a que escriba la vida del santo Emiliano.
Y de pronto un día, nos dice, queriendo ver un códice por cierta cosa que se me había ocurrido y habiendo mandado lo buscasen, revolviéndose para ello una gran multitud de libros, fueron halladas las notas sin que nadie las buscase; pues no habiendo esperanza de encontrarlas, ninguna intención había de buscarlas.
Con las notas en la mano se puso a escribir la vida de nuestro santo y se la envió a su hermano Fronimiano para que la revisase, diciéndole: Te mando el libro para que lo examines con objeto de que conocido por ti solo, si algo no te agradare, o lo enmiendes o lo repruebes; y si está bien, lo conserves, lo comuniques a quien quieras y des por mí gracias a nuestro Criador, de quien son todas las cosas buenas… Si encuentras en él algo que deba corregirse, lo enmiendes antes de que se publique, y no lo reprendas antes de que veas en él lo que da gusto. Y supuesto que viven todavía el varón santísimo Citonato, presbítero, y Geroncio, quiero que estos mismos reconozcan primero todo cuanto en él escribí para que, discutiéndolo entre ellos, si no me he equivocado en los nombres ni en las cosas, lo confirmen. Al fin del librito he añadido aquellos hechos milagrosos obrados en el mismo lugar, según me los contasteis el año pasado, y los refiero como de vosotros los oí… Los venerables sacerdotes de la Iglesia de Cristo, Citonato, Sofronio y Geroncio, presbíteros de santa y purísima vida, a quienes no da la Iglesia poco mérito, nos contaron fielmente lo que vieron. A estos fidelísimos testigos agrégase el testimonio de la muy religiosa Potamia, de santa memoria, que con la nobleza de su vida realzó la nobleza de su linaje. Estos cuatro escogí por testigos de los milagros que hizo en vida, además de los testimonios que pueblos y provincias dan de esto, como lo acredita casi toda España.
El diácono Eugenio que, por orden de Chindasvinto, sería luego el primer obispo primado de Toledo, es el portador de la vida de san Millán, de la carta de presentación de san Braulio y de unos cuantos dísticos en honor del santo para ser recitados en su Oficio el día de su fiesta.
LUGAR Y AÑO DE NACIMIENTO
Nace san Millán de la Cogolla o san Millán Abad en el 473 y muere en el año 574. Nace y muere en el mismo lugar, en el término del pueblo de Berceo, La Rioja. Así lo atestigua su biógrafo más autorizado, san Braulio, y luego lo repetirá Don Gonzalo de Berceo (1195-1264), el primer poeta de la lengua castellana.
Por cierta confusión con otro abad llamado también Millán, contemporáneo de san Braulio, con el que mantuvo alguna correspondencia, pero no llegaron a conocerse personalmente, en el siglo XV aparece la tesis de que el Millán riojano habría nacido en Verdejo, cerca de Torrelapaja, en la diócesis de Tarazona, en Aragón. El principal defensor de esta tesis fue el ilustre académico de la Historia, Vicente de la Fuente en su libro Historia sagrada, escrito hacia 1866. La tesis castellana de que san Millán nació en Berceo, que en aquel tiempo podía pertenecer a la diócesis de Tarazona y que está enclavado en La Rioja muy cerca del actual pueblo de San Millán, fue defendida con poderosas razones por el padre Toribio Minguella, agustino recoleto y Rector del monasterio de San Millán de la Cogolla. A partir de la publicación de su libro San Millán de la Cogolla, Estudio histórico-religioso acerca de la patria, estado y vida de san Millán, nadie se ha atrevido a defender la tesis aragonesa.
El testimonio de san Braulio no puede ser más claro. El santo nace en San Millán, en el lugar que hoy llamamos Suso, donde está el monasterio antiguo, que entonces pertenecía al municipio de Berceo. Es lo que dice san Braulio: Después que el ermitaño le instruyó muy bien en los caminos de la vida, copiosamente rico de reglas y tesoros de salvación, abundante en gracia de doctrina, volvió a su patria . Y así llegó no lejos de la villa de Berceo, al sitio donde ahora está su cuerpo glorioso.
Cuando san Braulio escribía esas palabras, el cuerpo de san Millán reposaba en el monasterio de Suso. Y, porque en Suso tenía su casa, a ella vuelve una vez que es privado del curato de Berceo.
San Braulio dice que vivió el santo 101 años. Asegura: Casi un año antes de su muerte, el centésimo de su vida. Pero ¿qué año nació? Hay documentos claros que indican que murió el 12 de noviembre del año 574. Esta fecha está consignada en diferentes códices del Escritorio emilianense. Gonzalo de Berceo, el famoso poeta castellano del siglo XIII, dice con seguridad: Quando finio Sant Millan, andados doce días del mes de noviembre, andava el año de la Encarnación en quinientos setenta y cuatro. Así lo señala también el historiador padre Plácido Romero en sus Memorias. Por este motivo, la fiesta del santo desde siempre se ha celebrado el 12 de noviembre, por ser el día de su muerte . Si murió el año 574 y tenía 101 años, nació en el año 473.
San Braulio comienza su vida desde que tenía 20 años. Dice: Comencemos nosotros por el principio de su conversión, describiendo su vida desde que tuvo casi veinte años de edad. Era hacia el año 493. Entonces era un joven curtido por los vientos de la sierra y su alma enriquecida por las reflexiones hechas en el silencio de los campos, guardando las ovejas. Vivía en lo que ahora se conoce como lugar o monte de Suso, muy cerca del pueblo de Berceo, un lugar de tradiciones romanas, ya cristianizado .
PASTOR DE OVEJAS
Hijo de familia humilde, muy pronto, sus padres le encomiendan el cuidado de un rebaño de ovejas que pastoreó hasta la edad de veinte años. Para entretener su ocio solía acompañarse de un rabel (especie de viola) o un caramillo (flauta de caña), o de otro instrumento musical, al que le arrancaba suaves melodías con las que rompía el silencio de aquellos paisajes silenciosos. Nos lo dice textualmente san Braulio: Mientras las ovejas pastaban o sesteaban, él iba mezclando su música con la música del viento, del río, de los pájaros y de los animales campestres. El que había de ser pastor de hombres era pastor de ovejas y guiábalas a lo más escondido de los montes. Y como es costumbre de pastores, llevaba consigo una cítara para que, asistiendo a la guarda de su ganado, el decaimiento no se apoderase del alma ociosa y no ocupada en algún ejercicio.
Alma mística y sencilla, a esa edad siente anhelos de vida más elevada y, después de un sueño celestial, en el que percibió la llamada a la perfección evangélica, dócil a la inspiración de lo alto, se dirige a los riscos de Bilibio, cerca de Haro (La Rioja), donde mora un santo anacoreta llamado Felices, famoso en toda la comarca por su santidad, y le pide le instruya en los secretos del evangelio y en la ciencia de los santos. Así lo dice san Braulio: Como llegase al lugar ordenado por Dios, le vino un sueño del cielo. En despertando trató de consagrarse a la vida celestial y dejando los campos caminó para el yermo.
Aquí se nos habla de una experiencia religiosa que le hizo dejarlo todo y dedicarse por entero al servicio y amor de Dios. No es el primer santo que apacentando las ovejas tuvo experiencias místicas que le hicieron cambiar y dedicarse a Dios. En la vida de san Pascual Bailón refiere el padre Juan Ximénez, que vivió con él y escribió su vida en 1601 a los nueve años de su muerte: Nuestro buen pastorcito se encomendaba al Señor con continuas oraciones para que le alumbrase y le enseñase el estado en que mejor le pudiese servir… Perseverando en pedir a Dios cosa a él tan agradable, se le aparecieron visiblemente un fraile y una monja en aquellos caminos desiertos, los cuales le declararon cuán agradable era a Dios el estado de los religiosos. Estos santos, según declara, fueron san Francisco y santa Clara .
En la vida de san Juan Macías refiere su confesor el padre Gonzalo García y el prior Blas de Acosta en un escrito del 14 de septiembre de 1645 lo que el mismo santo dijo en confesión: Estando yo guardando un poco de ganadillo de mi amo en una dehesa, llegó a mí un niño que me parecía sería de mi edad y me saludó diciendo: "Juan, estés enhorabuena… Yo soy san Juan evangelista, que vengo del cielo y me envía Dios para que te acompañe, porque miró tu humildad" .
A otros santos se les aparecía el mismo Niño Jesús como a la beata sor Ana de San Bartolomé, que dice en su Autobiografía: A los diez años murieron mis padres, y mis hermanos me enviaron a guardar el ganado al campo… y muchas veces venía el Niño Jesús y se me sentaba en las faldas… Algunas veces me tomaban las noches sin sentirlo, a media legua del lugar y, espantados mis hermanos, me buscaban y reñían. No me espanto que, como no sabían la compañía que yo tenía ni se lo dije jamás, podían pensar en otra cosa . Y no hace falta mencionar a los tres pastorcitos de Fátima, a quienes se les apareció la Virgen María el 13 de mayo de 1917.
DISCÍPULO DE SAN FELICES
Por fama que había, supo de cierto monje llamado Felices, varón santísimo, de quien ventajosamente podía ser discípulo y que moraba entonces en el castillo de Bilibio. Poniéndose en camino llegó a él y sujetándose con ánimo resuelto bajo su disciplina, aprendió de qué manera podía dirigirse con paso firme al reino de los cielos… Después que el ermitaño le instruyó muy bien en los caminos de la vida, copiosamente rico de reglas y tesoros de salvación, abundante en gracia de doctrina, volvió a su patria. Y así llegó no lejos de la villa de Berceo, al sitio donde ahora está su cuerpo glorioso, sin que allí permaneciese mucho tiempo, porque vio que le era gran embarazo la multitud de gente que allí acudía a él.
Parece ser que no estuvo mucho tiempo en compañía del ermitaño Felices, su maestro espiritual: ¿dos años, tres? Con el corto bagaje de unos pocos salmos aprendidos de memoria, pero muy rico en normas de sabiduría celestial, vuelve al lugar de su nacimiento dispuesto a poner en práctica las enseñanzas de su maestro. Pronto se da cuenta de que la permanencia entre los suyos y el trato con la gente no eran el mejor medio ni el ambiente adecuado para entregarse a la tarea de consagrarse a Dios. Esta es la razón por la que, según san Braulio, celsiora petit, se dirige a las alturas, se adentra en la espesura de los montes de la Cogolla, los montes Distercios, y se entrega a una vida asperísima y penitente, que dilata por espacio de muchos años.
Algo parecido le pasó al joven san Benito de Nursia (480-547), según narra en su vida el Papa san Gregorio Magno, escrita en 593, cuando todavía no habían pasado 50 años de la muerte del san Benito. Después de dejar los estudios que llevaba en Roma por la corrupción de costumbres que reinaba en la ciudad, se fue con su nodriza a un lugar llamado Effide, pero un día hizo componer milagrosamente una criba que la nodriza había roto y era prestada. Entonces la gente lo empezó a considerar un santo. Y él decidió huir solo a un lugar lejano y solitario y se fue al desierto de Subiaco, a 40 millas de Roma. Al llegar el varón de Dios a aquel lugar, se retiró a una cueva estrechísima y permaneció durante tres años ignorado de los hombres salvo del monje Román…, que en días convenidos llevaba a Benito el pan. Probablemente este monje Román, que era el único que conocía de su estancia en aquel lugar, le aconsejaría en el camino de la vida espiritual y le hablaría de la vida en comunidad, pues él era monje de un monasterio cercano .
EL ERMITAÑO
Caminó al sitio más elevado, dirigiendo alegre sus pasos por terrenos escabrosos… Y cuando llegó a lo más apartado y escondido del monte Distercio, y estuvo tan próximo a la cumbre cuanto lo permitían la temperatura y los bosques, hecho huésped de los collados, privado de la compañía de los hombres, solamente disfrutaba de los consuelos de los ángeles, habitando allí casi por espacio de cuarenta años. Las luchas visibles e invisibles, las varias y arteras tentaciones, y las asechanzas que de parte del antiguo engañador de las almas allí sufriera, sólo pueden conocerlo bien aquellos que, consagrándose a la virtud, la experimentan en sí mismos.
San Millán quiso alejarse de la gente y se internó en lo más fragoso y escondido del monte Distercio, viviendo 40 años alejado de los hombres y viviendo en oración y penitencia constantes. Cuarenta años sepultado en la soledad entre culebras y pájaros, lobos y jabalíes, bendiciendo aquellos lugares con su presencia, alejando al demonio y ofreciendo al Señor sus alabanzas en unión con todas las criaturas.
La ermita del santo, a la que todos los años suben en peregrinación los habitantes del valle de san Millán, nos sigue recordando el género de vida que llevaba nuestro santo. Es una ermita o cueva distante unos ocho kilómetros de los monasterios, valle adentro. La ascensión desde el nivel del río Cárdenas sigue siendo penosa, a pesar de la senda abierta por los monjes benedictinos hacia el año 1600 para facilitar la llegada de los devotos y romeros. En tiempo del santo no había senda ni la actual carretera que lleva hasta casi el pie de la cueva o de tan alto poyal, como decían en el siglo trece.
Pero en aquella soledad no le faltaron tentaciones del maligno espíritu. Algo muy frecuente en la vida de los anacoretas. En la Vita Antonii, escrita por san Atanasio en el siglo IV, manifiesta que en una ocasión se le apareció el diablo a san Antonio abad en forma de una hermosa mujer y lo tentó, pero él, con la gracia de Dios, pudo rechazarlo.
También a san Benito de Nursia le sucedió algo semejante. Dice su biógrafo san Gregorio Magno: Había visto antaño una mujer que ahora se la representó vivamente el maligno a los ojos de su alma. De tal modo inflamó su hermosura el ánimo del siervo de Dios que a duras penas cabía en su pecho la llama del amor y, vencido por la pasión, pensó casi ya en abandonar el desierto. Pero iluminado súbitamente por la gracia de lo alto, volvió en sí y, divisando un espeso matorral que allí crecía de zarzas y ortigas, se arrojó sobre aquellos aguijones de espinas y ardores de ortigas… De esta suerte venció el pecado. Desde entonces, según solía después contar él mismo a sus discípulos, de tal modo quedó en él amortiguada la tentación de la voluptuosidad, que jamás sintió en sí mismo nada semejante.
Muy cerca del monasterio de Suso hay una cruz de hierro que según la tradición recuerda el lugar donde el demonio atacó a san Millán visiblemente. Sea cierta o no esta tradición, sí es cierto que muchos santos han sufrido pruebas, permitidas por Dios, ya que el demonio en ocasiones los atacaba.
El padre Pío de Pietrelcina, en una carta que escribió al padre Agustín el 18 de enero de 1912, le dice: Barbazul (el diablo) no se quiere dar por vencido. Desde hace varios días me viene a visitar con sus otros satélites, armados de bastones y objetos de hierro. ¡Cuántas veces me ha tirado de la cama, arrastrándome por la celda! Pero ¡Paciencia! Jesús, la mamá celeste, el ángel custodio, san José y el padre san Francisco están casi siempre conmigo .
Y continúa san Braulio: El santo, aterido de frío, abandonado en soledad, impregnado por la inclemencia de las lluvias, atormentado por la fuerza de los vientos, soportaba, no sólo con paciencia, sino hasta con alegría y anhelo, el rigor de los fríos, la tristeza de la soledad, lo torrencial de las lluvias y la aspereza de los vientos, escudado con el amor de Dios, contemplando los sufrimientos de Jesucristo y fortalecido con la gracia del Espíritu Santo. Mas así como la ciudad situada en el monte no puede estar oculta mucho tiempo, así la fama de su santidad se extendió tanto que llegó a noticia de casi todos.
ORDENADO SACERDOTE
La fama de sus virtudes llega hasta Dídimo, obispo de Tarazona (Zaragoza), quien le cita en dicha población aragonesa, lo ordena de sacerdote y le confía el cuidado de la parroquia de Berceo, perteneciente entonces a aquella diócesis. Calahorra será declarada sede episcopal a partir del año 581.
Como también llegase esto a noticias de Dídimo, obispo entonces de Tarazona, acósale queriendo conferirle las sagradas órdenes, porque estaba en terreno de su jurisdicción. Desde luego le pareció a Millán cosa dura y grave el huir y oponerse, como duro y grave le parecía el que de su soledad, que era para él un cielo, le volviesen al mundo. Finalmente: creíase menos hábil para ejercer el pesado oficio de sacerdote, y pasar de la vida contemplativa a la activa; pero, después de todo, a pesar suyo, fue obligado a obedecer, por lo cual se le confirió el cargo de cura de la iglesia de Berceo. Desempeñaba santamente su cargo. Contra su gusto había entrado en la nueva vida; pero en ella observaba un rezo no interrumpido; absteníase de alimento durante semanas enteras; velaba continuamente; era su prudencia verdadera, su esperanza cierta, grande su frugalidad, benigna su justicia, sólida su paciencia y, para decirlo en pocas palabras, perseveraba infatigable en gran moderación, absteniéndose enteramente de hacer nada malo…
Y, omitiendo otras muchas cosas, diré que entre sus ocupaciones eclesiásticas propúsose ante todo valerosa y diestramente desterrar cuanto antes le fuera posible la avaricia de la casa del Señor; y por eso los bienes eclesiásticos (la sustancia de Cristo) distribuíalos entre los pobres, que son las entrañas de Jesucristo, haciendo así a la Iglesia de Cristo opulenta, no en riquezas materiales, sino en virtudes; no en rentas, sino en religión; no en intereses, sino en cristianos; pues sabía que ante Dios no sería juzgado por la pérdida de los bienes temporales, sino por la pérdida de las almas.
Claramente se manifiesta en estas palabras de san Braulio la santidad de Millán que se preocupaba del bien material y espiritual de sus fieles, especialmente de los más pobres, enfermos y necesitados. Precisamente por ello no faltaron envidiosos que, al ver cómo lo quería la gente y cómo lo buscaba, lo acusaron al obispo.
Por eso algunos de sus clérigos, como suele ser costumbre de los que son muy malos, le hicieron comparecer en presencia del sobredicho obispo, para acusarle por los daños que infería a la hacienda; y, querellándose, dijeron que en la administración del santo había venido tan a menos lo que la Iglesia percibía, que era un verdadero perjuicio. Arde el ánimo del prelado en llamas de ira; ciégale la envidia de las virtudes del santo. Fijando su mirada en el varón de Dios, le reprende duramente; "y aunque con la pasión y cólera había dicho muchas cosas", el insigne varón de Dios permanecía inmóvil en su acostumbrada tranquilidad, fortalecido con la santidad y amparado con su paciencia. Quitándole entonces el cargo que antes tenía, pasó inocente el resto de su vida en el sitio que ahora se llama su oratorio.
San Braulio describe al obispo, como un hombre iracundo, cegado por la ira. Sin duda se trata de exageraciones retóricas para recalcar la paciencia y humildad de nuestro santo. Lo cierto es que, liberado del cuidado pastoral de la parroquia de Santa Eulalia (de Berceo) por la acusación de malversación de los bienes eclesiásticos, se retiró al lugar donde se encuentra el monasterio de Suso. Allí vivió todo el resto de su vida. Allí se le juntaron discípulos, hombres y mujeres, formando con ellos un monasterio de monjes y otro de sagradas vírgenes. De estas mujeres que lo cuidaron y sirvieron en su decrépita ancianidad, sólo conocemos el nombre de santa Potamia.
GRAN TAUMATURGO
San Braulio recoge algunos de los milagros realizados por el santo: Cierto monje llamado Armentario padecía de dureza e hinchazón de vientre, y vino devoto a que le curase el santo; éste aplicó la mano al sitio dolorido e hizo sobre él la señal de la cruz, desapareciendo al punto la enfermedad, y Armentario, recobrada la salud, bendijo al Señor.
Llevaron a su presencia cierta mujer llamada Bárbara, de tierra de Amaya, baldada y muy afligida por la parálisis; y la oración del santo le restituyó la salud, que hacía mucho tiempo había perdido.
También le suplicaron que curase a otra mujer del mismo territorio, a quien traían y llevaban en un carro, porque, como hacía largo tiempo que estaba coja, no podía servirse de los pies. Era esto en los días de la Cuaresma, y por reverencia a este tiempo no quería el santo ver a la enferma; pues en tales días recogíase a su celdita y no acostumbraba a ver a nadie, sino a uno de los suyos que le llevaba un pobre y muy escaso alimento con que sustentar la vida. Pues, como he dicho, no queriendo verla, insta ella ardientemente que, al menos, le permita besar su báculo; y escuchando esto, apiadado el varón de Dios, al punto lo dirigió hacia donde estaba la mujer, quien, viendo que se le dirigía, lo veneró y lo besó. Afirmados y consolidados sus pies, se levantó sana, y agradecida por el don divino, marchó al instante gozosa.
Mucho tiempo hacía que estaba ciega una criada del senador Sicorio: pidióle al santo que le restituyese la vista; luego, el varón de Dios, orando y tocándole los ojos, le consiguió la salud por favor de Cristo. Hizo ella gustosa lo que le mandaron y, recobrada la vista, vio con luz clarísima todos los objetos.
Ha habido muchos santos que han tenido de Dios el don de hacer milagros. En el proceso de canonización de san Alonso de Orozco, santo agustino, se refiere el caso de un ciego a quien el santo leyó el santo evangelio y recuperó la vista .
En la vida del agustino santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, se narra que un día acudió un lisiado de los pies y le pidió que lo curara para poder trabajar, pues era sastre y no tenía cómo alimentar a su familia. El siervo de Dios le hizo la señal de la cruz y le dijo: "En nombre de Jesucristo nazareno crucificado, dejad esas muletas e idos con salud a trabajar a vuestra casa". Y al punto sintió aquel pobre gran poder en sus manos y pies y se levantó sano y derecho y se le arrodilló delante como si tal no hubiera tenido .
San Antonio María de Claret dice en su Autobiografía: Estando de responsable de la parroquia de Viladrau (Barcelona), visitaba cada día a los enfermos y todos sanaban; sólo se morían los que enfermaban en mi ausencia .
Y podíamos seguir narrando milagros de otros muchos santos como el santo Cura de Ars, san Francisco Javier, santa Teresa de Jesús, san Juan Macías, san Martín de Porres y tantos otros.
SU LUCHA CONTRA EL DIABLO
La existencia del demonio es una verdad de fe. El diablo no deja de existir porque algunos no crean en él. Todos los santos sin excepción, no sólo han creído en su existencia, sino que todos han tenido que luchar contra las tentaciones del maligno. Muchos de ellos han tenido la gracia especial de expulsar demonios de los cuerpos de los posesos y hasta de ver al demonio visiblemente bajo distintas formas.
Refiere san Braulio: Un demonio insolentísimo se apoderó terriblemente de cierto diácono, el que, asido por varios hombres, fue llevado a presencia del santo para ser curado. Enfurecido y arrebatado por el frenesí, padecía de locura: el beatísimo varón mandó al espíritu inmundo que se apartase del obseso, y al instante el desobediente aprendió a obedecer; afligido con penas invisibles, fue lanzado del cuerpo donde había hecho su morada y, dejando al hombre, prorrumpió éste con palabras en divinas alabanzas.
Un tal Tuencio tenía un siervo llamado Sibila, de quien se habían posesionado los espíritus inmundos: su familia lo llevó al santo varón, el cual, en viéndole, preguntó cuántos demonios eran los que allí estaban; éstos dijeron que eran cinco, y cada uno se manifestó con su nombre. Mandóles en virtud de Jesucristo que saliesen, y al punto salieron todos con gran terror y estrépito. Curado el hombre, volvió felizmente a su casa…
¿Qué diré ahora de los senadores Nepociano y Proseria? Así como tenían la dicha de estar unidos por el matrimonio, tenían la desgracia de padecer juntamente la posesión del diablo; de manera que parecía que un solo demonio habitaba en los dos cuerpos, y creía el maldito tener afirmado su derecho por doble posesión. Cuán patente fuese la salud que recobraron, se conoce porque se divulgó tanto que, a no ser por el temor de que con el transcurso de los siglos se olvidase, parecería inútil referirlo aquí; puesto que no hay entre los cántabros quien no pudiera haberlo visto u oído. Llevados, pues, aquellos posesos a nuestro Millán, manda el santo al inmundo enemigo dejar los cuerpos de Nepociano y Proseria; y no pudiendo el diablo oponerse al imperio del santo, es obedecido el mandato. Ambos, viéndose libres, alabaron al Rey de los cielos.
Un gran luchador contra el demonio, patrono de los exorcistas, fue san Benito de Nursia. Dice su biógrafo san Gregorio Magno que, cuando san Benito llegó a Montecasino, el diablo se le aparecía visiblemente, a ver si se iba de aquel lugar donde se daba culto a dioses paganos. Dice: El antiguo enemigo se aparecía en clara visión a los ojos del padre y el demonio con grandes gritos se quejaba de la violencia que tenía que padecer por su causa, tanto que hasta los hermanos oían sus voces, aunque no veían su imagen. Sin embargo, el venerable abad contaba a sus discípulos que aparecía a sus ojos corporales horrible y encendido y que parecía amenazarle con su boca y con sus ojos llameantes. Y a la verdad lo que decía lo oían todos, porque primero le llamaba por su nombre; y como el varón de Dios no le respondiese, prorrumpía en seguida en ultrajes contra él. Así, cuando gritaba diciendo: "Benito, Benito", y veía que le daba la callada por respuesta, añadía al instante: "Maldito y no Bendito, ¿qué tienes conmigo? ¿Por qué me persigues?".
Entre los grandes exorcistas se cita a san Basilio, que fundó conventos a quienes dio la famosa Regla de San Basilio, escrita por él en el siglo IV. Otro gran exorcista, a quien los demonios tenían gran terror era san Juan de la Cruz. El hermano fray Juan de Santa Eufemia declaró en el Proceso que viniendo el padre Juan de la Cruz desde el convento del Calvario a la ciudad de Iznatoraf (Jaén) a conjurar a un hombre endemoniado y maltratado por él, cuando llegó a vista del hombre, comenzó el demonio a decir "Ya tenemos otro Basilio, que nos persigue", como quejándose; y el santo fray Juan le conjuró y echó del dicho cuerpo al demonio, dejando sano y bueno al hombre .
Sobre otros casos de liberación podemos leer las declaraciones del padre Alonso de la Madre de Dios . También pueden leerse casos en la vida del santo cura de Ars . O los casos de liberación de santo Tomás de Villanueva .
A pesar de que los casos de posesión auténtica son muy pocos, sin embargo, son muchas las maneras por las que el demonio influye en las personas para hacerlas infelices por medio de maleficios directos o indirectos (en la comida o bebida); en las personas que practican el espiritismo y la ouija, oyen música rock fuerte con mensajes satánicos subliminales, les hacen ataduras o amarres, practican la magia, brujería, ciencias ocultas y, muy especialmente, si asisten a reuniones satánicas donde hay misas negras y se adora a Satanás.
Hay muchas maneras como el diablo puede influir en las personas e incluso en las cosas o animales o lugares con infestación diabólica o también con obsesiones diabólicas de suicidio o lujuria en las personas. Los casos son muy variados, aunque no sean estrictamente posesiones.
Un caso se cuenta en la vida de san Antonio María Claret. Juan Gibernay declaró: Cuando yo tenía catorce años a quince, un día, estando en la plaza de la iglesia de mi pueblo, pasó el santísimo Viático, que acababa de ser administrado a Francisca Castañé y, de repente, por primera vez, me dio como un ataque epiléptico. Estos ataques se repitieron con frecuencia y, desde el primer ataque, se apoderó de mí una repugnancia a todos los actos religiosos, de modo que no podía ni oír hablar siquiera de cosas religiosas. Mi resistencia de ir a la misa o recibir los sacramentos era tan terrible que, durante nueve o diez meses, estuve invadido de esta enfermedad. Nunca pude acercarme a la confesión o a la misa. Alguna vez me llevaron a la fuerza y, antes de la consagración, me venía el ataque y, sin darme yo cuenta, movía un gran alboroto blasfemando. Era tal la fuerza de los ataques que muchas veces debían ser cuatro o cinco hombres fuertes para contenerme y hacía algunos actos de fuerza extraordinaria y la voz pública era que tenía malos espíritus. Mi padre, por consejo de un vecino, decidió llevarme al padre Claret y fuimos a Barcelona al convento de las monjas Madalenas, pues el siervo de Dios vivía allí en la casa del capellán. El padre Claret dijo que no temieran y me puso una mano en el hombro y otra en la cabeza delante de una imagen de Jesucristo crucificado y otra de la Virgen, y me dijo que rezara el rosario, que dijera cada día tres avemarías y un padrenuestro al ángel custodio, otro a su intención y, al día siguiente, fuera a confesarme, añadiendo que, si el confesor me preguntaba quién me había curado, respondiera sencillamente: "Dios". Y me despidió, diciendo: "Vamos, niño, ya te curarás" .
Pedro Gibernau que lo conoció anota: Tuve ocasión de presenciar los referidos ataques varias veces. El paciente hacía contorsiones violentísimas y cosas raras y extrañas, daba unos gritos extravagantes; a veces, rugiendo con una voz ronca y grave; y otras, aguda; pronunciando una lengua ininteligible. Lo más particular era que, haciendo la señal de la cruz o al intentar ponerle encima una cruz, formada por ligeras pajas, sin que pudiera verlo, se ponía furioso al momento y en un estado de irritación extraordinaria . Esto ocurrió el año 1849 y, cuando los testigos y el mismo paciente dan testimonio en el Proceso en el año 1889, habían pasado ya cuarenta años, estando perfectamente bien.
EL MADERO QUE CRECIÓ
Hablo de aquel madero que, labrado por la mano de los operarios, llevó para que sirviese en la construcción de un granero, y que, medido con los otros que en la obra se habían empleado, resultó más corto que los demás: lo cual, advertido por el santo, mandó a los carpinteros que comiesen con ánimo tranquilo, y él se retiró a implorar la misericordia del Creador; y habiendo concluido a la hora de sexta su oración, hecha como solía, y aun de un modo especial, entendió que había conseguido lo que deseaba, y volviendo a los trabajadores, les dijo: "No penséis que habéis perdido el jornal porque resulte inútil el trabajo que tuvisteis al labrar el madero: colocadlo donde le corresponde". Levantándolo, pues, y poniéndolo donde les mandó, hallan que es más largo que los otros maderos, porque había crecido más de un palmo. En el sitio donde lo colocaron hizo el santo una señal, que hasta hoy se ve patente. De modo que, gracias a su oración, ni los operarios trabajaron inútilmente, ni perdieron el premio de su trabajo. Aquel madero hasta hoy es un remedio para los enfermos devotos, y es tan célebre por sus muchas virtudes, que casi todos los días se aplica para dar salud a los que padecen. De ahí que sería de nunca acabar si quisiera decir, aunque brevemente, todos los milagros de curaciones que de allí claramente provienen.
En la vida de san Juan Macías (1585-1645) se cuenta un caso semejante. Dice su biógrafo Juan Meléndez, que conoció personalmente al santo y escribió su biografía en su libro Tesoros verdaderos de las Indias, tomo III, libro IV, Roma, 1682: Estaba la portería del convento cubierta de sólo esteras sobre unas varas de guayaquil… y el siervo de Dios quería cubrirla de buena madera y tablas; y juntó entre sus devotos la limosna para ello. Deseaba que se acabase la víspera de la fiesta de santa María Magdalena, patrona de su convento, pero pocos días antes se le ofreció un embarazo (problema), porque uno de los cuartones de roble que se había de poner y estaba ya labrado como los demás, al asentarle (colocarlo) se halló que venía corto y no alcanzaba porque tenía media vara menos. Le avisó el maestro de la obra al siervo de Dios y, aunque era muy fácil hallar otro, tenía dificultad el labrarle tan a tiempo que pudiera servir para la fiesta. El siervo de Dios le dijo que lo mirase y midiese bien que a él le parecía que no le faltaba nada. El artífice, delante del siervo de Dios, tomó una vara de medir, midió el cuartón y luego el ancho de la pieza y le hizo evidente demostración de la falta, por dos o tres veces, porque el siervo de Dios persistía en que tenía todo lo necesario. Y le dijo al maestro: "Suba su Merced el cuartón y veremos cómo viene". Subióle contra su gusto para dárselo al venerable varón y, al ajustarle, se halló que había crecido lo que faltaba al ancho de la pieza y más de lo que había menester para entrar por los extremos en una y otra pared. Y el siervo de Dios dijo: "¿No ve, hermano, cómo yo decía bien?". El hombre calló admirado, porque sabía muy bien que el cuartón estaba corto y que había crecido de milagro .
MULTIPLICACIÓN DEL VINO
Acaeció reunirse concurso de pueblo en ocasión en que el varón bienaventurado tenía muy poco vino: mas como "los que buscan al Señor no carecerán de nada", cuentan que con un sextario de vino sació abundantemente a una gran muchedumbre de personas y confiesan que otra vez sucedió un caso aún más portentoso, concediéndolo nuestro Señor Jesucristo.
Un caso muy parecido sucedió en la vida de santa Teresa de Jesús. El carpintero Pedro Hernández estaba haciendo unos trabajos en el convento de Salamanca y la Madre Teresa le dijo que les diera algo de beber a sus compañeros. Él respondió: "Madre, somos tantos, y el vino sale tan caro que es menester una suma de dinero"… Y este testigo por darle gusto y ver que era tan amiga de la caridad, llamó a un criado para que fuese por ello y le dio dinero para que trajese dos maravedís de vino para cada uno.
Y como trajese el vino, este testigo tomó en sus manos el jarro, y le echó un poco de agua, que fue bien poca, y empezó a dar de beber a los dichos oficiales y peones lo que le parecía le cabía en parte a cada uno; y cuando no faltaban de beber de tres o cuatro personas, mirando este testigo el jarro para las dar de beber, halló que estaba con la misma cantidad de vino que cuando se había traído de la taberna. Y a la sazón se volvió a asomar a la dicha ventanilla la santa Madre Teresa de Jesús, y volvió a decir a este testigo: "Hermano Pedro Hernández, ¿ha hecho lo que le he rogado?". Y este testigo le respondió: "Sí, Madre", y me parece que ha sucedido aquí lo que en las bodas (de Caná), que se ha vuelto el agua en vino. Y la dicha santa dijo: "Ande, hermano, que esto Dios lo hace". Y entonces le respondió este testigo: "bien parece que andan buenos de por medio". Y este testigo dijo a sus oficiales y peones: "Ea, hermanos, que no hay sino beber muy bien, que esto es vino de bendición". Y volvió a darles de beber hinchando el vaso a cada uno, y no podían acabar el vino que estaba en dicho jarro, de que este testigo y todos los demás oficiales y peones se admiraron y lo tuvieron, y este testigo tiene, a muy grande milagro que Nuestro Señor fue servido de obrar por intercesión de la santa Madre Teresa de Jesús, por su santidad y virtud .
La beata Madre Esperanza de Jesús (1893-1983) tenía muchos carismas sobrenaturales. El padre Alfredo Di Penta refiere: Una tarde no había vino en la casa para los huéspedes. La Madre ordenó a la hermana encargada, en mi presencia, lavar las damajuanas y llenarlas de agua. A la mañana siguiente la Madre me invitó a saborear el contenido. Noté con sorpresa, y lo mismo los huéspedes, que se trataba de un óptimo vino Frascati. A mi pregunta respondió: "Yo rezo y el Señor lo multiplica. Los peregrinos son también sus hijos" .
También se cuenta el caso de la multiplicación del vino en la vida del cura de Ars, como se puede ver en el Proceso Ordinario de canonización, versión francesa, p. 1376.
LA PROVIDENCIA DE DIOS
Era tanta la fama de santidad del hombre de Dios que todos los días concurrían a él multitudes de personas que iban a verlo. Tuvo sus razones para obligar con mucho empeño a unos huéspedes a que se detuvieran y a que por caridad tomasen alimento. Cuando esto supo con certeza su ministro, dice que nada había quedado para poderles dar de comer. El santo reprende suavemente al ministro, le llama hombre de poca fe, y suplica a Cristo que proporcione el necesario alimento. Apenas había expresado su deseo, cuando súbitamente entraron por las puertas los vehículos abundantemente cargados de provisiones que enviaba el senador Honorio. El amado de Dios recibió lo que le enviaban y dio gracias al Creador de todas las cosas porque se había dignado escucharle; puso ante los huéspedes lo que necesitaban, y mandó reservar lo demás para los que después viniesen. Pues de tal modo conciliaba su generosidad y su previsión, que a ninguna hora del día pudiera faltar la mesa para alimentar a los huéspedes.
Y por otra parte era consigo tan parco que siempre se le veía sobrio en el alma y consumido en el cuerpo. No atendía solamente con alimento corporal a los que iban a él, sino que alimentaba también sus almas con el pan de la doctrina: pues era tan elegante en sus comparaciones, y tan ingenioso en persuadir la vida espiritual, que todo el que por cualquier circunstancia se acercaba a él, íbase mejorado y gozoso; porque nunca el santo dejó de enseñar con su ejemplo y con sus palabras.
En la vida de san Juan de la Cruz se refieren varios casos muy parecidos. Cristóbal de la Higuera asegura que estando un día los religiosos en la casa sin tener qué comer, había ido el cocinero del convento al padre fray Juan de la Cruz y le había dicho que los padres del convento no tenían aquel día qué comer. Y que el padre fray Juan de la Cruz había dicho que los padres se fueran al coro y alabaran a Dios y pidieran a su Majestad los socorriera y los socorrería. Y que así lo habían hecho los padres. Y acabadas las horas y siendo más tarde de la hora de comer, había vuelto el padre cocinero a la celda del padre fray Juan de la Cruz y le había hallado puesto en oración y le había dicho: "Padre nuestro, no tienen los padres qué comer y pasa ya la hora de comer". Y que el padre fray Juan le había respondido que se fuese, que quien tenía cargo de ello lo proveería, que era Dios. Y que así se había ido. Y que dentro de poco espacio había llamado a la puerta del convento una persona con una acémila cargada de pan y vino y huevos y pescado y otras muchas cosas. Y habían comido de ello aquel día y les había quedado para otros días. Y que entonces comió este testigo pan y huevos y pescado al cabo de diez días, una noche que llegó al convento, y le dieron que comiese aquello, que era de la comida del milagro. Y, comiendo, le contaron lo que dicho tiene y que no habiendo sabido quién les había enviado la acémila, lo habían tenido por milagro .
Otro día, entrando la comunidad al refectorio, no había puesto pan en las mesas por no haberlo en el convento. Y se buscó un pedazo de pan para echar la bendición en la mesa. Y comenzó el siervo de Dios a platicar de su Majestad, tan alta y dulcemente que con el pasto espiritual, olvidados todos de comer su pan, se fueron a las celdas; a tiempo que llegó un hombre a la portería con una carta, y viéndola el siervo de Dios, se enterneció y lloró. Y, diciéndole el portero ¿qué es esto, padre, no dice Vuestra Reverencia que por sólo los pecados son las lágrimas bien empleadas? A lo cual respondió: "Lloro, hermano, porque nos tiene Dios por tan ruines, que no podemos llevar la abstinencia de este día, pues ya nos envía qué comer". Y la carta era de aviso y enviaba con ella dos cabalgaduras, una con harina y otra con pan cocido, una persona devota de la dicha Religión. Y no sólo esta vez sino otras muchas veces, ha oído este testigo que Nuestro Señor hacía el mismo milagro en los conventos donde el siervo de Dios fray Juan de la Cruz era prelado .
Esto ha sucedido frecuentemente en la vida de muchos santos. Es interesante al respecto la vida de la beata Madre Esperanza (+1983). Escribió en su Diario: El día 10 de abril de 1930 amanecieron (milagrosamente) dos sacos de azúcar de 60 kilos cada uno, 45 kilos de fideos, 19 latas de atún, 180 libras de chocolate, 10 quesos, 3 kilos de café, 28 bacaladas de un tamaño grande, tres cajas de galletas y un aumento considerable de jabón. El día 12 saqué de una de las tinajas como una arroba de aceite para el gasto diario, notando que al cubrirla estaba como antes de haber sacado nada. Lo mismo ocurre con lo que voy sacando de la despensa... El 18 volví a sacar aceite y azúcar, notando lo que en la vez anterior: que no se mermaba .
Dios multiplicaba los alimentos de la despensa para alimentar a las niñas a su cargo y a muchos pobres que acudían a pedir comida.
DOS MONASTERIOS EN SUSO
También los demonios, despechados porque los lanzaba de los energúmenos, valiéndose de su astuta malicia, querían atacarle con injurias; y como no hallaban nada que oponer al siervo de Cristo, solamente se esforzaron en echarle en cara el que morase con las vírgenes de Cristo, empleando el enemigo sus antiguas y arteras mañas; que a quien no puede derribar con sus obras, procura al menos tiznar su fama, y cuando no puede subyugar la conciencia de uno, infama su vida. Es decir, que ofrece por este medio ejemplos de consuelo a los que tiene enredados con sus caricias, haciéndoles que crean que no hay ninguno bueno, para que desesperen de encontrar a quien puedan imitar en la virtud; y de ese modo arbitran un remedio de su pena diciendo: "Si no hay ninguno inocente, ¿qué extraño es que yo no lo sea?". Y hacen del mal de muchos consuelo de su mal. ¿Qué puede aprovecharte, inventor de males, el infamar a los siervos de Cristo, cuando el Señor, su Redentor, les promete el reino de los cielos, por más que en el mundo sean glorificados o deshonrados, tengan acá buena fama o la tengan mala? Por lo demás, es cierto que el santo, dado hasta en su senectud a obras de abstinencia y de caridad, habitaba con las sagradas vírgenes; y siendo de ochenta y más años, apretado de dolor y trabajo, aceptaba cariñoso, como podía hacerlo un padre, el que le cuidasen las siervas de Dios. Mas, como antes he dicho, estaba ya tan lejos de los incentivos carnales, que ni vestigio siquiera de movimiento deshonesto experimentaba en aquella edad: pues había llegado a tanta vejez y a tal punto de necesidad que, estando hidrópico, permitía que aquellas santas mujeres lavasen su cuerpo, permaneciendo siempre muy ajeno de sentir nada ilícito.
Aquí se hace referencia a las sagradas vírgenes que vivían en el monasterio femenino que él mismo fundó al lado del otro monasterio de monjes. Ellas lo cuidaban en su vejez.
También al santo de Pietrelcina (+1968) lo calumniaron. En 1960 Elvira Serritelli, una señorita sicológicamente enferma, aseguró bajo juramento que había sido durante 10 años la querida del padre Pío. Algunos le creyeron y buscaron pruebas y hasta lo controlaron y colocaron equipos de grabación en su celda y en otros lugares. Al final, como siempre, se abrió paso la verdad y la Iglesia lo canonizó.
ROBO DEL CABALLO
Referiré que dos sujetos llamados Sempronio y Toribio, tentados e instigados por el demonio, y con intención de robar, vinieron al sitio donde el siervo de Dios habitaba. Fue el caso que estos ladrones, habiendo llegado a la pobre habitación del santo hombre y hallando fuera al animal en que solía ir a la iglesia, lo robaron furtivamente. Pero no disfrutaron mucho de su robo, pues al poco tiempo volvieron, perdida la luz de los ojos, pidiendo perdón al santo y devolviendo el animal. El santo de Dios recibió el caballejo, se reprendió a sí mismo el haberlo tenido, y enseguida lo vendió, distribuyendo el importe entre los pobres; mas no restituyó la vista a los ladrones, obrando en esto, a mi juicio, con prudencia, porque, de no seguir ciegos, tal vez hubieran seguido cometiendo semejantes delitos, y si en adelante quisieran hacer algo parecido, les denunciase al punto la señal con que quedaban marcados, y la fama con que habían manchado sus nombres. Por lo demás, ¿quién creería que el santo no pudo conseguirles de Dios el que les restituyese la vista, cuando sabemos que en vida y después de muerto alcanzó muchas veces el que por su intercesión diera el Señor vista a los ciegos? Después de todo, más llevadero fue para ellos pagar la pena de su pecado en esta vida que pagarla en la otra, según aquello: "Mejor es entrar en el reino de los cielos no teniendo más que un ojo, que irse con los dos al infierno".
También en el libro de los Hechos de los Apóstoles se habla de cómo Saulo quedó ciego en el camino de Damasco como un paso previo para su conversión (Hech 9). También se habla de un mago, falso profeta, judío, de nombre Barjesús. Hallábase éste al servicio del procónsul Sergio Paulo, varón prudente, que hizo llamar a Bernabé y a Saulo, deseando oír la palabra de Dios. Pero Elimas (el mago, que eso significa este nombre) se le oponía y procuraba apartar de la fe al procónsul. Mas Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, clavando en él los ojos, le dijo: "¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de torcer los rectos caminos del Señor? Ahora mismo la mano del Señor caerá sobre ti y quedarás ciego sin ver la luz del sol por cierto tiempo". Al punto se apoderaron de él las tinieblas y la oscuridad, y daba vueltas, buscando quién le diera la mano. Al verlo, creyó el procónsul, maravillado de la doctrina del Señor (Hech 13, 6-12).
ANUNCIO DE SU MUERTE
Casi un año antes de su muerte, el centésimo de su vida, habiéndole sido revelado que llegaba el término de sus trabajos y había de gozar de la santísima promesa del Omnipotente, trató de más rigurosa vida: y el que había consumido su cuerpo a fuerza de ayunos y vigilias, soldado veterano, comienza de nuevo nueva milicia, para que su fin fuese más ilustre; porque esto es ante Dios mejor y más laudable, diciendo Él mismo: "El que perseverare hasta el fin, ése se salvará".
También a san Benito se le anunció el día de su muerte como refiere su biógrafo san Gregorio al final del escrito sobre su vida. Igualmente, Dios se lo reveló a santa Faustina Kowalska, quien le comunicó a su confesor que moriría el 5 de octubre de 1938 .
San Pascual Bailón lo declaró a su Superior y gran amigo de toda la vida, el padre Juan Ximénez, quien dice: Estando sano y bueno, profetizó su muerte y después que cayó enfermo, dijo el día en que moriría y aun conoció la hora .
PROFECÍA SOBRE CANTABRIA
El mismo año, en los días de Cuaresma, le fue revelada también la destrucción de Cantabria; por lo cual, enviando un mensajero, manda que el Senado se reúna para el día de Pascua. Reúnense todos en el día marcado; cuenta él lo que había visto, y les reprende sus crímenes, homicidios, hurtos, incestos, violencias y demás vicios, y predícales que hagan penitencia. Todos le escuchan respetuosamente, pues todos le veneraban como a discípulo de nuestro Señor Jesucristo; pero uno, llamado Abundancio, dijo que el santo chocheaba por su ancianidad. Mas él le avisó que por sí mismo experimentaría la verdad de su anuncio, y el suceso lo confirmó después, porque murió al filo de la vengadora espada de Leovigildo. El cual, entrando allí por dolo y perjurio, se cebó también en la sangre de los demás, por no haberse arrepentido de sus perversas obras; pues sobre todos pendía igualmente la ira de Dios.
San Benito también profetizó la destrucción de su monasterio de Montecasino. Dijo: Este monasterio, que he construido, y todas las cosas que he preparado para los hermanos van a ser entregadas a los gentiles por los juicios de Dios omnipotente. Apenas si he podido obtener que se me conservaran aquí las vidas de los monjes.
Este oráculo fue lo que oyó entonces Teoprobo, mas nosotros vemos ahora su cumplimiento, pues sabemos que su monasterio ha sido destruido ahora por el ejército de los longobardos. Efectivamente, durante la noche, en tanto los hermanos descansaban, entraron allí no hace mucho los longobardos y habiéndolo saqueado todo, no pudieron apresar ni a un hombre siquiera, sino que cumplió el Dios omnipotente lo que había predicho a su fiel siervo Benito que, aunque entregaría los bienes a los gentiles, salvaría las vidas de los monjes que le acompañaban . Esto sucedió probablemente el año 581.
Pero en las vidas de muchísimos santos se habla de muchas profecías que se cumplieron, porque habían sido reveladas por el mismo Dios.
SU MUERTE Y SUS RESTOS
Así la relata el autor de la Vida: Acercándose la hora de su muerte llamó al santísimo Aselo, presbítero con quien vivía en compañía y en su presencia aquella alma felicísima, libre del cuerpo, fue al cielo. Entonces con mucho acompañamiento de religiosos fue depositado en su oratorio donde está.
Muerto Millán, el presbítero Aselo, con gran acompañamiento de discípulos del santo, de religiosos, enterró su cuerpo en una de las cuevas rupestres de lo que entonces era el monasterio. Allí permanecieron hasta que en la cuaresma de 1030, en presencia de cuatro obispos y de los reyes de Navarra, el abad del monasterio, Don Sancho, y sus monjes extrajeron los restos y los introdujeron en una urna de plata, regalo del rey navarro, que colocaron sobre el altar de la nueva basílica de Suso.
Años más tarde, durante el reinado de Sancho Garcés IV el de Peñalén (1054-1076), fueron colocados en una arqueta más suntuosa, cubierta de oro y piedras preciosas y de marfiles labrados con representaciones de la vida del santo. Pasado el año 1100, los monjes, para recordar el lugar donde estuvieron durante siglos los restos de nuestro santo, hicieron colocar un monumento funerario o cenotafio, que todavía se conserva.
De sus huesos, el año 1621 se concedió un artejo o falange a la parroquia de Treviana (La Rioja) por considerar que la madre del santo era de esta población. Algunos de sus huesos están hoy repartidos en diversos lugares de España. Berceo y Haro tienen reliquias importantes y, por supuesto, casi toda la osamenta se encuentra en la arqueta actual de plata, cubierta con los marfiles, que puede verse en el monasterio de San Millán de la Cogolla.
MILAGROS DESPUÉS DE SU MUERTE
Siento tener que dar fin a este librito; mas ya que hemos hablado de los milagros que el santo obró en vida, ¿por qué no decir algo de los que obró después de su muerte? Aduciré dos o tres que nos han sido referidos por testimonio de otro y que para hacerlos más creíbles constan en escritura autorizada… ¡Cuántos fueron los ciegos que ante su sepulcro recibieron la vista, cuántos los energúmenos que fueron librados y curados de diversas enfermedades desde que murió este santo hasta nuestros días! Pero solamente creí digno de estampar por escrito que, poco después de su tránsito, dos ciegos recobraron la vista.
Sobre milagros de santos después de su muerte podemos dar el testimonio del Papa Eugenio IV en 1446, quien en la bula de canonización de san Nicolás de Tolentino escribe: Nicolás dio vista a los ciegos, sanó de enfermedades a la vista, curó paralíticos de su inmovilidad, liberó endemoniados, prisioneros y encarcelados. Restituyó la salud a personas golpeadas por desventuras como caídas, naufragios, cárceles y pérdida de bienes materiales; sanó a enfermos de tuberculosis, gota, dolores de estómago, problemas del corazón y de otras enfermedades. Estos milagros son en total 301 y para su veracidad fueron examinados 371 testigos y fueron registrados por notarios y nos los refirieron en público consistorio.
Continúa San Braulio: En el año próximo pasado, siendo la víspera de la fiesta de san Julián mártir, como faltase el aceite para aderezar las luces, no pudo ser encendida la lámpara; mas levantándose a maitines la hallaron tan llena de aceite y tan luciente que no sólo ardió hasta la mañana, sino que con la abundancia de lo que sobró, el milagro produjo otros milagros.
Fue llevada allí cierta mujer que se llamaba Eufrisia del lugar de Banonico, coja y ciega; pero firme e ilustrada por la fe. Ungida en los ojos y en sus pies, al punto, con el favor divino, consiguió ver y andar. Los que ven lo que en nuestros días sucede, motivo tienen para creer los milagros que se han referido por relación de testigos. Finalmente sábese el lugar donde vive, y es bien conocida la persona que estuvo mucho tiempo enferma y ahora está sana.
Un caso claro de multiplicación del aceite lo vemos en el profeta Elías, cuando multiplica la harina y el aceite de la viuda de Sarepta en el territorio de Sidon. Le dijo: No faltará la harina que tienes en la tinaja ni disminuirá el aceite en la vasija hasta el día en que Yahvé haga caer lluvia sobre la faz de la tierra… sin que faltase la harina de la tinaja ni disminuyese el aceite de la vasija según lo que había dicho Yahvé por Elías (Reg 17, 8-16).
En el Proceso de canonización de san Félix de Cantalicio, la señora Felisa Ripa declaró lo siguiente: Fray Félix fue con fray Ángel a casa del señor Francisco Contucci para pedir aceite para la lámpara del Santísimo. Le dijeron que no había. Fray Félix insistió que mirasen bien, porque sí había. La señora Lorenza, por obedecerle, fue a ver la vasija del aceite, que sabía que estaba vacía, y la encontró llena. Llenó el recipiente a fray Félix y hubo en su casa aceite para dos meses. Esto fue antes del año de la peste de 1580 .
En este caso Dios sacó de la nada el aceite para llenar la vasija vacía y así pudieran darle a fray Félix (san Félix de Cantalicio) parar encender la lámpara del Santísimo de su convento.
En las vidas de muchos santos se habla de la multiplicación milagrosa de los alimentos. Especial es el caso de san Juan Bosco. De él se habla de la multiplicación de las hostias consagradas , de la multiplicación del pan , multiplicación de las avellanas , multiplicación de las castañas . Lo mismo podemos hablar del santo cura de Ars, en cuyo Proceso de canonización se habla de la multiplicación del vino y de la harina.
De san José de Cupertino se dice en el Proceso que en algunas oportunidades multiplicó el vino, la miel y el pan . También en la vida de santa Rosa de Lima se refiere el caso de la multiplicación del pan en una oportunidad y en otra ocasión la multiplicación de la miel. Se había acabado la miel de la botija y ella dijo a su madre: "Yo voy a traer miel en nombre de Dios". Y su madre fue y halló en la dicha botija tanta miel que duró ocho meses .
En cuanto a curaciones por medio de aceite bendito podemos presentar un caso especial, el de san André Bessette de Montreal (1845-1937), que construyó un gran templo dedicado a san José en Montreal, centro mundial de la devoción a este gran santo. Él tenía mucha devoción a san José y Dios le dio el don de hacer milagros. De él se cuentan milagros por miles durante 60 años, pues murió a los 91 años.
Él les recomendaba a los enfermos que se frotasen la parte enferma con una medalla de san José que él les daba o con el aceite de la lámpara que ardía ante la imagen de san José. Algunos decían que eso era superstición y no se curaban y él decía: Muchos no se sanan debido a su falta de fe. Es preciso tener fe para frotarse con la medalla o el aceite de san José .
RESURRECCIÓN DE UNA NIÑA
Otra vez, cierta niña, como de cuatro años de edad, del lugar del Prado, que no está lejos de su oratorio, presa de enfermedad, púsola ésta a las puertas de la muerte. Sus padres, movidos por la devoción, y temiendo perder a su hija, convinieron en que debía ser llevada ante el sepulcro del bienaventurado varón de Dios, y marchando, la vieron expirar en el camino. No por eso desmayó su fe: llévanla muerta, la depositan junto al altar cuando ya anochecía, y retíranse de allí sin dejar a nadie. Pasadas tres horas vuelven, al mismo tiempo que oprimidos de tristeza, con ansia de ver lo que había sucedido, y qué era lo que el Creador había querido hacer de aquella niña. Hallan viva a la que habían dejado muerta; y no solamente viva, sino jugueteando con el mantel del altar. Engrandecen a Cristo, criador de todas las cosas, que miró benignamente su devoto dolor.
Sobre casos de resurrección de muertos hay muchos en las vidas de los santos, tanto antes como después de su muerte. Varios casos se refieren en la vida de san Alonso de Orozco .
En el Proceso de canonización de san Francisco Javier se declaran 88 milagros y 24 resurrecciones.
En la bula de canonización de san Nicolás de Tolentino el Papa Eugenio IV refiere entre otros milagros obrados después de su muerte, el caso de un niño de cuatro años. Había caído en el canal de un molino y allí había permanecido mucho tiempo entre la rueda y el agua. Finalmente pudo ser rescatado, pero lo dieron por muerto. La madre hizo voto que, si volvía a la vida por intercesión de san Nicolás, lo vestiría con el hábito religioso sobre la tumba del santo y el niño resucitó. Otro hombre fue encontrado ahorcado. La esposa rezó e hizo un voto a san Nicolás y su esposo volvió a la vida y vivió muchos años.
También en la vida de santo Tomás de Villanueva se habla de la resurrección de un niño y una niña, que habían caído a una acequia y a un pozo respectivamente; y habían sido dados por ahogados y muertos. Esto sucedió después de la muerte del santo. Por eso, Francisco de Quevedo, en la biografía del santo, escribe: Allí está depositado, resucitando muertos, sanando ciegos, liberando endemoniados y ejercitando la caridad desde la sepultura y continuando la caridad como verdadero padre y prelado .
REFLEXIONES
San Braulio concluye la vida de San Millán, diciendo: Hemos cumplido lo que prometimos: resta finalizar nuestro trabajo expresando nuestra acción de gracias a Cristo, Rey de los cielos; pues con su ayuda e inspiración hemos comenzado y concluido este opúsculo. Él nos ha concedido que contemplemos la vida de los varones santos, para consuelo de nuestras miserias presentes; Jesucristo, que vive con Dios Padre y el Espíritu Santo, uno por todos los siglos de los siglos.
Como muy bien dice san Braulio, Dios nos ha concedido que contemplemos la vida de los varones santos para consuelo de nuestras miserias presentes. Evidentemente los santos son los especialistas de Dios. Si queremos saber algo más de Dios, leamos, además de la Biblia, la vida de los santos. Ellos son la Biblia viviente. El Evangelio hecho vida. Ellos han vivido la fe católica en plenitud y son un ejemplo de vida para nosotros.
Hablando concretamente de san Millán, no solamente fue un santo que influyó poderosamente en los que lo conocieron. Él, como todos los santos, sigue vivo y sigue intercediendo por nosotros y puede seguir haciendo milagros como los hizo en su tiempo para todos los que lo invocan con fe. No ha perdido poder de intercesión ante Dios. Su presencia sigue viva entre sus devotos y su influencia sigue actual a través del monasterio de San Millán y de tantas obras literarias y de arte que se han hecho en su nombre a lo largo de los siglos. Por ello y por mucho más, nos gloriamos de tener tan grande intercesor ante Dios.
SEGUNDA PARTE
SU INFLUENCIA A TRAVÉS DE LOS SIGLOS
CANONIZACIÓN DE SAN MILLÁN
De los discípulos de Millán algunos son reconocidos como santos. Así, por ejemplo, el presbítero san Aselo es quien le acompaña en los últimos momentos de su vida y lleva a cabo el enterramiento; también son venerados como tales san Citonato, sucesor del santo en el gobierno de aquella comunidad, al igual que san Geroncio y san Sofronio. Entre el grupo de vírgenes consagradas destaca santa Potamia, que lo conoció y cuyos restos fueron llevados al monasterio de Yuso el 13 de agosto de 1573. Su fiesta se celebraba en la abadía el 31 de enero con procesión. Otra gran santa fue santa Aurea o santa Oria, muerta a los 27 años. Sus restos fueron bajados del monasterio de Suso al de Yuso en 1609. Su fiesta se celebra el 11 de junio. Murió hacia el año 1069 ó 1070 y el famoso poeta Gonzalo de Berceo inmortalizó su nombre al narrar su vida en deliciosos versos.
De san Millán, diremos que inmediatamente después de su muerte empezaron a obrarse prodigios en su sepulcro. Su fama de santidad se fue extendiendo con la misma fuerza con que lo hace la luz solar. Por ello, innumerables visitantes llegaban a Suso para venerar los restos y solicitar la gracia de su intercesión. La convicción de encontrarse ante un varón de Dios, fue la que movió al obispo zaragozano a escribir su Vida y un himno para que fueran leídos en el día de su fiesta y así cantar su santidad y la bondad de Dios. San Eugenio, cuando todavía era arcediano de Zaragoza, escribió el Oficio para su fiesta. Ambos, devotos de san Millán, difundieron su conocimiento y culto tanto en la diócesis de Zaragoza como en la de Toledo, cuando san Eugenio fue nombrado pastor de dicha diócesis. Lo propio hizo san Ildefonso (607-667) en Sevilla y, luego, en Toledo.
La influencia y el prestigio de estos grandes prelados hizo posible que el resto de las iglesias de España se apresuraran a aceptar el rezo litúrgico de este santo varón, gloria de nuestra patria. En ello influyeron también las decisiones de alguno de los concilios de Toledo. De hecho los códices vigilano y emilianense, escritos en el siglo X en los monasterios de Albelda y san Millán, traen en sus respectivos calendarios la fiesta de san Millán el día de su muerte, el 12 de noviembre, con el título de presbítero.
La canonización oficial del santo tuvo lugar en 1030. Durante la cuaresma se encontraba en el monasterio de san Millán el rey Sancho el mayor de Navarra y su esposa Muniadonna. Le acompañaban los obispos de Pamplona, el de Oca, el de Álava y el de Huesca. El abad del monasterio, Don Sancho, que tenía carácter episcopal, y sus monjes creyeron oportuno aprovechar la visita de los reyes y de los cuatro obispos para hacer la solemne traslación y elevación de los restos de san Millán. En tal ocasión y con mucho concurso de fieles, el abad extrajo de debajo de la tierra los restos del santo y los introdujo en una urna de plata; y entre aclamaciones y cantos llevaron el arca procesionalmente y la colocaron sobre el altar de la nueva basílica de Suso. Eso era una verdadera canonización, tal como se realizaban en aquel tiempo. El abad incluyó en esa oportunidad un diploma que dice: Por revelación del Espíritu Santo fue del agrado de Dios omnipotente elevar de la sepultura a san Millán, presbítero y confesor, nuestro patrón, y tributarle dignamente el honor de la traslación.
SAN MILLÁN, PATRON DE CASTILLA
La España cristiana se sentía acosada y aquejada del gran mal de la presencia árabe y de sus ambiciones de conquista y de dominio. Por esta razón, los reyes de Navarra-Nájera y los condes castellanos acudían a Suso para pedir a nuestro santo la gracia y la bendición de lo alto en sus campañas militares para expulsar a los árabes de sus territorios o de las regiones limítrofes. Lo mismo hacían los reyes de León ante Santiago, enterrado en Compostela (Galicia).
Por ello, en los tiempos de esa Cruzada, que duraría siglos, tanto los reyes de Pamplona como los condes de Castilla, movidos por su espíritu religioso, oraban al santo y hacían al monasterio de Suso espléndidas donaciones. Estas donaciones regias quedaban registradas en diplomas que se conservan y en los cuales proclaman a san Millán su celestial patrono.
Así, por ejemplo, el rey D. García Sánchez, que reinó en Pamplona desde el año 925 hasta el 970, al donar al monasterio de Suso las villas de Logroño y Asa dice: Deseando honrar con mayor reverencia a la iglesia de Cristo, nuestro Señor, y del santísimo Millán, nuestro patrón…, damos y ofrecemos de todo corazón, con todo afecto y voluntad, para honra del predicho Millán, nuestro patrón, a ti don Gomesano, abad… las dos villas de Logroño y Asa con todos sus hombres, tierras, viñas, huertos, pomares, montes… para provecho y utilidad del monasterio del dicho san Millán .
El 14 de mayo del año 929 tuvo lugar la consagración de la basílica de Suso. Por este motivo acudieron al monasterio el rey D. García Sánchez, su esposa Doña Toda, un lúcido cortejo de obispos, abades y nobles. Los obispos Tudemiro, Ribas y Oriolo; los abades Gomesano y Maurelo, los condes Diego, Gonzalo, Ramiro y otros importantes personajes daban solemnidad y prestancia a la ceremonia. La generosidad del monarca estuvo a la altura de la ceremonia. Ensancha los dominios del monasterio, establece multas para quien introduzca los rebaños en ese territorio y, sobre todo, concede un privilegio de capital importancia: desliga al monasterio de toda jurisdicción civil y eclesiástica, de modo que todo esté sujeto exclusivamente a la jurisdicción del abad. Y todo esto lo concede también en honor del santísimo Millán, nuestro patrón .
Un hecho decisivo en la proclamación de san Millán como patrón de Castilla fueron las batallas de Hacinas (próxima a santo Domingo de Silos, Burgos) y, de modo particular, la de Simancas. El emir Abderramán III proyecta una expedición de más de cien mil hombres, a la que su orgullo llama campaña de la omnipotencia, pues con ella quiere acabar de una vez con el poderío de los reyes cristianos.
A fin de prepararse para el formidable encuentro, el rey de León, Ramiro II, va a Santiago de Compostela y el conde de Castilla viene al monasterio de san Millán: ambos a implorar en tan apurado trance la protección de sus respectivos patronos Santiago y san Millán. Esto ocurría en el año 938. El conde, en esta ocasión, dona al santo riojano el monasterio de Sietefenestras con las iglesias de san Juan y santa María. En agosto del año siguiente, 939, obtenían las armas cristianas las dos grandes victorias de Simancas-Alhándega (la batalla, según los cronistas árabes se inició en la ciudad de Simancas y finalizó en el paraje denominado Alhándega, Valladolid) y Hacinas, Burgos. La batalla de Simancas es fundamental en la reconquista, porque es un episodio tangible, no una leyenda; fue un suceso real a diferencia de otros episodios más o menos mitificados. Simancas sirvió como propaganda de la fe católica en el reino de León y fuera de la península hispana. Fue la primera victoria cristiana sobre los musulmanes, que está perfectamente documentada en fuentes árabes y cristianas.
El historiador fray Antonio de Yepes, para referirse a la intervención de Santiago y san Millán en esta batalla de los cristianos contra los musulmanes, escribía en el del XVI: Suplicaron a nuestro Señor les favoreciese y pusieron por intercesores a Santiago y a san Millán. Oyólos su Majestad y sucedió entonces una maravilla de las mayores que se han visto en el mundo. A vista de los ejércitos se abrieron los cielos y salieron de ellos dos caballeros (el apóstol Santiago y san Millán) que venían en caballos blancos armados con armas blancas y con espadas en las manos.
Y añade el mismo Antonio de Yepes: Hay dos escrituras muy auténticas y de gran fe que refieren esta batalla y milagro. La una hallada en el monasterio de San Millán de la Cogolla con título de privilegio de los votos que concedió el conde Fernán González a san Millán. La otra escritura se halló en el archivo de Cuéllar, y en romance antiguo cuenta la misma historia… Porque viendo el conde Fernán González que los reyes de León habían hecho tributario su reino al sagrado apóstol, a imitación suya quiso que los castellanos tuviesen la misma sujeción y rendimiento al glorioso san Millán, tomándole por patrón de Castilla… Esta fue la causa que en toda Castilla se hiciese la promesa de que todos los pueblos y casas, en reconocimiento de ser san Millán su patrón y haberles favorecido en la batalla ya referida, pagasen y contribuyesen alguna cosa cada año desde el río Carrión hasta el río Arga, que es en Navarra, y desde la sierra de Araboya hasta el mar de Vizcaya .
El rey Fernando III el santo, en el siglo XIII, llamó a san Millán nuestro patrono y eximió al monasterio del pago de 200 maravedís, injustamente impuesto por el conde Don Lope, cuando era gobernador de esta tierra.
Gonzalo de Berceo, en ese mismo siglo XIII, narra en 499 estrofas la vida de san Millán y habla claramente De como San Millán ganó los votos. Y dice: El conde Fernán González, señor de Castilla, concedió los votos a N.P. S. Millán y exhorta a los devotos a seguir pagando los votos a Santiago y san Millán como habían hecho sus antepasados.
El Papa Paulo III, el 5 de septiembre de 1545, confirmó el privilegio de los votos del conde Fernán González y enumera detalladamente todas las iglesias y territorios sujetos a la jurisdicción del abad de san Millán.
El año 1617 se suscitó la cuestión de que los carmelitas descalzos querían que se nombrara a santa Teresa de Jesús patrona de España junto con Santiago apóstol. Intervino el Consejo de Castilla, y de Roma vinieron dos Breves. El padre Martín Martínez, monje de san Millán, escribió una Apología por San Millán, patrón de España. El famoso Don Francisco de Quevedo terció en la polémica con un poema de 51 estrofas contra el patronato de santa Teresa al Consejo Supremo de Castilla. Enumera a varios santos que, a su juicio, tienen iguales o mejores títulos para que se les conceda el patronato y escribe: ¿Quién dirá que en justicia no puede pedir este compatronato San Millán de la Cogolla, pues las historias y escrituras antiguas confiesan haber peleado y vencido tantas veces, apareciéndose en las batallas como Santiago y casi en competencia del número de sus apariciones y victorias? .
Así pues, en virtud de los votos que el conde Fernán González hizo a san Millán, lo nombró patrón de Castilla al igual que los leoneses tenían como patrón a Santiago apóstol. Y ambos, según la tradición, se aparecieron juntos en algunas batallas. Por eso, podemos decir que el apóstol Santiago y san Millán han sido durante siglos los dos copatronos de España y luchadores de su independencia y unidad.
EL MONASTERIO DE SUSO
La basílica y el monasterio de Suso se construyeron para dar un digno cobijo a los restos del santo y albergar a los discípulos del santo, cada día más numerosos, pasando así de las cuevas rupestres en las que vivió él y sus primeros discípulos al monasterio dúplice, de varones y mujeres, con su correspondiente basílica para el culto.
A san Millán le sucedió en el abadiato san Citonato, que no debió estar muchos años desempeñando esta responsabilidad, ya que hay constancia documental de su retiro, juntamente con Geroncio y Sofronio, al valle próximo de Tobía (La Rioja), donde fundaron el monasterio de San Cristóbal, llamado también de las tres celdas, en razón de los tres primeros moradores. Luego se les añadirían otros, hasta que en el año 1040 este pequeño monasterio acogió a Domingo Manso de Cañas, el futuro Santo Domingo de Silos, restaurador del monasterio de San Sebastián en dicha población. En cuanto al sucesor de san Citonato en la abadía de Suso, goza de gran probabilidad la opinión de quienes afirman que fue Fronimiano, hermano de san Braulio, a quien el santo envió y dedicó la vida de san Millán y a quien escribió dos cartas llamándole abad y animándole en una de ellas a no abandonar su puesto, como pensaba hacerlo.
De la correspondencia del obispo zaragozano con su hermano residente en Suso se conservan tres cartas: en el año 636 le escribe la primera en la que le dedica la Vida de san Millán y que sirve de introducción a esa biografía. En el encabezamiento llama a Fronimiano solamente presbítero, no abad. Entre 640 y 645 hay otras dos cartas, las que llevan en su catalogación epistolar los números XIV y la XIII en las que ya le da el título de abad.
La carta XIV, cronológicamente anterior a la XIII, es una carta extensa en la que contesta san Braulio a su hermano sobre distintas cuestiones litúrgicas. También le manda un Comentario del apóstol san Pablo y le da instrucciones sobre el modo de copiarlo. En relación con esto hay un asunto muy interesante: al parecer Fronimiano había pedido al obispo de Zaragoza, pergaminos para los trabajos del Escritorio de Suso, y san Braulio le contesta diciendo que, por no tener él lo suficiente, no puede enviarle lo que le pide; pero que le envía dinero para que se lo procure. Ello demuestra que en Suso, en el siglo VII, ya funcionaba un Escritorio (scriptorium, en latín) en el que se copiaban códices.
En la carta XIII, Fronimiano, amante de la paz y del sosiego, le comunica a su hermano su deseo de renunciar al abadiato. San Braulio en su carta-respuesta da ánimos a su hermano, le urge cariñosamente a seguir adelante con la carga del gobierno y entre otras cosas le dice: ¿Quién gobernará la nave en medio de las olas si el capitán deja el timón? Aparte de otras consideraciones le agradece los presentes que le ha enviado.
Estas dos cartas del epistolario brauliano tienen una importancia trascendental para esclarecer la historia de los primeros tiempos del monasterio emilianense. Demuestran de modo indubitable la existencia de una comunidad de religiosos, gobernados por un abad ya a mediados del siglo VII, que es la que fundara san Millán en el siglo anterior. El gran medievalista benedictino padre Justo Pérez de Urbel en su libro Los monjes españoles en la Edad Media afirma: En el año 640 ya había allí (en Suso) una comunidad que se levantaba a medianoche para cantar las vigilias y esta comunidad no era de clérigos, pues sabemos que los clérigos visigodos sólo rezaban los oficios de laudes y vísperas. El abad era por esta fecha un discípulo del mismo santo: Citonato. Era abad y vivía en Suso .
Durante el reinado del rey navarro Sancho Garcés III (1004-1035) el Mayor o el grande, hubo que reconstruir el monasterio de Suso, que había sido quemado por Almanzor el año 997, según unos, o en 1002 según otros. Así tuvo lugar la última restauración y ampliación del monasterio y la basílica. En Suso se percibe todavía, junto a la obra de la naturaleza, la mano de visigodos, mozárabes y pre-románicos.
Durante este reinado tienen lugar otros dos acontecimientos importantes: el reconocimiento público de la santidad de Millán, hecho al que ya nos hemos referido anteriormente, y el de la implantación de la regla benedictina, que supone inaugurar un modo nuevo de vivir la vida religiosa. Sancho el Mayor, rey de Navarra, aconseja o impone la regla benedictina (lo mismo sucede en todos los monasterios de la cristiandad occidental) o trae de Europa a Suso monjes benedictinos. Con esta medida Suso se romaniza, se vuelve a Europa. Todo ello con profundas tensiones: se cambia la liturgia, el tipo de letra de los códices, el arte… y en Suso comienzan a convivir dos modos de vida: la benedictina, impuesta por el rey navarro, y la tradicional según la inspiración visigótica de san Fructuoso o san Isidoro.
El monasterio de Suso tuvo vida monacal hasta 1835 en que fue suprimido por la desamortización de Mendizábal, quedando desde entonces como propiedad del Estado. Pero durante toda su existencia fue un foco intenso de vida espiritual.
En 1588 cuatro monjes de Suso desearon vivir una vida benedictina más estricta y austera. A ellos se les unieron otros 37 monjes del monasterio de Yuso, pero, aunque no obtuvieron el permiso requerido de su abad, llevaron una vida de santidad digna de encomio.
El padre fray Sebastián de Villoslada escribe desde Suso con palabras antiguas: En nuestra hermita, así llama al recoleto cenobio, estamos quatro monges con nueva traza y manera de vivir, que hemos entrado aora en el noviciado con una valerosa y fuerte determinación de guardar la Regla de nuestro caudillo y patrono San Benito, no comiendo carne, levantándonos a maytines, que lo manda él en su Regla, y guardándola con sumo rigor, sin querernos aprovechar de un Breve que se procuró para relaxar el rigor de muchísimas cosas. Ha hecho tanto golpe en el convento esta nuestra determinación que treinta y siete monges han pedido al abad que les dé licencia para hacer lo mismo. El abad, aunque nos lo permitió a nosotros, no se atreve a condescender con ellos hasta que lo comunique con el general, el cual está en Monserrate por orden del rey. En viniendo se tomará resolución. El intento de quien ha hecho esto es para que desde la hermita baxe a San Millán y de allí discurra por toda la Orden, y guardemos lo que professamos. Dios lo encamine y nuestro padre San Benito, que esto ha tenido y tiene gran contradicción. Espero en el Señor favorecerá su causa y se dolerá de nosotros, que estamos perdidos. Y si no, con estarme en un rincon avré cumplido y trataré de mi negocio y dexar los agenos. Por esta razón no vine a la Sierra hasta que venga mi general, que es oy el dueño de este Argadixo; entre tanto puede Vmd. ver y executar mi carta y responder a ésta. Encomiéndeme Vmd. a Dios, el qual le guarde. De mayo, tres, de mil quinientos ochenta y ocho. Fray Sebastián de Villoslada .
El P. Maestro fray Diego de Venegas declara con más detalle la vida que hacían los monjes de Suso en la deposición que hizo para la beatificación del padre Villoslada: Había tanta clausura y tantos ejercicios santos de penitencia, mortificación, coro y trabajo de manos, que sin duda no se hallaba en toda la Iglesia de Dios monasterio de ninguna Religión donde hubiese de todo tanta clausura, pues era perpetua; el vestido, de sayal; la cama, tablas con un gergón basteado; la comida, pescado; los ayunos, de siete meses; el coro y actos conventuales, el día que menos de nueve a diez horas; la disciplina, casi cada día .
El cardenal Aguirre (1630-1699) sentía una gran veneración hacia el antiguo monasterio de San Millán de Suso. En su testamento, después de hacerlo heredero universal de sus bienes, ordena a los padres José Fernández y Leandro Martínez que sea traído su corazón a este monasterio, y añade:
Este convento es el más venerable de toda la Congregación. En él vivió san Millán y muchos santos y santas, cuyos cuerpos se conservan en el convento principal de abajo. En ese mismo convento de Suso, en tiempo del rey Felipe II, se fundó una nueva reforma en que vivieron monxes observantísimos, y en particular el venerable fray Sebastián de Villoslada, que después murió en Madrid con opinión de santidad. En ese mismo santuario he deseado siempre y deseo ahora que se haga otro tanto y ruego a toda la santa Congregación de San Benito de España que lo execute assi quanto antes con toda aplicación y veras hasta la fin del mundo .
Y en Suso quedó el corazón del cardenal Aguirre por muchos años. Actualmente se conserva en el monasterio de Abajo o de Yuso, al lado de la sacristía.
LAS GLOSAS EMILIANENSES
Páginas atrás hemos dejado consignado que en el siglo VII existía en Suso un Escritorio en el que se copiaban códices: La Biblia del monje Quiso lleva fecha de 664; el Apocalipsis del beato de Liébana tiene letra del siglo VIII. El llamado Cronicón emilianense, los escritos de Leovigildo de Córdova, los Capitula scintillae Scripturarum de Paulo Álvaro Cordobés son todos del siglo IX. Todos estos códices prueban en conjunto que existió un Escritorio en ese monasterio desde el siglo VII en adelante.
A fines del siglo X se copian en el monasterio los mejores códices salidos del Escritorio como son el códice de los Concilios o códice emilianense, actualmente en El Escorial, y el de las Glosas, en la Real Academia de la Historia, de Madrid.
En la Academia de la Historia hay otros códices emilianenses: uno del siglo VII, dos del siglo VIII, ocho del siglo IX, dieciocho del X, cuatro del XI, tres del XII, veintiuno del XIII, trece del XIV, siete del XV y otro del XVIII. En total 78 códices catalogados en la Academia de la Historia. Pero fueron escritos muchos más.
El monasterio de San Millán de la Cogolla puede gloriarse de haber sido la cuna del primer texto redactado directamente en lengua castellana y de los versos del primer poeta famoso que escribe en esta misma lengua, Gonzalo de Berceo. Las glosas fueron redactadas probablemente a finales del siglo X.
En el códice de las glosas, signado con el número 60, se anotan entre líneas, al margen del texto, una gran cantidad de palabras traducidas a la lengua que hablaba la gente, que ya no entendía el latín en que se escribieron los libros. Por ejemplo: Odio habet lo traduce por aborrescet. Precipue por pus majus. Talia plura conmitunt por tales muitos fazen. Subvertere por trastornare. Alicoties por alquandas beces. Litigare non erubescunt por Non se bergudian tramare… Parece un diccionario elemental de lengua castellana. Pero al final de un sermón, que el copista atribuye equivocadamente a san Agustín y que es de Cesáreo de Arlés, encontramos la glosa más importante y de mayor relevancia. El final de dicho sermón dice en lengua latina: adiuvante domino nostro Jesu Christo cui est honor et imperium cum Patre et Spiritu Sancto in saecula saeculorum. Amen, y el glosador lo traduce de la siguiente manera al romance castellano: Cono ayutorio de nuestro dueno, dueno Christo, dueno Salbatore, qual dueno get ena honore, e qual duenno tienet ela mandatione cono Patre, cono Spiritu Sancto, enos sieculos de lo sieculos. En castellano actual diríamos: Con la ayuda de nuestro dueño (Señor), dueño Cristo, dueño Salvador, el cual dueño está en la gloria, el cual dueño tiene el poder con el Padre y el Espíritu Santo en los siglos de los siglos.
Después de la versión romance del sermón, el autor escribe una hermosa plegaria inspirada por su fervor religioso y dice: Facanos Deus Omnipotes tal serbitio fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen. Que, traducida al castellano, sonaría así: Concédanos Dios omnipotente realizar tal servicio (o trabajo) que seamos felices en su presencia (delante de su faz). Amen.
Son pocas palabras, poca cosa, como la fuente primigenia del río: un hilillo de nieve regada y un hilillo de voz apenas perceptible o, según el símil de los árabes, el ojo del agua, la pupila, el cristal diminuto, a través del cual nos mira y miramos el caudal soterrado. Una fuente de cuarenta y tres gotas, pero la fuente humilde será mañana el caudal solemne de los ríos sonoros de san Juan de la Cruz. Poca cosa, como el recién nacido: montoncito de carne tibia, trémula, rosada y un hilillo de voz. Mañana será varón robusto y personalidad fuerte.
Y ¿qué dicen las primeras palabras de nuestra lengua, cuando aprende a escribir? El copista habla de nuestra fe católica, la fe en la Trinidad y en Cristo Señor. Es como una profesión de fe católica. Es el primer vagido de la lengua española, hablando a Dios.
Junto a estas glosas castellanas aparecen también dos apuntes en vascuence (las primeras palabras escritas en vascuence), aunque según el entendido Menéndez Pidal dificilísimos de interpretar. Al lado de la glosa romance nos non kaigamus pone en vasco guec ajutu ezdugu (en castellano: nosotros no tenemos suficiente ayuda). La otra glosa izioqui dugu significará probablemente hemos encendido, o hemos iluminado. El copista habla dos idiomas, el castellano y el vasco; y por supuesto el latín.
Las piedras del monasterio de Suso, por tanto, vieron nacer la lengua castellana, ya que allí se escribieron las Glosas Emilianenses, donde están las primeras palabras escritas en español (y también en vascuence). Allí estuvieron santo Domingo de Silos; Gonzalo de Berceo; Fernán González, conde Castilla; el rey de Navarra Sancho del Mayor; Alfonso VI; el Cid Campeador y miles de peregrinos que, a lo largo de los siglos, iban a visitar el sepulcro de san Millán. Allí están los huesos de los infantes de Lara, de tres reinas navarras y, un poco más arriba, el sepulcro de santa Áurea.
LOS MARFILES
El monasterio de San Millán de la Cogolla se ha hecho universalmente famoso por dos talleres u oficinas. Primero, por sus códices emilianenses, especialmente el de las glosas que contiene las primeras palabras escritas en lengua castellana. Después, por su taller de eboraria, es decir, de talla de marfiles. El año 1067 se trasladaron los restos del santo a un arca-relicario revestida con placas de marfil, de oro y piedras preciosas. Había 22 placas de marfil labradas. En el centro del frontispicio principal del arca estaba representado el divino Salvador. A los costados estaban grabadas en los marfiles escenas de la vida de san Millán. Y en el otro frontispicio se representaba al santo, que subía de la mano de los ángeles al cielo.
Estos marfiles, de una belleza extraordinaria, fueron realizados por los monjes con un gran simbolismo medieval.
También en el arca con los restos de san Felices se colocaron placas talladas en marfil. El año 1090 fueron trasladados los restos del maestro espiritual de san Millán por el abad Don Blas al monasterio desde Bilibio donde se encontraban. Colocaron sus restos en la primera arca que había contenido el cuerpo de san Millán y que estaba desocupada desde 1067. El año 1488 el abad Don Pedro Sánchez del Castillo la mandó adornar con marfiles y pedrería.
Eran seis los marfiles y representaban escenas del Evangelio como la última cena, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la resurrección del hijo de la viuda de Naím, el nacimiento de san Juan Bautista, la curación del ciego de nacimiento…
Las arcas relicario de ambos santos fueron saqueadas el 20 de diciembre de 1809 por los soldados franceses, que habían invadido España, gobernando José Bonaparte, hermano de Napoleón. Los monjes, antes de abandonar el monasterio, sacaron de las arcas los restos de ambos santos y los colocaron en un lugar seguro, dejando constancia del hecho en un documento fechado el 17 de septiembre de 1809.
Al llegar los franceses, despojaron las arcas, que ya no tenían los cuerpos de los santos, y se llevaron el oro y piedras preciosas. No se llevaron los marfiles, pensando que no tenían valor, pero al arrancar las planchas de metal, muchos de ellos se hicieron pedazos y otros se destrozaron.
Como ya el convento estaba abandonado y los frailes exclaustrados, muchos vecinos saquearon el convento, llevándose libros y hasta algunos marfiles.
Los monjes regresaron al monasterio el 21 de diciembre de 1813. En los cuatro años de ausencia, el edificio padeció mucho y se perdieron tesoros incalculables de obras de arte y cultura.
Al triunfar la revolución liberal del general Riego, de nuevo se dieron decretos contra la Órdenes religiosas y tuvieron los monjes que abandonar san Millán el 1 de diciembre de 1820. En esta segunda exclaustración, el Estado incautó casi todos los códices importantes en número de 68 y algunos incunables. De nuevo con la entrada de los Cien mil hijos de San Luis al mando del duque de Angulema, se restableció la paz y los monjes pudieron volver a su monasterio el 27 de julio de 1823.
La tercera exclaustración fue ordenada por Juan Álvarez Mendizábal el 11 de octubre de 1835, suprimiendo las comunidades religiosas, exceptuando las dedicadas a la educación de niños pobres y al cuidado de los enfermos. Los benedictinos dejaron san Millán para siempre. Así terminó prácticamente la vida benedictina en este monasterio que había durado tantos siglos y había producido tantas obras de arte y de ciencia, que aún son admiradas y estudiadas por los sabios. De los 75 monjes sólo quedaron un párroco y coadjutor benedictinos, que antes de morir entregaron sus pocos libros en depósito al señor Eusebio Hervías, vecino del lugar.
Los días 24 y 25 de agosto de 1931, a los cuatro meses de proclamada la Segunda República española, las autoridades de Bellas Artes de la provincia de Logroño se llevaron del monasterio, con ayuda de numerosas parejas de la guardia civil, los marfiles. Fueron devueltos en 1944. Para esta ocasión, el sacerdote Don Félix Granda construyó dos nuevos relicarios para san Millán y san Felices según diseño y dibujos del arquitecto Don Francisco Íñiguez Almech. Las dos arquetas, hechas de plata, iban a sustituir las que habían construido pobremente los benedictinos después de la primera exclaustración y del saqueo de los franceses. Los restos de ambos santos fueron colocados en sus respectivas nuevas arcas en la iglesia de Santa María de la Redonda de Logroño el 10 de julio de 1944 y entregados a los agustinos recoletos, que tenían la posesión del monasterio de San Millán, quienes los subieron solemnemente al monasterio después de casi trece años de ausencia, donde se encuentran para la admiración del mundo entero.
EL MONASTERIO DE YUSO
Hay una leyenda o tradición que afirma que el rey García el de Nájera (1035-1054) quiso trasladar los restos de san Millán, del que era muy devoto, al gran monasterio recién fundado de Santa María la Real de Nájera, donde estaba la Corte real. El 29 de mayo de 1053 colocaron los restos del santo en una carreta tirada por bueyes y al llegar al llano del Valle, cerca del río Cárdenas, se detuvieron y no quisieron andar por más que los obligaron. Todos los acompañantes vieron en ello una señal de que el santo quería quedarse en aquel lugar; y el mismo rey decidió construir en ese lugar el monasterio, que se llamará de Yuso (abajo).
Dice un códice antiguo: Pasados 23 años desde la elevación del cuerpo de san Millán por Don Sancho el Mayor el año 1030, vino el rey Don García, hijo del rey Don Sancho el Mayor a San Millán de Suso, y vinieron el obispo Don Sancho de Pamplona y el obispo Don Gómez de Calahorra y de Castilla la Vieja, y el obispo García de Álava y tomaron el cuerpo de san Millán de Suso el día cuatro de las kalendas de junio y lo bajaron a Yuso y allí estuvo 14 años, y en ese intervalo hicieron la iglesia y lo trasladaron a la iglesia que había sido hecha nueva y lo pusieron en el altar de Santa María donde ahora está. Era el año 1067.
El más antiguo historiador de ambos monasterios, el padre Andrés de Salazar en su Historia manuscrita, folio 54, dice: Pasados catorce años (desde mayo de 1053), acabada la iglesia y fabricada ya maravillosamente el arca de oro, de marfil y de piedras preciosas, guarnecida en derredor, fue en ella colocado el cuerpo del glorioso san Millán por mano del abad Blas y fue el arca puesta en la iglesia nueva (sobre el altar) adonde ahora el bienaventurado Millán es venerado (26 de septiembre de 1067) .
Se inauguraba la primera iglesia de Yuso y también la nueva arqueta que contenía los restos de san Millán y estaba adornada con 22 placas de marfil, grabadas con escenas de la vida de san Millán y revestida de piedras preciosas y otros metales, haciendo un conjunto armonioso de insuperable belleza. Todo ello ya durante el reinado de Sancho Garcés IV el de Peñalén (1054-1076).
Es bueno anotar que, a pesar de que los monjes de Suso aceptaron la Regla de San Benito y de allí bajaron algunos para fundar el de Yuso, nunca estuvieron unidos al famoso monasterio francés de Cluny. Dependían directamente de la Santa Sede.
El monasterio de Yuso que el rey García de Navarra mandó construir a partir de 1053 era del más puro estilo románico. Este monasterio fue destruido en 1504 para dar paso al gran monasterio actual, llamado el Escorial de la Rioja, que se construyó entre el siglo XVI y XVII con todas sus amplias dependencias en estilo herreriano .
Varios abades trabajaron en él, teniendo la ayuda económica de los diezmos, rentas y censos devengados que pagaban al monasterio. El monasterio era dueño de todo el Valle hasta que en 1556 el rey Felipe II adquirió el señorío y la jurisdicción civil sobre todos sus habitantes.
Ya hemos anotado que el monasterio fue despojado de casi todos sus objetos valiosos en las exclaustraciones forzadas de 1809, 1820 y 1835. En esta última, los 75 monjes benedictinos abandonaron el convento para nunca más volver. En 1878 el monasterio fue donado a la Orden de Agustinos Recoletos. Desde entonces los moradores de dicho monasterio son los frailes agustinos recoletos.
BOTICA Y HOSPITAL
La abadía de san Millán al igual que todas las grandes abadías benedictinas tuvo su botica, cuyos medicamentos eran muy solicitados. Don Gaspar Melchor de Jovellanos visitó el monasterio en 1795 y escribió en su Diario: La botica es grande, bien asistida, con mucha y buena redomería de barro y vidrio de todos los tamaños y formas. El jardín botánico: muy bien provisto de hierbas, plantas y algunos árboles; tiene dos acacias, saúcos de Babilonia, chopos de Lombardía y Carolina, un bello abedul, tres especies de laurel; el común, el imperial y uno de especie media; en el agua corriente, un estanque para sanguijuelas surtido de la corriente por medio de una boca con su rallo muy espeso… Lo más singular es su viborero: contra una pared, al mediodía, hay un cercado pequeño como de vara y media de alto, bien lanilladas las paredes interiores; en el fondo, piedra, cascotes y las hierbas que nacen allí de suyo; allí están las víboras, aquí procrean, pero sin embargo se reemplazan todos los años con las que vienen a vender para proveer el consumo. El padre boticario, que creo se llama fray Millán, me ofreció cebollas de una especie de lirio y algunas semillas y un rosalito enano .
Los padres boticarios poseían también una gran biblioteca de libros de medicina, cirugía y botánica, tanto antiguos como modernos, en español, latín, francés e inglés.
También los monjes construyeron un hospital para enfermos. El padre Andrés de Salazar, de la abadía emilianense, escribía hacia 1607: Como el fundador desta cassa de S. Millán fue el mesmo santo y él fue tan charitativo y limosnero, sus hijos que le fueron sucediendo también se señalaron en serlo y no se contentando con la limosna que daban a la puerta del monasterio, aunque muy grande, hicieron un hospital y alberguería como ellos llamaban, para hospedar y albergar a los pobres y peregrinos que acudían a esta cassa y hoy día está en pie la que edificaron los primeros sucesores de nuestro padre San Millán, que es la cassa en donde viven los oficiales que andan en las obras que es entre las dos cassas de Suso y Yuso .
El mismo padre Andrés de Salazar señala que cada día se daban 30 raciones reales con pan, vino, carne y un cuarto de dinero y otras 10 medias raciones; y a más de 400 pobres cada día se les daba limosna .
ESCUELA Y BIBLIOTECA
El pueblo de San Millán de la Cogolla nació hacia el año 1022 en tiempo del abad Ferrucio y del rey Sancho el Mayor de Navarra. En el folio 6 del Becerro galicano, redactado en latín, se habla de los primeros pobladores del barrio de San Jorge junto al monasterio de Yuso. Este barrio de San Jorge después se llamó de Santurde. Más tarde se fue formando otro barrio conocido como Barrionuevo, del que ya se habla en una escritura del año 1189.
Desde sus principios, los niños del pueblo tuvieron la oportunidad de estudiar en la escuela monacal. Sobre esta escuela hay una plaqueta de marfil del arca-relicario de san Millán donde aparece un monje de pie con una pluma o puntero en la mano y muchas cabecitas de niños. En letra está escrito: Sanccius magister, Munio infans (Sancho maestro con el niño Munio).
El mismo Gonzalo de Berceo (1197 – 1265) que, siendo presbítero llegó a ser notario de Yuso, fue instruido en el monasterio, pues dice en una estrofa:
Gonzalvo fue su nonme, que fizo este tratado
en Sant Millan de Suso fue de ninnez criado
Se refiere a los últimos años del siglo XII en que ya había en Suso una escuela para niños. También la hubo en Yuso y, durante siglos, muchos niños del Valle de San Millán estudiaron las primeras letras en la escuela del convento y muchos de ellos decidieron tomar el camino de la vida religiosa en el mismo convento, haciéndose religiosos.
En cuanto a la biblioteca del monasterio de Yuso era extraordinariamente valiosa con tantos códices copiados por sus monjes a lo largo de los siglos. Jovellanos, que fue ministro de Estado, la visitó en 1795 y dice en su Diario: Tiene muchos excelentes libros, sobre todo de biblias, concilios, Padres e historiadores eclesiásticos; hay también muchos de ciencias, la historia de las Academias de París, las actas de Petersburgo, el Diario de los sabios .
Del archivo escribe: ¿Quién podrá dar razón de tanto precioso códice como encierra? Los góticos solamente llegan a 36 y hay hasta el número de 80 de diferentes edades .
Con motivo de la primera exclaustración forzada de los monjes, que abandonaron el monasterio de 1809 a 1813, muchos de los libros de la biblioteca fueron saqueados por los habitantes del Valle, aunque los principales libros y códices fueron conservados por los mismos monjes esperando volver algún día.
En la segunda exclaustración de 1820, al triunfar la revolución liberal, el gobierno se llevó algunos incunables y 68 de los principales códices. Los llevaron a Burgos y actualmente se encuentran, o en la Academia de la Historia o en el monasterio del Escorial. Por supuesto que muchos libros fueron llevados por vecinos. Como la mayoría de ellos eran personas sin cultura y no apreciaban su valor, muchos libros de la biblioteca terminaban para tapar ventanas, envolver cosas del mercado o convertidos en cartapacios en que los niños llevaban sus libros a la escuela, e incluso fueron usados para encender el fuego en la cocina.
La tercera exclaustración y la definitiva fue la desamortización de Mendizábal, que se llevó los códices que quedaban y casi todos los libros que habían quedado.
Algunos pudieron ser conservados por los dos benedictinos que quedaron como párroco y vicepárroco de la parroquia de San Millán. Antes de abandonar el monasterio, los padres benedictinos dejaron a buen recaudo lo que quedaba del archivo monástico, que eran muchos documentos, y los códices que aún se conservaban, lo mismo que algunos libros valiosos de la biblioteca. Para ello los encomendaron al cuidado del panadero del monasterio y buen cristiano Don Eusebio Hervías y Llanos. Su yerno, D. Damián Aguirre Asurmendi los entregó en 1884 al Rector de la nueva comunidad de agustinos recoletos, el padre Toribio Minguella. De este tesoro confiado a los panaderos del monasterio cabe destacar el becerro galicano o francesillo, de mitad del siglo XII.
Los padres agustinos recoletos se hicieron cargo del monasterio de San Millán en 1878 y desde el principio comenzaron la tarea de recuperar todos los libros posibles de la antigua biblioteca benedictina, que estaban repartidos por diferentes familias del Valle.
El padre Toribio Minguella, que después fue obispo de Puerto Rico y de Sigüenza (España), fue el gran restaurador de la biblioteca. Habían desaparecido miles de libros, pero él empezó a buscar y a comprar. Algunos los donaron gratuitamente, otros fueron recuperados a buen precio.
Después de la instalación de los agustinos recoletos en agosto de 1878 fueron recobrados muchos de los libros desaparecidos y hoy hay unos 16.000 libros: 10.000 en la biblioteca y unos 6.000 en el archivo. Tan laboriosa fue la labor de los nuevos moradores del monasterio que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el ochenta por ciento de la biblioteca monástica actual es la que contempló en su día Melchor Gaspar de Jovellanos. La gran mayoría de los libros de la biblioteca pertenecen a los siglos XVII y XVIII. Hay 30 libros grandes de Cantorales del siglo XVII. Cada uno de los cuales pesa entre 40 y 60 kilos. Existe la colección completa de los cantos que la comunidad monástica cantaba a lo largo del año.
LA VIRGEN DE VALVANERA
La Virgen de Valvanera es la patrona de la Rioja. En el santuario donde se venera su antigua imagen había desde hacía siglos una comunidad benedictina. También ellos sufrieron las consecuencias de las tres exclaustraciones impuestas por las autoridades. El 7 de diciembre de 1835, cumpliendo las normas dictadas por el ministro Mendizábal, los 23 benedictinos de la comunidad dejaron su amado monasterio para no volver en muchos años. Al estar desamparado el monasterio, el 18 de diciembre de 1839 fue llevada la imagen de la Virgen de Valvanera al pueblo de Brieva, previa licencia de la autoridad eclesiástica.
Al tomar posesión del monasterio de San Millán los agustinos recoletos en 1878, promovieron romerías a Valvanera y la reconstrucción del santuario y monasterio, que estaban muy deteriorados. En esta tardea colaboró el Solitario de Suso, el hermano Tiburcio, quien, con el permiso del párroco de Anguiano, a cuya jurisdicción pertenecía el lugar del santuario, llegó a trabajar con un cesto, una azada y una gran fe. Al principio hubo quienes se le opusieron, pero poco a poco se ganó la admiración de todos y otros colaboradores vinieron a ayudarle. Ya en mayo de 1880 se reanudaron las peregrinaciones. La primera, organizada por los agustinos recoletos, en septiembre de ese año, estaba integrada por unas mil personas. Al año siguiente acudieron 5.000 y se organizaron novenas y oraciones para pedir colaboraciones en distintos pueblos de la comarca para la reconstrucción.
El 29 de octubre de 1883 se instaló una comunidad benedictina y el 22 de diciembre de 1885 volvió por fin la imagen de la Virgen de Valvanera a su santuario.
El hermano Tiburcio, que nunca fue religioso ni profesó en ninguna Congregación, vivió los últimos años de su vida con su hijo único en Cascante, su ciudad natal. Murió el 14 de diciembre de 1926 y fue amortajado con un hábito agustino recoleto, y enterrado en Cascante. En 1954 tuvo lugar la solemne coronación canónica de la imagen y en 1959 los restos del hermano Tiburcio fueron exhumados y trasladados a Valvanera, donde fueron enterrados en un sepulcro abierto por él mismo en una roca situada junto a la capilla del Cristo. Se puso una lápida en su sepultura con esta inscripción: Por ti vive mi Señora. La comunidad benedictina. La Rioja y los Cameros al hermano Tiburcio 1880-1959.
EL MONASTERIO ACTUAL DE SAN MILLÁN DE LA COGOLLA
Con la tercera exclaustración desapareció para siempre de San Millán la comunidad benedictina y los 75 monjes quedaron dispersos por la geografía española esperando volver, lo que nunca sucedió.
El edificio monacal se fue deteriorando por falta de mantenimiento y las inclemencias del tiempo. El 28 de junio de 1866 los franciscanos de Bermeo tomaron posesión del monasterio de San Millán. La comunidad franciscana de San Millán fue disuelta por la Junta revolucionaria de Logroño el 2 de octubre de 1868. Desde 1869 a 1886 el monasterio sirvió de cuartel de la guardia civil, que se instaló en un ala del convento que da a la plaza.
En 1877 la Diputación provincial de Logroño quiso convertir el monasterio de san Millán en un manicomio, pero no prosperó la idea.
Entonces entró a actuar el ministerio de Ultramar. En tiempos de la desamortización de Mendizábal se salvaron tres conventos de ser suprimidos. Estos tres fueron el de los agustinos recoletos de Monteagudo en Navarra, el de los agustinos ermitaños de Valladolid y el de los padres dominicos de Ocaña por el motivo de enviar misioneros a Filipinas. Cuando el gobierno liberal en 1868 declaró la supresión de todas las casas de religiosos de ambos sexos fundados en la península e islas adyacentes desde el 29 de julio de 1837, entraba también la supresión del convento de los agustinos recoletos de Marcilla en Navarra, pero por influencia del ministro de Ultramar, pudo salvarse con el fin de enviar misioneros a Filipinas. De esta manera pudo sobrevivir en España la Orden de agustinos recoletos, teniendo dos conventos: Monteagudo y Marcilla.
El ministerio de Ultramar se movilizó para enviar más misioneros a Filipinas y ofreció a los agustinos recoletos el monasterio de San Millán. Los Superiores aceptaron la oferta, pero se dieron cuenta de que pertenecía en propiedad a la diócesis de Calahorra. Acudieron al obispo y se consiguió de la Santa Sede la confirmación de la cesión incondicionada a favor de la provincia de San Nicolás de Tolentino, obteniendo del gobierno el permiso de instalación de la comunidad como centro misionero para Filipinas.
La comunidad de agustinos recoletos se instaló en San Millán el 25 de mayo de 1878. La ceremonia de inauguración y posesión fue el 1 de septiembre de ese año. De momento, no pudieron alojarse en el monasterio, porque estaba todo muy deteriorado y aún permanecía el cuartel de la guardia civil en un ala que daba a la plaza. Se alojaron en la casa de Don Cándido Ureta; y el año 1881 su primer Rector, el padre Toribio Minguella, comenzó en serio la reparación del monasterio.
En los últimos años se han realizado en el monasterio numerosas e importantes obras de restauración, sobre todo desde que en 1997 fuera declarado, juntamente con el de Suso, patrimonio de la humanidad. En estas restauraciones, que hacen que hoy el monasterio luzca bello y hermoso, han contribuido de modo eficiente el gobierno autonómico de La Rioja, la Fundación San Millán de la Cogolla y, por su influencia y gestión, otras entidades privadas como Caja Madrid, Iberdrola, Ferrovial, etc. La contribución de la propia Orden ha sido también muy generosa y sostenida a lo largo de muchos años.
Los visitantes anuales se pueden cifrar en torno a los noventa o cien mil, con una fuerte presencia de turistas extranjeros. San Millán es también referencia mundial para los estudiosos de nuestra lengua. Es la sede del Cilengua (centro de investigación de la lengua castellana) y bajo el patronazgo del gobierno regional y la Fundación son frecuentes los Congresos o Encuentros de estudiosos, a los que suele acudir algún representante de la casa real, particularmente los príncipes de Asturias. El salón de la lengua, inaugurado por su Majestad D. Juan Carlos I en el año 1977 es el lugar emblemático de tales encuentros. El salón de la lengua, antiguo refectorio, está decorado con los escudos y banderas de los países hispanoamericanos y de Filipinas.
Hay además un parador, cedido al gobierno riojano, que ocupa una de las alas del monasterio. Finalmente, como es habitual para el servicio de los visitantes, cuenta con el oportuno museo en el que se pueden contemplar obras importantes de arte, juntamente con las arquetas de los marfiles, además de otras estancias como iglesia, sacristía, claustros etc. Todo ello constituye un conjunto verdaderamente armonioso y atractivo para todos los amigos de la religiosidad, la historia y el arte.
En la historia reciente del monasterio de Yuso hay fechas importantes. Tales son, por ejemplo, la celebración del milenario de la lengua en 1977 con la asistencia de sus Majestades los reyes de España, o la creación de la Asociación Amigos de San Millán de la Cogolla en 1974, a la que se debe en buena parte la organización y celebración de la fecha milenaria de la lengua.
Decisiva también, como ya hemos apuntado, fue la declaración de la Unesco de los monasterios emilianenses, como patrimonio cultural de la humanidad. Dicha proclamación tuvo lugar en Nápoles el día 4 de diciembre de 1997. Un año después, el 8 de octubre, se constituía la Fundación de San Millán de la Cogolla.
El visitante de los monasterios de San Millán tendrá la oportunidad de rememorar tiempos pasados. Allí se dan cita el paisaje con las tradiciones más añejas, las historias escritas por monjes escribas con el arte románico de los marfiles y con los primeros balbuceos de nuestra lengua. Allí encontrará sepulcros de reinas, de los infantes de Lara, de peregrinos anónimos; y podrá tocar las piedras que vieron los ojos de san Millán, del Cid Campeador y de reyes y santos a lo largo de los siglos.
CAMINOS DE SANTIDAD
El peregrino que va a San Millán con fe y buscando huellas de santidad las encontrará. En los monasterios de Suso y de Yuso han pasado generaciones de religiosos que han entregado su vida al servicio de Dios y de los demás. Durante siglos Jesús, vivo y resucitado, presente en la Eucaristía, ha permanecido en aquellos lugares santificados por la vida oculta y sencilla de tantos miles de religiosos.
Es emocionante ver los mismos montes que vieron ellos, caminar por los mismos caminos y tocar las mismas piedras que ellos tocaron; muy especialmente en la ermita del santo, donde vivió muchos años san Millán en solitario.
En esos lugares del Valle de San Millán se perciben con el alma los siglos de santidad y de gloria que todavía no han apagado la luz ni el ambiente de fe que dejó muestro santo. La estela de prodigios que destacó san Braulio, no se ha extinguido y, en la medida de nuestra fe, volverán a renovarse en el presente. Dios es siempre el mismo y su poder no se pierde, pero sí decae nuestra fe; y en estos tiempos de incredulidad muchos ya no creen ni esperan y, por eso, Dios no puede realizar milagros como antaño por la falta de fe. Sin embargo, cuando uno tiene fe, puede percibir con emoción que la santidad todavía es posible, que Dios nos llama a ser santos y que nos anima a seguirlo por esos caminos de fe que nos trazó san Millán y sus discípulos. Siguiendo sus huellas, encontraremos en el silencio del corazón a Dios, que nos guía a las alturas de lo más grande y más hermoso, porque estamos hechos para mares sin orillas, para horizontes sin límites. En una palabra, estamos hechos para el infinito y sólo Dios puede saciar nuestro corazón sediento de amor. Dios es Amor y nos ha creado por amor y para amar.
Para terminar esta reflexión, te animo a meditar lo que escribió el poeta José María Pemán sobre el fraile lego, que podrías ser tú. Se titula la balada del lego y dice así:
Era ya la tarde y estaban las nubes
perfiladas de rayos de sol,
cuando iba el buen lego, con su cantarillo,
por la veredica bendiciendo a Dios.
El misterio grave de la hora dorada,
lleno de agrio aroma de prados en flor,
se le entró en el alma, llenándola toda
con su turbación.
Se sintió pequeño como aquel polvillo
donde iba posando su planta… y pensó:
"¿Qué haré yo, granito de polvo en el mundo,
para ser grato a los ojos de Dios?".
Fray Andrés disciplina su cuerpo
sin tenerle piedad. Fray Zenón
atruena el convento cantando maitines
con hermosa voz.
Fray Tomás se pasa las horas inmóvil,
levantado en arrobos de amor,
y ni advierte las tres campanadas
con que la campana llama a colación…
Al lado de aquellos excelsos varones,
¿qué hará el buen lego por ser grato a Dios?
Y con santa envidia murmuran sus labios
fray Andrés, fray Tomás, fray Zenón.
Y sus ojos, buscando respuesta,
para aquellas dudas de su corazón,
se hunden en la tarde que muere, sangrando
los últimos rayos bermejos del sol.
Todo es paz y orden. Unos tordos vuelan
con pausados giros. Camina un pastor.
Gime una carreta. Corre un arroyuelo.
Todo deletrea como una canción.
La oración de las cosas sencillas,
que obedecen humildes a Dios.
Y el buen lego descifra en su alma la revelación
del arroyo, las hojas, las aves y el sol.
Todo cumple su fin mansamente.
Todo sigue un mandato de amor.
El llano lo mismo que el pico empinado
que no está por eso, más cerca de Dios.
Y el buen frailecito siente que en el alma
se le ha entrado un rayo, muy claro, de sol.
De pronto, recuerda que es tarde y ya es hora
de limpiar los platos de la colación.
Y apretando el paso, con simple alegría,
corre que te corre… ¿Qué más oración
que el ir mansamente por la veredica,
con el cantarillo, bendiciendo a Dios?
¿Estás tú dispuesto a bendecir y alabar a Dios en cada instante de tu vida y amarlo con todo tu corazón?
CONCLUSIÓN
El monasterio de San Millán de la Cogolla tiene una tradición de vida religiosa que se remonta a quince siglos atrás y que lo convierte en el monasterio más antiguo de todos los monasterios vivos españoles. En estos lugares, especialmente en Suso, vivió san Millán con sus discípulos más cercanos. Estos lugares fueron santificados por su presencia, santidad y milagros.
Ojalá que su recuerdo nos estimule a nosotros a pensar más en Dios y en las cosas imperecederas, en el más allá de la muerte y en la vida eterna. Estos lugares venerados por todos merecen ser respetados, especialmente por sus paisanos y habitantes del Valle.
Aquí han venido en tiempos recientes muchos obispos y hasta cardenales, reyes y príncipes de España, incluidos presidentes de Gobierno y de diversas Regiones autonómicas españolas.
Personalmente tuve la suerte de vivir en el monasterio de Yuso como agustino recoleto y conozco muchos sacerdotes y religiosos de nuestra Orden salidos de los pueblos del Valle para servicio de Dios y de la Iglesia. Nunca olvidaré el ambiente de silencio y de paz que tanto bien hace al espíritu.
Para terminar digamos una oración con las mismas palabras del poeta Gonzalo de Berceo, que también vivió y se santificó en los lugares donde vivió san Millán:
Ruega, señor e padre, a Dios qe nos dé paz,
caridad verdadera, la qe a ti mucho plaz,
salut e tiempos bonos, pan e vino asaz
e qe nos dé un cabo a veer la su faz
Que Dios te bendiga por medio de María.
Tu hermano y amigo del Perú.
P. Ángel Peña O.A.R.
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BIBLIOGRAFÍA
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